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Estado social de derecho

Antes que modificar una Constitución moderna y progresista que aún no hemos desarrollado, necesitamos cumplirla y elegir funcionarios capaces de hacerla cumplir.

Rafael Rodríguez-Jaraba, Rafael Rodríguez-Jaraba
21 de abril de 2014

Tal y como estaba previsto, algunos mercaderes de la paz, pretenden ambientar la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente para permitir que narcoterroristas y paramilitares modifiquen a su antojo y bajo amenaza la Constitución Nacional, y obtengan impunidad a sus crímenes e inmunidad a sus despropósitos. Está bien que anhelemos la paz, pero una paz sin impunidad que no premie criminales y burle inocentes.
 
Me pregunto, ¿Hasta dónde llegará la indiferencia y tolerancia de nuestra perfectible democracia? El problema del país no es la Constitución; el problema es la corrupción, el narcoterrorismo, el paramilitarismo y la creciente concentración de la riqueza auspiciada muchas veces por el estado.
 
Antes que modificar una Constitución humanista, moderna y progresista que aún no hemos desarrollado, necesitamos cumplirla y elegir funcionarios pulcros, íntegros y capaces de hacerla cumplir.
 
La Constitución de 1886, que antecedió la actual, y que estuvo vigente más tiempo que cualquier otra constitución latinoamericana, sobrevivió porque no se aplicó durante varios años en que estuvo suspendida por el uso abusivo de la figura de Estado de Sitio y la conveniencia de los partidos hegemónicos, hoy por fortuna debilitados y agónicos, fruto de las componendas que recíprocamente se prodigaron.
 
En esencia, la Constitución de una nación debe garantizar la libertad y el orden, y antes que ello, la vida y la honra de los ciudadanos; y la actual Constitución Política de Colombia bien lo hace. Pero de qué sirve la Constitución y las leyes, si los funcionarios responsables de velar por su debido cumplimiento no lo hacen.
 
Es claro que la Carta del 1991 ensanchó la democracia, acercó a los ciudadanos a la política y creó espacios para la participación organizada de todo tipo de ideologías, vertientes y matices en la vida pública; prueba de ello son las decenas de movimientos y partidos emergentes que hoy hacen más pluralista e incluyente nuestra democracia.
 
En lo económico la nueva Carta fijó reglas claras para asegurar el desempeño eficiente y libre del mercado, sin limitar la regulación y vigilancia del Estado en orden a prevenir la concentración de la riqueza y la creación de estrechos círculos de poder, lo que sin duda alguna, constituye su mayor frustración, habida cuenta que desde su entrada en vigencia, ningún gobernante ha tenido el valor de evitarlo y antes por el contrario lo han favorecido e inclusive, auspiciado.
 
Si bien la Carta aún no ha sido desarrollada, su marco institucional señala un sendero inequívoco, orientado a tutelar los derechos fundamentales, redimir la confianza ciudadana, aumentar la capacidad de gestión de Estado en salud, educación, justicia y preservación del medio ambiente, dinamizar la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, y mantener el orden económico y social. Sus excesos o limitaciones bien se pueden corregir sin necesidad de una Constituyente. 
 
Por eso no caigamos en el distractor de una Asamblea Nacional Constituyente para fortalecer la Carta. Consolidemos el Estado Social de Derecho, observemos y acatemos la Constitución y las leyes, y elijamos funcionarios pulcros, íntegros y capaces, poseedores de ciencia, virtud y sabiduría, inspirados en hacer de Colombia una sociedad más educada, justa e igualitaria, en la que prime el orden, para poder garantizar la libertad y fortalecer la democracia.
 
In Memoriam. A Gabriel García Márquez siempre lo leí dos veces; primero para advertir sus geniales ocurrencias, luego para recrearme con ellas. García Márquez hacía monumental lo simple y simple lo monumental. Su prosa vivificante no me subyugó, quizás por haber leído primero la de Kafka; pero nunca dejó de extasiarme la inventiva ilímite de su mente y la ductilidad maestra de sus letras. García Márquez  honró la patria y remozó la esperanza nacional. Jamás entendí su amistad con los Hermanos Castro, y menos, su complacencia con la Dictadura Cubana; tampoco, su falta de apoyo a la educación colombiana. Paz en su tumba y honor a su obra. En su epitafio se debería escribir: Aquí yace un Grande; el mundo necesita Grandes.
 
*Consultor Jurídico y Corporativo. Director y Socio de Rodríguez-Jaraba & Asociados. Catedrático Universitario.

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