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Epidemia de ‘Referenditis’

El autor reflexiona sobre esta moda de los políticos para alcanzar resonancia nacional.

Semana.Com
19 de marzo de 2015

En este país a algunos políticos hiperingeniosos les ha dado porque cada vez que quieren conseguir votos y resonancia nacional, proponen un referendo. Salen con el pecho hinchado a justificarse diciendo que la verdadera democracia es la que dicta ‘la voz del pueblo’ y que son las mayorías las que deben manejar el timón del barco.

Les voy a poner tres ejemplos de esos engendros de políticos ‘creativos’, que de lo recientes todavía están calientitos. El primero: la Corte Constitucional nos acaba de recordar que por allá en 2013, Miguel Gómez Martínez había encendido la maquinaria de la Registraduría y logrado que le aprobaran un referendo para revocar el mandato del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.

¿Sí se acuerdan? Petro llevaba solo un año en el Palacio Liévano y el entonces representante por Bogotá, con ganas de jugar a ser grande como sus antepasados Gómez –de rancia estirpe ultramontana y más azules que el azul de metileno—, convenció a por lo menos 350 mil ciudadanos para que con sus firmas se activara un proceso de referendo. Un proceso costoso que no se puede parar porque el excongresista decida que ya no, que ya pa’ qué. Pues bien, esas firmas se durmieron mientras observaban un deplorable espectáculo de maromas jurídicas y políticas, y ahora, cuando ya nadie las quiere, la Corte las despertó y nos dijo que había que hacerlas valer.

Y me faltan dos ejemplos de referendos propuestos últimamente: el segundo es de la senadora Paloma Valencia, a quien se le ocurrió proponer dividir el Cauca en dos, según la raza de sus habitantes. El tercero fue creación de Vivian Morales, quien consideró que lo mejor que le puede pasar a los niños es que la mayoría heterosexual decida si las parejas homosexuales pueden conformar familias ‘óptimas’, merecedoras de ser consideradas, en condiciones de igualdad, para adoptarlos.

Pero no son los únicos casos. Si entran a la página de la Registraduría Nacional se van a dar cuenta de que sólo en 2013 –no se han publicado datos de 2014— se propusieron 128 mecanismos de participación ciudadana en todo el país. La apabullante mayoría no prosperó, pero hicieron que la Nación gastara un cojonal de plata.

Esta nueva epidemia de ‘Referenditis crónica y metastásica’ que estamos padeciendo en Colombia tiene origen en una idea muy compartida por las derechas de este país: que ‘la voz del pueblo es la voz de Dios’; que si la mayoría decide, no están por encima ni los mandatarios, ni la ley. Según esta manera de ver la democracia, el consenso mayoritario justifica cualquier abuso y no hay límites, pesos y contrapesos que puedan detener la voluntad masiva.

En el otro lado de la moneda está lo que teóricos llaman la Democracia constitucional: según esta visión, la mayoría tiene límites en los derechos de las minorías, la garantía del disenso, el Estado de Derecho, la división de poderes y la separación entre las esferas públicas y privadas.

En realidad es un debate más viejo que el pan. Por defender cada uno su posición en este sentido se ‘mentaron la madre’ platónicos y aristotélicos, y de ahí para adelante, hasta ahora, lo seguimos haciendo. Rousseau decía algo así como que la voz de las mayorías lo podía todo y Montesquieu le refutaba alegando que de lo que se trataba era, precisamente, que nadie lo pudiera todo, ni siquiera el pueblo. De ese último lado estoy yo, si me permiten decirlo, porque creo que nadie está por encima de los derechos humanos de nadie, por ejemplo, y que los derechos sociales –salud, educación, subsistencia, seguridad social— son inviolables, aún por referendo.

No estoy diciendo que los mecanismos de participación ciudadana –referendo, consulta popular, cabildos, iniciativas populares, revocatorias— sean perjudiciales per se; no, al contrario: ¡Qué bueno que existan… pero bien utilizados! Y ¿cómo sería eso? Pues garantizando que se usen sólo para grandes temas que requieran de legitimidad pública, es decir, un sustancial apoyo de la población: la refrendación de un eventual pacto de paz en La Habana sería un buen ejemplo.

Otra manera de usar bien un referendo o una consulta popular sería evitando que el uso de estos mecanismos terminen fracturando a una sociedad, perjudicando al perdedor, golpeándolo. La sociedad debería recurrir al pueblo para que el país sea mejor después de la consulta, no peor. Les pregunto: ¿creen ustedes que la propuesta de dividir el Cauca en dos, uno para los indígenas y otro para los mestizos, une a Colombia? ¿Beneficia a unos u otros? ¿Colombia sería un mejor país si los indígenas estuvieran delimitados en un territorio para que allí ‘hicieran sus protestas y sus invasiones’, como argumentó la filósofa –ella es graduada en filosofía, no es ironía— Paloma Valencia?

Sigo preguntando: ¿será que creando una diferenciación entre familias ‘óptimas’ y ‘no óptimas’ garantizamos un mejor futuro para los niños abandonados por padres heterosexuales? ¿Será que la población homosexual, que es –bajita la mano— el 10% de este país, no va a sufrir un golpe por discriminación si le decimos que no está en igualdad de condiciones para garantizar el derecho de los niños a ser protegidos? ¿Debemos apelar a un referendo y gastarnos un montonón de plata para eso?
Los filósofos del Derecho llaman ‘Instrumentalización de la Democracia’ a esa práctica de usar las herramientas de la propia democracia para destruirla. Y eso es lo que están haciendo Paloma Valencia y Vivian Morales. Eso fue lo que hizo Miguel Gómez, que mató al tigre y ahora le corre al cuero. Todos ellos se llenan la boca de altivez porque apelan a la mayoría como gran juez de la sociedad, y se quedan en un concepto demagógico e ilusorio de democracia. Y además costoso: la gracia de Miguel Gómez le valdrá al país la pendejadita de 40 mil millones de pesos.

Y que no venga Gómez a decirnos que la culpa es de la Corte, porque aunque sí resolvió las cosas cuando ya no se necesita, fueron él y sus ganas de figurar los que nos metieron en este embrollo. Si Paloma, Vivian y Miguel quieren conseguir votos que no lo hagan con plata de nosotros. Y que no usen la palabra ‘democracia’ para acabar con ella.

Este artículo fue publicado inicialmente por el autor en el blog elojonuclear.co

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