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En completo desacuerdo

Los grandes terratenientes no se arruinarán: se limitarán a despedir trabajadores que sólo encontrarán empleo en la guerrilla y el paramilitarismo

Antonio Caballero
19 de febrero de 2006

La otra noche, en el programa de Radio Caracol Hora Veinte que dirige Néstor Morales, el asesor presidencial José Obdulio Gaviria afirmaba que en lo referente al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos estábamos de acuerdo el presidente Álvaro Uribe y yo: ambos decimos que no es libre. Es simplemente -explicaba Gaviria- un tratado de comercio.

No estoy de acuerdo.

Me explico: concuerdo en que no es un tratado de libre comercio, porque el comercio a que se refiere dista mucho de no tener trabas ni trampas. Está sembrado, del lado norteamericano, de toda suerte de barreras, tanto arancelarias como no arancelarias, de murallas sanitarias, de fijaciones de cuotas, de protecciones y subvenciones. De desequilibrios que se agravan a medida que se prolongan las negociaciones. El día mismo en que el presidente Uribe acudía solícito en persona a Washington para salir en las fotos, los negociadores norteamericanos del tratado habían forzado a sus interlocutores del gobierno colombiano a rebajar una vez más sus defensas en el tema de las presas de pollo que allá tiran a la caneca de la basura y ahora quieren tirar aquí; y habían impuesto nuevas y más duras exigencias a las ya negociadas sobre controles sanitarios, sobre textiles, sobre medicamentos y sobre propiedad intelectual. Y ante el anuncio de la inminente llegada del presidente Uribe, el representante comercial de los Estados Unidos, Rob Portman, se frotaba las manos y aseguraba confiado que su presencia serviría para que los negociadores colombianos cedieran todavía más, especialmente en lo referido a la agricultura. Pues los Estados Unidos se proponen ahora conseguir que ningún producto agropecuario quede excluido de la eliminación de aranceles -salvo el azúcar que producen ellos-.

No es, pues, un tratado de libre comercio este que el Presidente ha advertido que hay que firmar "rapidito": es de comercio amarrado. Pero yo sostengo además que no es un tratado libre, y en eso no coincide mi opinión ni con la del Presidente ni con la de su asesor Gaviria: es un tratado obligatorio y forzoso. No sólo hay que firmarlo "rapidito", sino que hay que firmarlo sin discutirlo, cediendo en todo, y de rodillas.

La historia de los últimos cien años muestra, sin excepciones, que a los países que escogen el arrodillamiento en sus relaciones con los Estados Unidos les va peor que a los que, por lo menos, dan la pataleta. Pero Colombia es de los primeros, y lo ha sido desde hace muchos gobiernos. Y así le va. Pero le va mal a ella. A sus gobernantes, y en general a sus clases poseyentes, les va divinamente. El precipitado viaje a Washington del presidente Uribe se explica así: va a hacer el sainete de que defiende los intereses colombianos afectados por el TLC, a la vez que, como espera Portman, los entrega aún más. Se trata, en suma, de lo de siempre: un consejo comunitario, reunido esta vez en la Casa Blanca.

Digo sainete, pues es un simple gesto reelectoral interno. Porque en la realidad el Tratado, que no es de libre comercio y que no es un tratado libre (como no la ha sido ninguno de los firmados por Colombia con los Estados Unidos, ninguno de los cuales, por otra parte, ha sido respetado por ellos), sí es, hechas las sumas y las restas algebraicas pertinentes, perjudicial para el país en su conjunto. Perjudicial no sólo en temas graves como el de la salud -pero ¿a qué gobierno va a importarle la salud de los colombianos, si se la han entregado como negocio a los narcoparamilitares y a los empresarios del chance

-; sino, sobre todo, en el tema del campo. El campo, en donde se siembra y crece y madura la gran violencia colombiana. El TLC servirá para alentarla aún más y fortalecerla. Los grandes terratenientes -cañeros, algodoneros, hasta esos ganaderos cordobeses vecinos del presidente Uribe que viven de soltar sus redes y no pagar impuestos en las sabanas de la Costa- no se arruinarán: se limitarán a despedir trabajadores, que no encontrarán empleo más que en los dos grandes negocios del campo colombiano: la guerrilla y el paramilitarismo. Y muchos de los despedidos, así como los pequeños agricultores de yuca y de maíz y plátano de pancoger que todavía no han sido desplazados por la guerrilla o el paramilitarismo, se dedicarán al único cultivo agrario que seguirá siendo rentable en Colombia, el único que no se menciona siquiera en las conversaciones del TLC a pesar de que constituye el primer rubro de exportación colombiano a los Estados Unidos: el de las drogas ilícitas. Cuyas ganancias, a su vez, financian el círculo vicioso de la violencia en Colombia.

Al margen de cositas de detalle de escala veredal -la reconstrucción de algún puente de guadua sobre una quebrada, la pavimentación de la calle principal de un pueblo selvático-, el gobierno del presidente Álvaro Uribe, en medio del caos de los combates y los desplazamientos, del cierre de hospitales y de la quiebra de universidades, sólo se ha ocupado de tres asuntos verdaderamente importantes. La llamada reinserción de los paramilitares: ese premio al crimen. La llamada seguridad democrática para acabar con la guerrilla, y que la ha hecho crecer y fortalecerse. Y el llamado Tratado de llamado Libre de llamado Comercio con los Estados Unidos: esa catástrofe.

Diga lo que diga José Obdulio Gaviria, yo no estoy de acuerdo con Uribe en ninguno de los tres. n?

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