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Elogio de la lobería

En general, la ‘lobería’ es una condición que ofende a unos por lo mismo que ofende a otros: por todo lo que tiene de escandaloso y de chabacano

Semana
16 de julio de 2001

Desde que Justo Pastor PerafAn fue capturado y extraditado a Estados Unidos con sus largas bufandas de seda blanca que tanto impresionaban a Frechette, no había habido entre nosotros un ‘lobazo’ que hubiera logrado superarlo en celebridad. Confieso que por esta razón la nueva telenovela de Caracol, Pedro El Escamoso, me tiene absolutamente subyugada: sin complejo alguno de culpa sus guionistas y realizadores han logrado montar una sinfonía de la ‘lobería’, concepto que acuña el arribismo, el mal gusto y la cursilería. Pero no de manera discreta, sino a gritos: la ‘lobería’ tiene que notarse al rompe.

Eso lo logra la sola facha de su protagonista, Pedro Coral (¡sagrado rostro, ánimas benditas!). Es un ‘lobazo’ divino, dicen que físicamente inspirado en el jugador de fútbol Leonel Alvarez, cuya melena le fue trasplantada al personaje del Escamoso, con todo y su grasa natural. Coral es un ‘lobazo’ con alma, buena gente, igualado, de estrato social ‘aspiracional’, que es como ahora llaman los publicistas a quienes desean comprar productos de marca para ascender socialmente. Y me alegro por Miguel Varoni, que después del desastre de La Caponera ha recuperado el corazón de los colombianos en el papel de este ‘ceniciento’ bien intencionado.

(En la novela también se destaca la ‘lobería’ de doña Nidia, con sus fajas y sus balacas de macramé, y de sus hijas, ‘la Mayerly’ y ‘la Yadira‘. Premio especial se llevan don Pastor, el enamoradizo jefe de personal, y el doctor Perafán, prometido de doña Nidia. Se raja, por mal actor, el churro de don César Luis Freydel).

En general, la ‘lobería’ es una condición que ofende a muchos precisamente por lo que entretiene a otros: por todo lo que tiene de escandaloso y de chabacano. Y mientras unos la toman con humor, otros consideran que el concepto de ‘lobería’ es imperdonablemente clasista.

Así, por ejemplo, la poeta María Mercedes Carranza opina que “el término lobo, de uso exclusivo de la sociedad bogotana, es muy despectivo y encierra un clasismo aberrante. Lobo o loba es una persona de la clase pobre que imita los usos de las clases altas. Lo hace a lo barato, por lo que resulta cursi y de mal gusto. Las clases altas no permiten eso: de ahí la burla y el desprecio”.

Pero para otros, como el ex ministro y periodista Alberto Casas, “lobos hay en todas las clases sociales. Todos tenemos un poquito de lobos, pero definitivamente los peores son los lobos ricos”.

El escritor Antonio Montaña se tomó el trabajo de investigar muy en serio el origen del término en las castas santafereñas, y descubrió que ‘lobo’ era sinónimo de ‘zambo’, o sea el hijo de indio y negro. Más adelante la palabra comenzó a ser utilizada por bogotanos y payaneses para tratar despectivamente a los provincianos. “Hoy los lobos no existen, dice. Se volvieron importantísimos. Llegaron a ser presidentes y congresistas”.

El escritor Alfredo Iriarte, propietario de uno de los mejores humores negros de la literatura colombiana, también le ha dedicado varias de sus obras a desenmascarar y a burlarse un poco de la condición humana del ‘lobazo’. (A propósito del tema, me acabo de leer su libro Espárragos para dos leones: delicioso).

Según Iriarte, el lenguaje bogotano “ha creado dos conceptos colosales: el de lobo y el de lagarto. Todos los lobos son lagartos, pero no todos los lagartos son lobos, explica. El lobo es un gran trepador social para lo que es indispensable que también sea lagarto, con todo lo que eso implica en ramplonería, chabacanería, mal gusto, ostentación y vulgaridad”.

Iriarte aclara que el primer ‘lobo’ del que tiene memoria fue Monsieur Jourdain, personaje inolvidable de Molière en épocas de Luis XIV, que al tomar la decisión de ennoblecerse pudo haber cometido más pecados que los de Pedro Coral: tomaba clases de esgrima —hoy el ‘lobo’ pensaría en el golf— y decidió no volver a hablar en prosa sino en verso.

Pero el maestro Montaña, partidario de que los ‘lobos’ son una condición humana en extinción, aclara: “Hoy los únicos lobos que quedan, son los que hablan de lobos”.

De manera que por lo que a mí respecta, me voy a cambiarles el agua a mis flores plásticas. “¡Camine, Mayerly!”.

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