Home

Opinión

Artículo

Esto no es Vietnam

La superficialidad, la mala información y el tono despreciativo sobre colombia habrían ameritado que Kissinger hubiera contratado asesores

Semana
6 de agosto de 2001

Los colombianos estamos ‘jartos’ de que nos comparen con Vietnam. Se ha vuelto generalizada esta comparación cada vez que alguien quiere criticar el Plan Colombia, para sugerir que él es la puerta por la que Estados Unidos entrará a participar activa y directamente en el conflicto colombiano.

El último en caer en la comparación de Colombia con Vietnam fue el ex secretario de Estado Henry Kissinger, en un reciente libro que por cierto tiene un título bastante idiota: ¿Necesitan los EE.UU. una política exterior? (como si acaso existiera alguna posibilidad de que la respuesta fuera no).

En él, el doctor K, como lo llaman, declarándose muy preocupado “como alguien que prestó servicio en una administración que heredó la encrucijada de Vietnam”, hace un diagnóstico de la situación colombiana bastante elemental y equivocado en varios elementos: llama a esto una guerra civil —cuando en Colombia lo que hay es el levantamiento de 30.000 subversivos contra 40 millones de colombianos que los detestan—.

Pero como yo misma me preguntaba la semana antepasada en esta columna: ¿alguien entendió qué es lo que propone Kissinger frente al conflicto colombiano? Ni idea. Porque parece creer que la solución está en fortalecer al gobierno y a las Fuerzas Militares y en apoyar la diversificación de los cultivos de droga, pero al mismo tiempo critica el Plan Colombia, que contiene elementos para lograr todo lo anterior. Dice que no cree en la negociación, pero tampoco en que la solución sea militar. Dice que “ojo” con el entrenamiento de militares colombianos por parte de Estados Unidos —por lo de la vietnamización— pero después propone que el entrenamiento se haga en Panamá.

Francamente, la superficialidad, la mala información, el cinismo y el tono despreciativo de su análisis sobre Colombia habrían ameritado que este lobista internacional, asesor de los colombianos más poderosos, hubiera contratado a su vez a unos asesores que lo ilustraran sobre la complejidad de nuestro conflicto y le aconsejaran que si no tiene una idea mejor que la del Plan Colombia, no venga a dárselas de que puede orientar al actual presidente de Estados Unidos sobre qué hacer para resolver el embrollo colombiano.

En un libro llamado El lago en llamas, de Frances Fitzgerald, Kissinger podría encontrar razones muy sustanciosas para que en el futuro se abstenga de comparar a Colombia con Vietnam.

En primer lugar, porque no puede haber nada más disímil culturalmente que un vietnamita y un gringo (“la concepción del tiempo y del espacio de un vietnamita es, con respecto a un norteamericano, como la imagen invertida que da un espejo”, dice Fitzgerald), mientras que los colombianos llevamos más de medio siglo consumiendo cultura gringa y soñando con viajar a Miami. Porque aquí no hay medio país que se quiere apoderar del otro medio, sino un puñado que aspira a todo. Porque aquí no tenemos a un grupo de países, como en su momento Vietnam tuvo a los del bloque socialista, apoyando a una de las partes en conflicto, sino a una productiva industria, la del narcotráfico —de la que se abastecen los gringos— que sostiene el andamiaje subversivo. Porque Colombia es un país de ciudades, y no de aldeas, como Vietnam. Y es un país democrático, muy lejano del régimen confucionista, rígido y autoritarista (donde la política depende más de la voluntad del cielo que del hombre), que hacía de Vietnam una nación proclive al marxismo. Porque en Vietnam la población del sur, cuando no era indiferente, era casi proVietnam del norte. (“Abiertamente de noche, invisiblemente en el día”, dice Fitzgerald en su libro). En Colombia, en cambio, ninguna encuesta revela más de un 3 por ciento de apoyo del pueblo a la guerrilla. Y eso de noche y de día.

A este experto lobista internacional le serviría más por estos días asesorarse a sí mismo. Hace poco una horda de franceses furiosos lo sacó corriendo de París porque la historia le ha comenzado a cobrar ciertos pecadillos. Como haber demorado la paz con Vietnam varios años para que los demócratas perdieran las elecciones, o como su participación en la caída de Allende y su apoyo a los horrores cometidos bajo el régimen de Pinochet.

En lugar de ello, y a través de su libro —como dice el columnista Thomas Friedman en el suplemento literario de The New York Times— , el señor K intenta explicarnos cómo se debe manejar el mundo en siete capítulos. La indómita Colombia incluida.

ENTRETANTO... Y ahora... ¿Quién hará la paz entre los altos comisionados para la paz y el gobierno?