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Enemigos del pueblo

Si la guerrilla gana la guerra, el nuevo Estado que surja será idéntico al que tenemos ahora: un enemigo del pueblo.

Antonio Caballero
1 de mayo de 2000

Durante muchos años se dijo que esta era una guerra entre dos aparatos armados por sobre las cabezas de los civiles. Algún general llegó a quejarse, hace menos de una década, de que la gente común miraba la guerra sin darse directamente por aludida, como quien asiste a un partido de fútbol. Ya no es así. Ahora los dos (los tres) bandos armados han bajado la mira de sus

fusiles, y lo que hay es una guerra de ellos contra la masa inerme de los demás: de los civiles, que son los que ponen la sangre y ponen el dinero.

Ponen la sangre. Salvo los policías, enviados como carne de cañón a ‘hacer presencia del Estado’ en las zona remotas, los bandos armados tienden a evitarse entre sí. Por eso los muertos son casi siempre civiles: civiles colaboradores de la guerrilla, civiles colaboradores del Ejército, civiles colaboradores de los paramilitares. Son civiles las víctimas de los secuestros guerrilleros, de las desapariciones forzosas que practican las autoridades, de los asesinatos selectivos que cometen las ‘fuerzas oscuras’, de los desplazamientos que imponen los paramilitares, de las minas terrestres y de las quiebrapatas, de las bombas, de los cohetes y de los cilindros de gas. Son gente que pasaba por ahí: niños que iban al colegio, campesinos que vivían en zona roja, viajeros que transitaban por una carretera. Civiles desarmados.

Y también ponen el dinero. El del boleteo y el de los rescates por secuestro, el de la vacuna ‘amistosa’ de los paramilitares, el de la reconstrucción de los pueblos destruidos por actos de guerra, el de los impuestos. El del peso creciente de la guerra sobre la economía: suben las tarifas de los servicios públicos golpeados por el terrorismo, suben los precios de los productos afectados por la inseguridad del transporte, crece el desempleo alimentado por la emigración forzosa a las ciudades y el abandono de los campos, se multiplica la delincuencia común. ¿Cuánto le cuesta al colombiano promedio su cuota individual de raponeo, de atraco, de hospital por lesiones? (La pregunta es retórica: no aspiro a que el Dane la conteste). Ponen el dinero que cuesta la política oficial —apertura, privatizaciones, desmantelamiento de la seguridad social, contribuciones de guerra, 2 por mil—, y el que cuesta la política extraoficial que practican a título privado los políticos al amparo de sus cargos: el saqueo del erario —para limpiar la fachada del Congreso, para engrasar a Fogafin, para financiar a Dragacol (pero no voy a mencionar aquí todos los chanchullos: no cabrían, ni aun limitándome a los del último año; y ni aun limitándome a los ya denunciados)—. Todo ese chorro ingente de dinero que cuesta el sostenimiento de la guerra lo ponen los civiles, que son los que producen. Porque los sectores armados no producen: destruyen lo producido, y extorsionan a los productores.

Un Estado democrático (y su definición es esa) está para servirle al pueblo, y no al revés: para que el pueblo le sirva al Estado, y por su conducto a sus dueños o a sus parásitos. Del hecho histórico de que jamás ha sido democrático el Estado en Colombia, sino al revés, surgió (entre otros motivos) la guerrilla: tenía la justificación de defender al pueblo de los abusos del Estado y de sus dueños. Pero la guerrilla colombiana tampoco está cumpliendo ese papel histórico, y cada día lo cumple menos. La guerrilla no defiende a nadie, salvo a sí misma; y en cambio ataca, no al Estado, ni a sus dueños, y ni siquiera a sus fuerzas represivas, sino al pueblo. Se está convirtiendo, ella también (y estoy hablando de toda la guerrilla: tanto de las Farc como del ELN, y de lo que aún queda del EPL), en un ejército de ocupación en su propio país. Un ejército que amenaza, reprime y persigue, y cobra impuestos extorsivos sin dar nada a cambio. Nada: ni siquiera la promesa de la Revolución, esa palabra mágica que todavía conserva su prestigio. Sólo la promesa de su propio triunfo, que vista la degradación de su comportamiento en los últimos años ha dejado de ser una promesa para convertirse en una amenaza. Si sigue como va, y gana la guerra o pacta su propio acceso al poder del Estado, el nuevo Estado que de ahí surja será idéntico al que ahora tenemos: un enemigo del pueblo.

Oh, sin duda hay en la guerrilla gente que todavía cree en su papel histórico de redención del pueblo, incluso entre sus jefes, por cínicos que puedan parecer. También, sin duda, hay todavía funcionarios idealistas dentro del Estado actual, que creen sinceramente poder ponerlo al servicio del país. Pero hasta esos idealistas que quedan de lado y lado, si no son ingenuos, tienen que estar dándose cuenta de que el resultado global de la acción de su bando está siendo nefasto para lo que los unos llaman el país y los otros llaman el pueblo. Para las víctimas y los financiadores de esta guerra, que es una guerra contra el país y contra el pueblo, y que ambos están perdiendo.

Todo esto resulta bastante pesimista. Ya lo sé. Espero que se trate solamente de un efecto retórico.

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