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ELLA ERA PERFECTA

Semana
2 de agosto de 1993

POR QUE TENIA QUE SENTIRME MAL, me dije, si casi toda la política norteamericana de los últimos meses ha estado girando en torno del mismo punto, el "Nanny-Gate"?
comenzó con la candidata a Procuradora Zoe Baird. Después de haberla buscado con lupa, el presidente Clinton resolvió que la señora Baird era la candidata apropiada para Procuradora General. Pero no pudo posesionarse cuando trascendió que, como toda mujer con hijos que trabaja, había tenido que contratar a una pareja de sirvientes, pasando por alto el hecho de que eran inmigrantes ilegales a los Estados Unidos. Como resultado, la pareja de sirvientes peruanos perdió el puesto, y Zoe Bird perdió el puesto y a la pareja de sirvientes peruanos.
(Aquí entre nos, entre la Procuraduría y los sirvientes, yo me habría quedado con los segundos).
Pero el "Nanny-Gate" no paró allí. Después vino el caso de Kimba Wood, otra mujer trabajadoras, con hijos y con sirvientes, porque nadie puede suponer que sin sirvientes se pueda trabajar y tener hijos. Nuevamente Clinton la candidatizó para Procuradora.
Pero una vez más la obsesión norteamericana por los secretos guardados entre el closet logró impedir que la señora Wood se posesionara. Le descubrieron que ella también había contratado en 1986 a una empleada doméstica, procedente de Trinidad, sin papeles. A diferencia de la señora Baird, la señora Wood sí pagaba el servicio social de la empleada. Pero eso no les importó. Está bien que le quitaran el puesto. ¿Pero por qué la empleada?
Por último, y mientras la popularidad de Clinton comenzaba a corroerse en medio de este "Nanny-Gate", vino el caso Steven Breyer, candidato a la Suprema Corte de los Estados Unidos. Su pecado: otra empleada doméstica sin seguro social. Tengo la convicción, sin embargo, de que si al señor Breyer lo hubieran puesto a escoger, habría renunciado a la Corte. Pero no a la empleada!
Por eso me pregunto: si la política de los Estados Unidos puede girar en torno del servicio doméstico, ¿por qué no puedo entrar en crisis por la misma razón? Ella era perfecta. No cocinaba, pero tocaba guitarra, y de vez en cuando animaba mis fiestas, cuando le parecía que la nómina de mis invitados merecía alguna consideración.
No lavaba ropa ni planchaba pero, en cambio, no había nadie que coleccionara con tanta dedicación las obras de García Márquez, que se las hubiera leído tan a conciencia y que tuviera tantos argumentos para sostener que el "Otoño del patriarca" era la menos buena de sus obras.
A los niños los tiraba frecuentemente del pelo, los castigaba cuando llegaban sucios de los paseos del colegio y no los dejaba parar de la mesa hasta que no se hubieran comido el último grano de arroz. Pero eso no importaba. Porque a la hora de hacer las tareas no había quien corrigiera mejor las ecuaciones y los problemas de trigonometría. Y aunque no hablaba francés, se las arreglaba para manejar el diccionario con una destreza, que muchas veces pensé que si la dejaban sola, en el centro de París, habría logrado dictar una conferencia sobre García Márquez en la Sorbona.
Era la más implacable crítica de mis columnas y con frecuencia me las comentaba a la hora en la que yo le servía mis experimentos culinarios a la mesa, que casi siempre, con excepción de cuando ensayaba nuevas recetas con ostras (las detestaba) me ponderaba con fruición.
Nunca lavó un plato pero, en cambio, le brillaban los ojos cuando se sentaba a hablar de cine francés, su favorito. Se vio cuatro veces la de Cyrano de Bergerac, en las horas que le dejaba libre el colegio de mis hijos.
En la finca era una invitada permanente. Invitada, sí, porque mientras yo luchaba con las mazorcas al barbecue ella cabalgaba con los niños por las praderas de Guasca, y los últimos días había comenzado a enseñarles el difícil arte del salto, pues tenía la ilusión de hacer un día de los niños campeones de equitación.
Una mañana, aprovechando que yo embetunaba los zapatos de la familia (y también los de ella, porque entre 10 pares y 20 la untada es la misma) me soltó la noticia: este año iba a montar una distribuidora de huevos. Y me lo volvió a confirmar hace un mes cuando se encontraba sentada sacando el crucigrama, mientras yo limpiaba el piso de la cocina y guardaba la vajilla de la comida: yo sería la socia capitalista.
Recuerdo que cuando se graduó de las clases de automovilismo realmente descanse. A partir de ese momento comenzó a llevarse temprano mi carro en la mañan para trasladar los niños al colegio, hacer el mercado, recogerlos, llevarlos a la dentistería, a las terapias, al matiné, y cada mes al pediatra. Los llevaba a las fiestas compraba los regalos de los matrimonios a los que éramos invitados, y hasta mi ropa, cuando tenía alguna fiesta y queria estrenar, pero el noticiero no me dejaba tiempo para ir a buscarla. Qué suerte tengo, pense, una vez que alcance a divisar la desde mi taxi, manejando rauda por la carrera 15, con los niños entre el carro.
Pero fue entonces cuando sucedió. Esa noche había salido un poco más temprano de mi trabajo, y la encontré viendo televisión. Estaba mirando el otro noticiero. El de enfrente. Y al verse sorprendida con los ojos en la masa, me confesó que le gustaba más que el mio. Quince días llevo sola, buscandole el reemplazo. Como Zoe Baird, o como Kimba Wood, he ingresado al condenado grupo de mujeres ejecutivas sin servicio doméstico. Ya no busco una Mary Poppins. Pero sí por lo menos, una a la que no haya que enseñarle a no guardar los sobrados entre el horno, a secar la azucarera antes de echarle el azucar, a no partir la mantequilla con el mismo cuchillo con el que cortó la carne, o la fruta con el mismo de la cebolla, a que una mano marcada en una pared blanca debe ser limpiada por lo menos al año siguiente de hacer su aparición y a que las papas en chupe y la salsa "bechamel" están prohibidas en mi casa por lo menos una vez por semana.
Por favor. Si saben de alguien. Llámenme.