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Entrevista a Simón Bolívar

-Conozco los disparates que dicen el coronel Chávez y el presidente Uribe. Los veo y los oigo desde lo alto de mi montura

Semana
24 de septiembre de 2004

El otro día, después de un largo viaje, caí rendido en la cama y me hundí en un profundo sueño. Estando en esas se me apareció, montado a caballo, el padre de la patria. Se apeó y caminó hacia donde yo estaba, con los brazos caídos del desánimo y el semblante marcado por una tristeza y una fatiga infinitas. "General, permítame abrazarlo", le dije, y el hombre, aunque

algo reticente, dejó que mi brazo derecho apretara una de sus escápulas. Luego, al apartarme emocionado, le dije, con voz titubeante: "Libertador, ¿me concedería una entrevista para un periódico de la Gran Colombia?" Y él, aunque a regañadientes ("Si supiera lo cansado que estoy, llevo casi dos siglos cabalgando sin parar en mi caballo fantasma, de Santa Marta a Maracaibo, de Caracas a Cúcuta, de Pasto a Quito, de Lima a Santiago, pero si fuera breve."), me la concedió. Aquí se las transcribo:

-General, yo no sé si en el más allá se ocupan de nuestros asuntos terrenales. ¿Está usted enterado de que tanto en Colombia como en Venezuela tenemos gobernantes que lo citan a usted como su inspirador, y que usan su nombre y sus discursos para reivindicar una y otra vez sus políticas?

-Conozco los disparates que dicen el coronel Chávez y el presidente Uribe. Los veo y los oigo desde lo alto de mi montura. Escucharlos y ver sus actuaciones es uno de los peores suplicios a los que me he visto sometido en este mi ya muy largo Purgatorio. Todo, todo lo había soportado con ánimo sereno, pero esta es la prueba más difícil a la que me haya sometido el Altísimo, y quiera el Todopoderoso que cese pronto; me hierve la sangre y si pudiera sacar mi espada justiciera, créame que lo haría sin dudarlo un instante.

-¿Cesar pronto, Libertador? Temo decepcionarlo. ¿No sabe que los dos son megalómanos reeleccionistas? Y que ambos dicen que usted también lo era, y además no dicen, pero sí actúan como si lo creyeran, que una dictadura es el único tipo de gobierno con el que se pueden dirigir nuestras repúblicas?

-Ah, las dictaduras. Desde los tiempos del muy sabio Cicerón sabemos que estas no han de durar más de seis meses, pues de lo contrario el menoscabo de las libertades se hace insufrible. Sé, pues yo también padecí los contratiempos e injurias causados por los leguleyos, que en ocasiones se hace necesaria la firme decisión tomada por una sola cabeza, sin resistencia del cuerpo de la nación; en momentos de grave crisis este es un mal necesario. Pero el dictador ha de poseer una cabeza iluminada, y no cabezas nubladas por la ira vengativa ni por el resentimiento, como en los casos que me cita, que esos no son dictadores, sino tiranos. Los atenienses se apresuraban a desterrar de la ciudad incluso a los buenos gobernantes, por temor a que estos quisieran perpetuarse en el poder y mancillar la democracia.

-General, ¿qué más observa en nuestro continente desde su posición privilegiada en las alturas?

-Temo hacerme pesado y repetirme si le digo que no he dejado de ver ni un solo instante la arrogancia del Norte y la sumisión canina y desunida de las maltrechas repúblicas hispanoamericanas. Da grima verlas dispersas, arrodilladas ante el poder de la maquinaria de guerra y el engranaje económico de esa nación sin nombre -¿ha notado usted que Estados Unidos designa una confederación, pero no un pueblo?- que se extiende hacia la orilla septentrional del río Bravo. Las viejas castas descendientes de los conquistadores peninsulares, ancladas todavía a sus vicios nefastos de propietarios rurales sin luces, mantienen al pueblo en la ignorancia, en la sumisión por el miedo, y lo que es peor, en el sometimiento por la más primitiva y terrible de las carencias humanas: el hambre. Así no puede construirse un territorio justo y orgulloso de su historia. Y veo cómo se propaga la miseria desde la Tierra de Fuego hasta la baja California.

-Pero, Libertador, no negará que desde que usted entregó el espíritu nuestros países han crecido en técnica, en artes, en civilización y cultura.

-Seguimos recibiendo las sobras del banquete mundial; los progresos del mundo nos llegan atenuados, ya sin bríos, desde el corazón de la metrópoli, y de aquí pocas cosas novedosas salen para demostrar al orbe que no somos un pueblo indigno. Seguimos siendo la periferia lejana del mundo civilizado y la colonia perpetua de sus más voraces apetitos invasores. Malvendemos nuestras riquezas y les entregamos a los nuevos gachupines los servicios de que tenemos necesidad: aguas, comunicaciones, bancos, energía, minerales, medicinas, seguros, para que ellos se lucren sin límite, en su ambición desmedida, de nuestras necesidades. No hay patriotas ya, sólo bellacos.

-Mi general, usted exagera, en un mundo globalizado es imposible.

-¿Exagero, necio? Y no te entiendo ese barbarismo de 'globalizado'. Apártate de mi vista.

Y antes de desaparecer lanzó al suelo un escupitajo furibundo y me dio un empujón con su mano enguantada. El golpe me despertó del sueño y tuve que reconocer, ya en la vigilia, que el Libertador, como siempre, tenía razón.

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