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ESTOY CON LOS MALOS

Es al congreso donde deben acudir los gobernantes para escoger lo mejor de su equipo con base en una experiencia pública y verificable.

Semana
17 de julio de 1995

UN PROYECTO DE ACTO LEGISLATIVO inspirado por el archicontrovertido senador Carlos Espinosa Facio Lince está a punto de levantar la prohibición de que los congresistas puedan ser nombrados ministros, embajadores, o, en general, en algún cargo público.
La prohibición fue establecida por la Constituyente, como consecuencia del mal ambiente que en la opinión tenía el Congreso. Recordemos que, prácticamente, la reforma constitucional fue inspirada en la meta de frenar los abusos de los congresistas con los auxilios y el turismo parlamentario, pero el sentimiento anticongreso condujo al extremo de imponerles a los congresistas un completo manual de inhabilidades e incompatibilidades suficientes para convertir la labor parlamentaria en la más aburridora y anquilosante del mundo, capaz de frenar el impulso de la carrera política más brillante del país.
Esta propuesta del 'malo' de Espinosa, secundada por otro 'malo' clásico como Jorge Ramón Elías Nader: alborotó de inmediato el espíritu de los 'buenos' del Congreso. Las voces de senadores como Eduardo Pizano, Claudia Blum, Juan Camilo Restrepo, Enrique Gómez y otros se levantaron para rechazar el proyecto de Espinosa, con el argumento de que la disposición permite volver a viejas prácticas como ocupar cargos públicos en retribución al ejercicio parlamentario.
El argumento de los 'buenos', si bien válido, no es suficiente para frenar esta reforma del Congreso. Y por eso en este punto tengo que confesarlo: estoy con los 'malos', por razones que pasaré a explicar a continuación.
Mientras en países como Gran Bretaña, cuna de la democracia, para ser un ministro del gobierno es requisito fundamental ser congresista en ejercicio, en Colombia los políticos de carrera tienen que retirarse del Congreso si quieren albergar la esperanza de serlo algún día.
Eso significa que, mientras en Gran Bretaña la vida de los políticos transcurre en una alternación entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo, en Colombia ambos poderes son excluyentes. Con ello la Constituyente quería una separación total de ambos poderes, entre otras cosas, como lo mencionamos atrás, para evitar que el Ejecutivo comprara al Legislativo a través del ofrecimiento de cargos, y para, en cambio, lograr un Poder Legislativo fiscalizador e independiente, sin compromisos e insobornable burocráticamente.
Hoy debemos admitir que el experimento no funcionó. La drástica decisión de la Constituyente ha desembocado en un Congreso frustrado y resentido, y de paso, en un presidente débil, que va no nombra ni alcaldes ni gobernadores, y prácticamente ni jefes de institutos descentralizados, y tampoco ministros y embajadores entre los propios congresistas, instrumento con el que antes contaba para alinear políticos -léase congresistas- en torno a sus objetivos políticos.
Pero, quizás el principal argumento a favor de levantar esta prohibición sea, como lo dice el presidente del Senado, Juan Guillermo Angel, que la meta no es meter la mayor cantidad posible de congresistas malos a la cárcel, sino lograr que llegue al Parlamento la mayor cantidad de congresistas buenos.
Para eso es necesario hacer del congreso un lugar atractivo para ejercer la política. Pero hoy por hoy ser congresista es tan poco importante, que los pocos de ellos que han logrado lucirse, sobresalir, hacerse a un nombre, lo primero que piensan es en rehacer sus vidas, porque la alternativa es pasarse la vida en una actividad en la que por lo general no se debate nada útil y donde tampoco pueden buscarlo a uno para nombrarlo en un cargo que pueda representar una meta política de interés.
Irónicamente, la única manera como un parlamentario puede lograr hoy que lo nombren ministro o embajador es salir derrotado en las elecciones parlamentarias.
El gabinete actual tiene varios ejemplos. Pero eso constituye un contrasentido de la política, además de que niega la realidad de que el Congreso constituye quizás la más importante escuela política que puede tener un país, y donde naturalmente deberían acudir los gobernantes para escoger lo mejor de su equipo, con base en una experiencia verificable y pública como lo es la del ejercicio parlamentario.
Todo parece indicar que esta reforma pasará, y que los congresistas podrán ser nombrados en cargos públicos si, una vez recibida la oferta de nombramiento, renuncian a sus curules.
Lo único que podría salir mal de ese experimento sería que, levantada la prohibición, terminen nombrando a Carlos Espinosa o a Jorge Ramón Elías Nader, los 'malos' impulsadores de esta buena propuesta, ministros.