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La naturaleza del Eln

El ELN quiere el papel megalómano de guardián de una fantasía para seguir haciendo lo mismo que hace 50 años, matar policías y soldados, volar oleoductos y secuestrar civiles.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
10 de junio de 2017

Al contrario de lo que dicen en las conversaciones de Quito con los delegados del gobierno (y antes en las de Caracas, y antes en las de, y antes en las, y antes en, y antes, y…), parece que los jefes del ELN no quieren hacer la paz. Y lo han hecho saber en todos los tonos. Acaban de repetirlo una vez más, dos veces más: en dos entrevistas dadas al alimón por Gabino y Antonio García, una para El Espectador y otra para SEMANA. Lo que quieren los del ELN es seguir en la guerra, y charlar y charlar.

Charlar y charlar, con los del gobierno y con los invitados a los diálogos; o, mejor, a los monólogos paralelos de Quito, que han sido hasta ahora, según informa Juan Camilo Restrepo, jefe de la delegación gubernamental, “cerca de 60 estamentos (…) de participación ciudadana”. Los del ELN quieren tener en las conversaciones –que llaman “exploratorias”– una caja de resonancia en la que se conozcan sus opiniones, sus observaciones, que no se pueden llamar propuestas porque, como dice en Semana Antonio García (Eliécer Chamorro), “no es tan importante que se cumplan o no unos acuerdos, sino que la gente participe en la discusión”. La gente. También la llaman “la sociedad”. “No concebimos la negociación como un asunto bilateral, sino que es indispensable que se comprometa a todos los sectores de la sociedad, pero no a firmar lo que otros acuerden, sino a diseñar el proceso, a participar en él y a implementarlo”, explica Gabino (Nicolás Rodríguez). ¿Cómo? Por la democracia directa, si entiendo bien, y no meramente representativa. “De manera activa y protagónica”, dice García. O, tal vez por una democracia de índole corporativa, como insinúa Gabino cuando habla de “sectores”. La gente. Ese vago sujeto que llaman “la sociedad”. ¿El pueblo? Ya es cosa grave cuando alguien pretende hablar en nombre del pueblo. Pero es aún peor cuando, como en este caso el ELN, alguien pretende que es el pueblo quien habla en nombre suyo.

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Los negociadores del gobierno en Quito deberían pedirles a los del ELN una definición clara y pública de lo que entienden ellos por “participación de la sociedad”. E inclusive una definición de cada palabra: qué entienden por “participación” y qué entienden por “sociedad”.

Porque dentro de sus nebulosidades, ¿qué busca el ELN? No quiere tomar el poder. Sino ser el garante de que lo tome el pueblo. Dice Gabino: “Nunca hemos pensado en tomar el poder por las armas porque ningún destacamento armado lo ha hecho en el mundo. En todas partes la gente asume el control y el poder con el respaldo de destacamentos armados. Nosotros hemos jugado un papel en esa resistencia”. Se trata de una interpretación muy peculiar de la historia universal: ¿en qué parte, o acaso en “todas partes”, ha asumido “la gente” el control y el poder? Muchos destacamentos armados sí lo han hecho, casi siempre en nombre de “la gente”. El ELN quiere el papel megalómano de guardián de esa fantasía para seguir haciendo lo mismo que viene haciendo desde hace 50 años. Dice Gabino: “Seguimos viendo a Colombia en una situación en la que reafirmamos la validez de la rebeldía”. Y la expresión de esa rebeldía consiste en matar policías y soldados, en volar oleoductos y en secuestrar civiles para pedir rescate.

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¿Secuestrar? No… Fea palabra. Le dice Gabino a Víctor de Currea-Lugo en El Espectador: “Nosotros preferimos hablar, como rebeldes, de la privación de la libertad, privación que todos los Estados llevan a cabo y que hace parte también de nuestra realidad como rebeldes: privación de la libertad por razones jurídicas, en los casos en que se afecta a las comunidades o a la legislación insurgente.(…) Consideramos esto como parte del derecho que nos asiste a conseguir las finanzas para subvencionar la lucha rebelde”. Y el punto lo reitera Antonio García en SEMANA: “El derecho internacional humanitario prohíbe la toma de rehenes, que es cuando se usan escudos humanos. No habla de secuestro ni de la privación de la libertad. Se puede decir que eso es monopolio del Estado, pero como nosotros somos rebeldes eso es parte de nuestra naturaleza”.

En carta a El Espectador aclara pertinentemente Juan Camilo Restrepo, jefe de la delegación del gobierno en las conversaciones con el ELN: “El secuestro de civiles no combatientes está rotundamente prohibido (por) el artículo tercero común de los protocolos de Ginebra de 1949”.

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Y añado yo: el crimen del secuestro es lo que ha pervertido política y moralmente a los grupos guerrilleros en Colombia, así como el crimen equivalente de la detención-desaparición es lo que ha pervertido a sus adversarias, las fuerzas oficiales.

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