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Esta cumbre sí sirvió

Aunque algunos sectores de la opinión registraron con pesar los escasos logros de la Cumbre de las Américas, Enrique Serrano, experto en relaciones internacionales, asegura que los que esperaban más de la reunión piden demasiado, pues al contrario, superó las expectativas.

Semana
19 de enero de 2004

A pesar del escepticismo reinante, la cumbre extraordinaria ofrece inesperados resultados positivos. En primer lugar, el discurso sonoramente social primó en la cumbre de Monterrey, y dejó la sensación de que la voz de los gobiernos y sus preocupaciones más urgentes primaron, llenando las agendas de los encuentros y debates. En segunda instancia, la cumbre permitió poner en un escenario nuevo el tema del Alca, en donde el protagonismo de los pequeños actores, con todo y sus incongruencias, ha aumentado. Muchos aguafiestas profesionales dirán que el optimismo en estas materias es excesivo y que lo logrado no es suficiente. Piden demasiado. Los instrumentos políticos nunca significan resultados inmediatos ni pueden invertirse tendencias que han estado desviadas durante décadas. Los Estados Unidos tienen una nueva actitud hacia estas cumbres, y lo demuestra el hecho de que su protagonismo es menor, sus intenciones de incidir en el proceso no están tan claras ni son tan tajantes como en tiempos anteriores, y su disposición negociadora contempla aspectos y temas que tradicionalmente se habían dejado por fuera de las cumbres. Además, los asuntos de las Américas, antaño tan separados e incompatibles, nunca habían estado tan conectados, ni los intereses de la mayoría habían confluido tanto, en virtud de la urgencia latinoamericana por hallar soluciones a viejos problemas y avances para los nuevos. Las razones son diversas: de una parte, la lógica económica los ha obligado a pensarse en común, como región con magnitudes diversas pero problemas similares, y por otro lado, los procesos políticos internos de cada Estado empiezan a mostrar directrices comunes y una vitalidad nueva, plena de urgencias y contradicciones. Por ejemplo, las relativamente vagas preocupaciones por la pobreza y el desarrollo están dejando de ser teóricas, y los afanes por lograr metas concretas de corto y mediano plazo son la norma general. El antiguo tono bilateral a ultranza se ha debilitado y han aparecido en cambio dimensiones nuevas en materia de seguridad y desarrollo. Hay subregiones que tienen hoy criterios más maduros acerca de sus necesidades y desafíos. Los gobernantes andinos, por ejemplo, tienen un menú de prioridades muy similar, aunque el polémico presidente Hugo Chávez lo lleve siempre a límites peligrosamente inciertos. Es cierto que no es razonable hacerse muchas esperanzas acerca de los resultados de corto plazo del encuentro extraordinario, pero el desarrollo mismo del instrumento de la cumbre ha recobrado su validez como herramienta para sacar a la luz las inquietudes y hacer arreglos acerca de los muchos asuntos en juego en las Américas. Las cuestiones políticas presiden el juego, pero gran cantidad de asuntos técnicos y administrativos entran claramente en consideración en las reuniones preliminares y posteriores. En la cumbre de Monterrey se vio el compromiso de las partes por no salir con las manos vacías en materia de concluir acuerdos y acelerar procesos. No sólo se reúnen los presidentes, se reúnen también los ministros y los grupos directivos, los empresarios y los inversionistas, los consultores y los consejeros de alto nivel, las delegaciones técnicas, y la labor de cabildeo entre las partes adquiere un vuelo que antes no había tenido. En fin, en Monterrey se vio que mucha más gente se involucra en las cumbres, y que el impacto, no siempre positivo, en la opinión pública es objeto de mayores debates. Eso no quiere decir automáticamente que por este medio se logren siempre soluciones pertinentes y definitivas, pero al menos los problemas ya no son nuevos cuando los países involucrados lleguen a las decisiones más cruciales sobre los temas de interés general y particular. Es bueno y sano criticar las cumbres presidenciales, pero suponer por ello que son inútiles y no deben existir es caer en un ciego y peligroso reduccionismo. La América Latina de antaño se ha acercado a los Estados Unidos y a Canadá, y la implicación mutua llegará a ser tan alta que las cumbres del futuro tendrán que reflejar niveles de compromiso cada vez mayores y resultados más contundentes. Esto no se basa simplemente en la esperanza de que sea así por la buena voluntad o seriedad de los gobiernos, sino en la certeza de que los factores e intereses obligan a los estados a comprenderse y respetarse entre sí y a llegar a acuerdos claros y útiles para todas las partes. *Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia

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