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EN DEFENSA DE GOEBELS

Semana
19 de diciembre de 1983

Difícil, pero no imposible, es salvar algo de la entrevista concedida hace dos semanas por el ministro de Comunicaciones a El Tiempo. Y entre lo que se puede salvar está, precisamente, el hecho mismo de haber concedido la entrevista, en un país donde los funcionarios del gobierno se caracterizan por esquivar mañosamente a la prensa a la hora en que la opinión pública les plantea interrogantes acerca de sus actos y decisiones.
Curiosamente, en Colombia se toma como favor el hecho de que algún miembro del gobierno cumpla con el deber de pasarle a un periodista al teléfono. En cambio me contaba recientemente un corresponsal de SEMANA en EE.UU., que entre las pocas cosas relativamente fáciles de su oficio está la de ponerse en contacto con una fuente, y para ilustrar su afirmación recordaba haber tomado en cierta oportunidad una lista de teléfonos, haber marcado el número de la residencia del Nobel de economía Milton Friedman, y haberse llevado la sorpresa de su vida cuando el mismo Friedman le respondio personalmente la llamada, mostrándose, si no complacido, por lo menos cordialmente dispuesto a responder sus preguntas.
Por eso impactó que a pocos días del controvertido anuncio de las adjudicaciones en la licitación para T.V., el ministro de Comunicaciones se mostrara tan valientemente dispuesto a responder una espinosa entrevista, de cuyo contenido los lectores solo quedaron en posibilidad de pensar dos cosas: o que Bernardo Ramírez había respondido con la petulancia de quien se siente política y administrativamente infalible, que es lo menos conveniente para pensar, o que Bernardo Ramírez había contestado con la seguridad del que tiene la conciencia a paz y salvo. Que es, y ahora le toca el turno a la opinion pública, lo que hay que hacerle al Ministro el favor de pensar.
Y digo el favor, porque aún no queda claro que un publicista de quien se afirma que es la nodriza de la buena imagen del Presidente Betancur, haga tan poco esfuerzo por cultivar la suya propia. Con un "lenguaje de barriada", como resentidamente lo describió uno de los críticos del medio, Bernardo Ramírez ofendio "urbí et orbi" a todos los aspirantes y adjudicatarios a espacios en la T.V. La disculpa de que estaba hablando en calidad de ciudadano y no de Ministro fue melancólicamente recibida por la opinión pública, que la consideró tan descabellada como si, guardadas las proporciones, Reagan hubiese afirmado haber invadido a Granada en calidad de candidato y no de presidente. Rechazada, pues, esta sofisticada y prácticamente imposible dicotomía, lo máximo que podía aceptársele a Bernardo Ramírez era que había utilizado lenguaje de ciudadano para expresar sus ideas de Ministro pero ni siquiera esta generosa interpretación pudo aumentar el puntaje, -bastante elevado, por cierto-, que había logrado inicialmente con su actitud de conceder una entrevista para absolver delicados interrogantes sobre la licitación.
Algo que honestamente debe admitirsele al Ministro es su difícil posición frente a un país absolutamente amaestrado para sospechar de las licitaciones de T.V., acostumbrados los colombianos, como veníamos, a que los noticieros fueran adjudicados por motivos políticos.
La prensa, a través de distinguidos columnistas, venía presionando el criterio de que debía someterse a una "capitis deminutió" a todos los que detentaran o aspiraran a detentar espacios noticiosos que tuvieran vínculos de parentesco con alguna personalidad política colombiana. Pero haberlos discriminado por esta razón habría sido igual de grave que haberlos favorecido por la misma razón. ¿Se le ha ocurrido sin embargo a alguien que el hecho de que a tres noticieros de la noche estén vinculados, directa o indirectamente, hijos de presidentes o de candidatos, garantiza mejor que cualquier otra fórmula la independencia de los espacios, porque la mas leve inclinación política tomaría proporciones escandalosas?
Otro gallo canta a la hora de analizar la restante programación de T.V., en la que es evidente el antipático esfuerzo del Estado por educar a los colombianos en los únicos horarios que estos tienen para entretenerse. Entre los programas musicales, que pretenden alegrar al televidente a la fuerza, y los ecológicos, que más de dos veces al día lo obligarán a ser testigo de la forma como se aparean los erizos, hay suficientes argumentos para odiar la nueva programación de T.V., pero jamás para sostener que en su adjudicación hubo mala fe o componendas de dudosa reputación.
El ministro de Comunicaciones sabía, desde luego, que por más recta que fuera la adjudicación de espacios de T. V., alguna chispa alcanzarla a chamuscar su prestigio. Y precisamente por eso, despues de leer el contenido de la entrevista en cuestion, uno termina preguntandose qué necesidad tenía, Bernardo Ramírez el ciudadano, de hacer más pequeño el espacio de que disponía, para sentarse frente a la opinión pública, Bernardo Ramírez el Ministro.

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