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EN NOMBRE DE LA SENSATEZ

Antonio Caballero
13 de abril de 1998

Es difícil de creer, pero la sensatez va ganando terreno poco a poco. Cada día son más numerosos quienes se atreven a decir que la "guerra contra la droga está perdida". Y cada día está más perdida: el consumo aumenta, la variedad de drogas en oferta se multiplica, el poderío de las mafias que manejan el negocio crece. En fin: lo que todos vemos, lo que todos sabemos. Y, digo, cada día son más numerosos, y más 'respetables' (no hippies, sino catedráticos de economía; no revistas de rock como The Rolling Stones, sino ultraconservadoras revistas de análisis político como The National Review en los Estados Unidos o The Economist en la Gran Bretaña) quienes se atreven por fin a decir públicamente lo que ven y lo que saben. Y a proponer su consecuencia lógica: la legalización de las drogas. Porque se han dado cuenta por fin de que el remedio de la prohibición es mucho más dañino que el mal que causa la droga. O más todavía: de que el mal es el remedio, y de que si éste no existiera la droga sería prácticamente inofensiva.Obviedades, ya lo sé. Llevo 20 años diciéndolas yo mismo. Pero las obviedades no tienen peso por sí mismas, sino por quien las dice. No es lo mismo que las diga un periodista colombiano (¿colombiano? Sospechosísimo: debe de ser narcotraficante), a que las diga, como acaba de hacerlo en un artículo publicado simultáneamente en todos los grandes diarios europeos, la señora Emma Bonino, Comisaria para los Derechos Humanos, la Pesca y la Alimentación de la Comunidad Europea.Más significativo todavía es el hecho de que, habiendo dicho la señora Bonino que la guerra contra la droga es una farsa y que la única manera de paliar sus males consiste en legalizarla, a la Comunidad Europea no se le ocurre destituirla de su cargo. Como le sucedió hace unos tres años a Jocelyn Elders, Secretaria de Salud (Surgeon General) de los Estados Unidos cuando sugirió que se empezara a discutir la posibilidad de que la legalización, ese tabú supremo de todos los gobiernos, no fuera tan terrible como todos los gobiernos aseguran. A las 24 horas de haberlo dicho, el presidente Bill Clinton la había echado. Porque la raíz del problema sigue estando ahí. En que la prohibición, ese flagelo de los pueblos, es conveniente para los gobiernos. Es conveniente también, claro está, para las mafias del narcotráfico. Sólo gracias a ella su negocio rinde utilidades del 22.000 por ciento (veintidós mil por ciento). Es conveniente también, claro está, para los grandes bancos, y para el sistema financiero mundial en su conjunto, que sacan mucho más provecho del lavado de los billones de dólares que mueve la droga que de cualquier otra operación legítima. No es de extrañar que, como señala un reciente artículo del periódico británico The Independent, "nadie haya querido dar respuesta a una sencilla pregunta: ¿en qué punto el dinero sucio se vuelve limpio?". Es conveniente para los constructores de cárceles: en los países ricos, entre un tercio y la mitad de todos los presos lo están por asuntos relacionados con la droga: consumo, distribución, soborno, etc. Es conveniente para la policía. Tanto para la policía antinarcóticos propiamente dicha (los Estados Unidos, por ejemplo, gastan anualmente en la 'guerra contra la droga' nada menos que 17.000 millones de dólares) como para toda la policía: con el pretexto de la 'guerra' su poder de control sobre los ciudadanos ha crecido en forma descomunal en los últimos años. Leyes 'democráticas', como la alemana sobre escuchas telefónicas, la española llamada 'de la patada en la puerta' o la colombiana de la extinción de dominio, para poner solamente tres ejemplos, les dan a las policías de esos países poderes que en otros tiempos sólo tuvieron la Gestapo de Hitler o los 'tonton macoutes' del haitiano Papá Doc. Una prohibición que genera tanto dinero y tanto poder es conveniente para mucha gente.Pero, ante todo, es conveniente para el gobierno de los Estados Unidos, empeñado como está, desde que terminó la Guerra Fría, en convertirse en el Gran Policía del mundo. La prohibición de la droga es una insensatez desde el punto de vista de la población mundial tomada en su conjunto. Pero desde el punto de vista del Gran Policía es un don del cielo. Y por eso se mantendrá, contra la sensatez, sin duda, pero en nombre de la Moral y del Orden.

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