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La mano que firmaba las columnas de Carlos Castaño

“Petro tiene a su ‘Springer’. No es ario como ella, sino morocho y bruto. ¿Cuánto le paga a Joaquín Robles para que le limpie la cara en SEMANA?”, trinó Ernesto Yamhure por mi artículo anterior.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
7 de diciembre de 2015

Ernesto Yamhure Fonseca fue hasta hace unos años una figura relevante de la derecha colombiana encabezada por Álvaro Uribe Vélez. Era un defensor a ultranza de las políticas del entonces presidente y sus artículos de opinión –que firmaba para El Espectador– desbordaban el afecto casi enfermizo por uno de los gobernantes más polémicos y controversiales de la historia política nacional. Yamhure Fonseca era algo así como una estrella del rock entre la horda de fanáticos que defendía, sin arrugarse, el pensamiento ultraconservador del mandatario antioqueño. Hablaba fuerte y no disimulaba su gran aversión por cualquier otra posición política que se saliera de los lineamientos dictados desde el centro que buscaba la refundación del país y que, en ese ejercicio macabro, había sembrado los ríos, valles y montañas de la geografía nacional de cadáveres.

A la sombra del “gran colombiano” su imagen creció como la espuma de una cerveza recién destapada. Esa santificación lo convirtió en un reconocido vocero y “digno” representante de la “mano firme y corazón grande” y en una pluma al servicio de un uribismo cuya sombra parecía gravitar en los cielos de la patria. La “mano firme” fue como la bendición papal que le permitió pasearse por las calles de Santa Fe de Ralito, Córdoba, por la época del proceso de desmovilización de las AUC con el gobierno de Uribe Vélez y compartir un vaso de whisky con los nuevos padres de la nación. El “corazón grande” era el sutil soplo de inspiración que le permitía opinar en las grandes cadenas radiales del país y firmar artículos para un diario que sufrió, precisamente, los desmanes de una violencia que no solo convirtió en escombros el edificio donde funcionaba, sino que también le dio muerte a su principal representante y cabeza visible.

Hasta septiembre de 2011, Ernesto Yamhure Fonseca, el “columnista” de El Espectador y opinante en varios programas radiales que abogaba a voz en cuello por las políticas siniestras de un gobierno considerado por los defensores de los Derechos Humanos del continente como el reivindicador del terrorismo de Estado –cuya policía judicial estuvo al servicio de las grandes mafias del narcotráfico y de un paramilitarismo salvaje que dio muerte a varios miles de colombianos, desapareció a otros miles y le arrancó sus tierras a millones– era solo eso: un “columnista” bravucón que no tenía –como se dice popularmente– pelos en la lengua para decir todo lo que sus intereses políticos le dictaban.

Hasta ese septiembre de 2011 las sospechas de que el opinante tenía estrechos vínculos con algunos miembros de las AUC empezaron a hacerse visibles. Una nota –publicada por el diario Un Pasquín– dejó en evidencia esa relación que hasta el momento podía catalogarse solo de conjeturas. La información, según el diario, fue hallada en una USB en poder de la Fiscalía General de la Nación y reveló que sus artículos publicados en el periódico de los Cano eran escritos a cuatro manos: las de él y las de Carlos Castaño.

En ese cruce de comunicación entre Yamhure y Castaño, develados por el organismo acusador, se puede leer:

“Le pido un favor: inserte un párrafo donde alerte a las AUC sobre la importancia del cumplimiento de su palabra ante la opinión pública de cumplir con el cese de hostilidades, que incluye abandonar definitivamente cualquier participación en actividades del narcotráfico, pues es lo que espera Estados Unidos. (…). Amigo, a mí me parece que así es más válido lo que usted escribe y muestra su línea crítica con todos los violentos”.

Por eso no me sorprendió, para nada, que el miércoles pasado a raíz de un artículo mío en este mismo espacio, el hombre que firmaba las columnas de Carlos Castaño y que hoy se encuentra asilado en Miami, gracias a los buenos oficios del “innombrable”, trinara un adefesio como este:

“¿La defensa bruta de Joaquín Robles Zabala a Petro es pagada con billetes o con monedas?”.

A los pocos minutos, emocionado quizá por su brillante aporte al desenmascaramiento de la venta de mis servicios como columnista, volvió a trinar:

“Petro tiene a su ‘Springer’. No es ario como ella, sino morocho y bruto. ¿Cuánto le paga a Joaquín Robles Zabala para que le limpie la cara en SEMANA?”

Lo peligroso de un personaje como este –así como de las señoras Paloma Valencia y María Fernanda Cabal– no radica solamente en la habilidad que tiene para poner a alguien en medio de un cruce de disparos, sino en repetir y dar como verdades mitos superados. Creo que el desconocimiento de los procesos históricos –y en este caso de los lingüísticos– deja ver las profundas grietas cognitivas y la profunda ignorancia que el señor tiene de ciertos hechos enmarcados en el desarrollo social de la humanidad. A esta altura dudo muchísimo que un intelectual que se respete se atreva a defender o hacer referencia a la “raza aria” por una razón sencilla que todo historiador de verdad y todo lingüista con cartón conoce: ella nunca existió; fue un mito enarbolado de estudios lingüísticos que la oralidad extendió a las mitologías nórtica y germánica. Es decir, el término 'aria' –o 'ario'– hacía referencia a la lengua, no a la raza. A la aparición de un idioma en fin, que dio origen a todos los demás que se hablaban en Europa y que los estudiosos bautizaron con el término 'indoeuropeo'.

Creo que la única persona que defiende la existencia de los arios como raza, además de Hitler y los miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, es este señor. Creo también que debería contarle al país sobre su estrecha relación con Carlos Castaño y la mesa de Santa Fe de Ralito que agrupó a toda la podredumbre paramilitar que cubrió de sangre la geografía nacional. Creo que debería informale a los colombianos cuánto le pagaba el sanguinario jefe paramilitar por los artículos que firmaba en su nombre para El Espectador y sus numerosas intervenciones en los programas radiales. El ladrón juzga por su condición, reza el adagio, y la verdad es que muchos colombianos, dentro y fuera de las fronteras, no entendemos por qué un señor como este, embadurnado de la sangre derramada por el paramilitarismo e investigado por la Fiscalía, no está preso. Habría que preguntárselo a Alejandro Ordóñez, el procurador de marras que defiende y absuelve a los parapolíticos y amigos cercanos del gobierno Uribe y persigue sin contemplación a los funcionarios de izquierda. Ahora se le ha dado por demostrar, contra todas las pruebas reunidas por la Fiscalía General de la Nación y los aportes hechos por numerosos testigos, que Jorge Ignacio Pretelt, el magistrado que cobra coimas para fallar tutelas, y su esposa, no son propietarios de las tierras que los paramilitares les robaron a los campesinos de Córdoba y Antioquia cuando los documentos registrados en las distintas notarías de la región dicen lo contrario. Pero esto, sin duda, será motivo de otra nota.

APUNTE: El abogado que defiende al magistrado de las coimas está convencido de que Gustavo Petro leyó su artículo de El Heraldo y que este me pagó para que asumiera su defensa en SEMANA. El abogado que defiende al magistrado de las coimas debe saber que la injuria constituye un delito según lo prevé el Código Penal Colombiano.

En Twitter: @joarza
E-mail. robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.