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En un aniversario

El Apocalipsis no vendrá anunciado por las trompetas que profetizó Juan, sino por las multitudes que han prohijado los sucesores de Pedro

Semana
20 de octubre de 2003

El mayor crimen histórico de la Iglesia Católica no es la ceguera científica con la que condenó a Galileo, Copérnico y Darwin, ni la miseria moral de las torturas y la quema de brujas de la Santa Inquisición, ni las sanguinarias guerras religiosas contra protestantes, indígenas, herejes, judíos y paganos. El crimen más abominable de la Iglesia Católica se comete hoy en día en el Tercer Mundo (de donde se expande al mundo entero) y consiste en su oposición recalcitrante y absurda al control de la natalidad.

¿Habrá algo más demencial e insensato que la prohibición de todos los métodos de control natal físicos y químicos (píldora, interrupción del coito, dispositivos intrauterinos, espermicidas, preservativos, ligadura de trompas, onanismo, vasectomía) y la sola aceptación, en raras ocasiones, del inseguro método del ritmo? Esta terca actitud irresponsable, no sólo es un atentado contra millones de infelices que van a nacer para llevar una vida miserable e infrahumana, sino contra la especie toda y contra el equilibrio ecológico del planeta. Tal vez no haya problema más grave y urgente sobre la Tierra que la aniquiladora explosión demográfica en los continentes más pobres.

Ochocientos cuarenta millones de personas sufren de hambre hoy en el mundo, y el número de hambrientos aumenta por millones cada año. Señala E. O. Wilson: "Entre 13 y 18 millones de personas -toda la población de Suecia- muere cada año por inanición o por los efectos secundarios de la desnutrición". Si continuamos con la tasa de crecimiento actual, según Wilson, la Tierra no podrá soportar el peso de la biomasa humana, más los perros y ganados que nos acompañan, y una catástrofe ambiental ocurrirá antes de un siglo. Cómplice de esta tragedia mundial (en Africa, en Asia, en América Latina) es la Iglesia de Roma y su anacrónica política reproductiva. Los misioneros, si quisieran de veras hacer una labor humanitaria, deberían incluir entre sus tareas de evangelización en el Tercer Mundo la enseñanza de métodos radicales y eficaces de control natal.

Los 25 años de pontificado de Juan Pablo II -por estos días se está celebrando el aniversario- han significado un fortalecimiento lamentable de las posiciones más conservadoras de la Iglesia en materia sexual y de reproducción humana. La reciente (y reincidente) condena del condón por parte del inefable cardenal Alfonso López Trujillo, prefecto del Pontificio Consejo para la Familia, especie de ministerio del Vaticano, es sólo una muestra más de la torpe e hipócrita posición imperante todavía hoy en Roma. Decir que el condón no previene el sida porque a veces puede haber preservativos porosos es como decir que a los carros les conviene andar en los rines porque las llantas a veces se pinchan. Además, y aquí reside la hipocresía, la posición de la Iglesia no ha sido dictada por altruistas motivos técnicos (porosidad) sino por miopes posiciones morales (el sexo siempre debe estar abierto a la procreación).

Con lo que venimos al mismo punto, es decir, a la lectura literal y perversa de las Escrituras, lectura que no comparten la mayoría de las otras denominaciones cristianas. "Creced y multiplicaos" pudo haber sido un imperativo válido en el mundo primitivo, y también en el mundo antiguo, siempre al borde de la extinción a causa de guerras, pestilencias, insalubridad general, alta mortalidad materna e infantil, etc. Aplicar la misma norma, sin control, en las condiciones actuales del mundo, con unos avances técnicos e higiénicos que no permiten el control "natural" de la población, es condenar al planeta a la perniciosa invasión de una sola especie, la humana, que como sabemos es la más inclemente depredadora de todos los recursos naturales. Si no contenemos nuestro crecimiento (país por país, y globalmente), el Apocalipsis no vendrá anunciado por las trompetas que profetizó Juan, sino por las multitudes que han prohijado los sucesores de Pedro.

Tengo una amiga que es ginecoobstetra en una prestigiosa clínica de Medellín. Allí, por sabia sugerencia de la Curia, está prohibido enseñarles métodos anticonceptivos a las pacientes. En estos días ella atendió el séptimo parto de una señora de 26 años que vive en un barrio subnormal de la ciudad. Esta misma señora solicitó que se le ligaran las trompas después de dar a luz. Pues no. Esta prestigiosa clínica, siguiendo las enseñanzas de Santa Madre Iglesia, no permite hacer tal operación. Prefiere que siete niños mendiguen en los semáforos o se mueran de hambre en su tugurio subnormal. Luego vendrá un octavo, y un noveno, y quizá más. Ahí también (no sólo en lo que hacen la guerrilla o los paracos, no sólo en la corrupción de los políticos) se está cometiendo un crimen que profundiza el desastre nacional. Y ese crimen lo cometen el fanatismo y los prejuicios de una Iglesia que, al menos en materia reproductiva, parece haber perdido el contacto con la realidad.

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