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Enemigos que se necesitan

El gobierno está urgido de una iniciativa para reverdecer sus laureles. Y la interlocución sacaría a las Farc del marasmo de una guerra que sólo produce muertos

Daniel Coronell
30 de septiembre de 2006

Tanto las Farc como el gobierno se han movido de sus posiciones frente al canje de guerrilleros presos por civiles y militares secuestrados. La guerrilla, que al comienzo de la primera administración Uribe pedía la desmilitarización de dos departamentos, ahora sólo habla de dos municipios. De Caquetá y Putumayo pasaron a Florida y Pradera, en el Valle. El gobierno, que hace cuatro años afirmaba que no

despejaría "un milímetro del territorio nacional", ahora dice que aceptará una zona de encuentro con las Farc, y algo más revelador: acepta que el conflicto con ese grupo guerrillero es una "guerra política".

El cambio de posturas tanto del gobierno como de las Farc no obedece a razones humanitarias. Estas son sólo un pretexto para justificar las conveniencias estratégicas de dos contendores que, por la fuerza de las circunstancias, ahora se necesitan.

El gobierno Uribe está urgido de una iniciativa para reverdecer sus laureles con la opinión. La pérdida de credibilidad en temas como el proceso de paz con los paramilitares y la lucha contra la corrupción y la politiquería amenaza con ponerlo contra las cuerdas muy pronto.

El proceso con el ELN no ha resultado suficiente para mimetizar la negociación con los capos del narcotráfico agrupados en las AUC. La retórica de lucha contra la corrupción contrasta con los escándalos recientes y con la entronización de las castas politiqueras de siempre.

Las encuestas muestran que la popularidad del Presidente se mantiene en niveles altos, pero también que es creciente el escepticismo sobre muchos resultados y motivaciones de su administración.

Por su parte las Farc conservan su capacidad de daño prácticamente intacta, pero han perdido la iniciativa política y la interlocución internacional que tuvieron por años. La connivencia con el narcotráfico permitió que esa guerrilla se fortaleciera en lo militar y en lo financiero, pero causó también que se extraviara ideológicamente.

La prosperidad de algunos frentes corrió de la mano con la degradación de sus métodos. Los crímenes de la guerrilla y la burla a las esperanzas de paz de los colombianos la despojaron de cualquier simpatía nacional, envilecieron sus postulados y le cerraron los escenarios de la política.

El Estado no ha podido vencerla militarmente, eso es verdad, pero la guerrilla tampoco tiene posibilidad alguna de triunfar. La toma armada del poder, razón de ser su existencia, es hoy un imposible político y militar.

Álvaro Uribe llegó a la Presidencia, logró reformar la Constitución en su propio beneficio y fue reelegido con la mayor votación de la historia, por cuenta de la ceguera política de las Farc. Sin el hastío de los colombianos por los abusos del Caguán, Álvaro Uribe no habría sido presidente en 2002.

La guerrilla calculaba que la aplicación de una política de seguridad represiva desacreditaría al gobierno y legitimaría la lucha armada en su contra. Nada de eso pasó. El gobierno empieza a probar los sinsabores del desprestigio pero por razones distintas, de las cuales las Farc no pueden derivar ninguna utilidad.

Las Farc también necesitan ahora al gobierno. Sólo un espacio de interlocución los sacaría del marasmo de una guerra que produce muertos pero no cambios estratégicos sustanciales. Únicamente una mesa de negociación les puede dar la presencia internacional que requieren para explicar sus diferencias con los carteles de la droga vestidos de camuflado.

Esa necesidad mutua de legitimación es la causa de que hoy estemos cerca de un intercambio humanitario y quizá de un proceso de paz maduro, capaz de verse en el espejo de los errores pasados.

Es triste decirlo, pero las vidas implicadas no son realmente el motivo para que se encienda esta esperanza. Sin embargo, la historia está llena de ejemplos para comprobar que por caminos equivocados se puede llegar al lugar correcto. Y viceversa.

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