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“Frontera con Venezuela, desarrollo regional, medios y posconflicto”

El interés poco usual que los medios colombianos han mostrado en la crisis fronteriza por los pobres y por los desplazados, no lo han tenido para visibilizar los desplazados del conflicto interno.

Semana.Com
9 de septiembre de 2015

Las relaciones con Venezuela se han visto gravemente afectadas en las dos últimas semanas por la crisis generada por la deportación de más de 1.000 colombianos residentes del lado venezolano de la frontera, en la invasión “Mi pequeña Barinas”. A los deportados se han sumado hasta el pasado fin de semana, alrededor de 10.000 personas más, que voluntariamente y presionados por el temor del maltrato a ellos y sus familias y de la posible deportación, han decidido abandonar Venezuela y reorganizar su vida en territorio colombiano.

Las deportaciones de estos colombianos con el argumento de que los expulsados son paramilitares y criminales, han generado una unánime condena por parte de los medios de comunicación colombianos. Las denuncias de mal trato por parte de los deportados; la marcación de sus casas con la letra D para indicar que éstas debían ser demolidas, siguiendo procedimientos típicos de los gobiernos fascistas; la separación obligada de familias que han quedado repartidas en los dos lados de la frontera; y todo el drama del desplazamiento de colombianos con sus enseres domésticos en sus espaldas hacia la ciudad de Cúcuta y de su instalación improvisada en albergues en esta ciudad, han sido temas profusamente cubiertos por los medios y el periodismo colombianos.

Ellos han llamado la atención también, con buena parte de razón, sobre las probables motivaciones electorales de esta decisión del gobierno venezolano, en medio de una coyuntura  en la cual el partido gobernante no parece asegurar las mayorías parlamentarias en las elecciones a realizarse en  diciembre de 2015.

La perspectiva que ha primado, sobre todo en los medios electrónicos, ha sido la visión nacionalista exacerbada, por no decir patriotera. Hasta la propia prensa escrita, usualmente más reflexiva y argumentativa, ha caído en una titulación predominantemente emocional. El domingo 30 de agosto en primera página El Tiempo tituló “Infame”, El Espectador,  “Indignante”, y la revista Semana: “Señor Maduro, Colombia se respeta”. Los informativos de la televisión comercial no han mostrado ninguna capacidad de trascender la información sensacionalista que explota el dolor y la incertidumbre de estos nuevos desplazados desde el relato más obvio y predecible, básicamente descriptivo, pero que no ofrece ideas y consideraciones para que el televidente pueda construir una visión no sólo menos elemental y emocional, sino más capaz de estimular una comprensión de los aspectos estructurales que están detrás de la crisis de la frontera. Si el periodismo sugiriera esas interpretaciones más complejas, tal vez podría contribuir a la solución diplomática de la crisis.

Si bien los abusos de la Guardia Nacional y de las autoridades migratorias venezolanas han sido muy evidentes, y era necesario mostrarlos, los medios colombianos poco han explorado la perspectiva y las razones del gobierno venezolano sobre los problemas de fondo que aquejan  a la frontera, generados por causas estrechamente relacionadas  con problemas estructurales no resueltos de la vida nacional y regional colombiana.  Unifuentismo, predominio de fuentes institucionales colombianas y ausencia de consulta a los mandatarios regionales y locales venezolanos de la frontera, es lo que vemos todos los días.

En la frontera con el hermano país actúan no sólo las FARC, el ELN y “Megateo”, derivación delincuencial del desmovilizado EPL, sino también  las bandas criminales de las Águilas Negras, los Rastrojos y Los Urabeños que intentan controlar las rutas del contrabando de droga, gasolina y mercancías.

Pensamos que los medios y el periodismo colombiano tienen que mirar también de manera autocrítica y autorreflexiva lo que sucede en la frontera y las responsabilidades propias por las tensiones que allí se viven y que se seguirán viviendo si no se resuelven estos problemas.

De un lado, tener en cuenta los problemas de la desmovilización de los paramilitares y las deficiencias en el manejo de ese proceso cuasi clandestino (comparativamente con los procesos de desmovilización de grupos guerrilleros que se realizaron en los 90), los cuales condujeron a la conformación de bandas criminales en la región, y a su desborde hacia el lado venezolano de la frontera. Aunque en aras de la verdad y de los matices, hay que recordar y reconocer también que el grupo de “Megateo” procede de una fracción del EPL que en la desmovilización de 1990, decidió marginarse del proceso.

El segundo aspecto, los problemas de la persistencia del conflicto armado y de tres organizaciones guerrilleras en la región fronteriza. Más allá de la perspectiva ideológica antichavista y ahora antimadurista que suele primar en los medios colombianos y sobre todo en la televisión, sería conveniente que desde el trabajo periodístico de campo se exploraran estas presencias guerrilleras con datos y fuentes serias, y no solamente ideológicas, en sus distintas formas de afectación sobre las relaciones fronterizas.

Un tercer problema tiene que ver con la precaria presencia histórica del Estado Nacional en la región y en las zonas fronterizas y la ausencia de proyectos de desarrollo regional y de las áreas de frontera.
Un cuarto problema tiene que ver con la corrupción de la clase política regional que despilfarra recursos ordinarios y de regalías petroleras o mineras, muchas veces en elefantes blancos que esconden inicialmente la corrupción y con el tiempo se vuelven auténticos símbolos, claramente identificados por todos, de esas malversaciones de los recursos públicos.

En la actual coyuntura de avance de los diálogos de paz de La Habana es inevitable relacionar todos estos problemas  con los posibles desarrollos  y eventuales encrucijadas del posconflicto armado.
El fin de la confrontación militar con las FARC y el ELN puede traer extraordinarias oportunidades de recomponer la gobernabilidad y la seguridad regional y de la frontera, pero entraña también graves riesgos para el crecimiento de distintas modalidades delictivas, sino se manejan bien los procesos de desarme, desmovilización y reincorporación (DDR), y si no se trabaja especialmente con ofertas de educación, de empleo y con propuestas culturales para jóvenes de sectores socialmente marginados, un grupo de alto riesgo en procesos de DDR.

Así que ese interés poco usual que los medios colombianos han mostrado en estos días de la crisis fronteriza con Venezuela por los pobres y por los desplazados (que no lo han tenido paradójicamente para visibilizar sistemáticamente como un asunto clave de la agenda pública los más de 6 millones de desplazados del conflicto interno), debería ser también noticia y objeto de interés y de cubrimiento periodístico en tiempos normales. Tal vez un cubrimiento permanente de estos asuntos de la pobreza y la exclusión, podría mostrar no solamente las causas del éxodo en los años recientes de miles de colombianos de la región Caribe y de los municipios fronterizos, hacia Venezuela, sino sobre todo, contribuir a generar una sensibilidad en la gente y en los grupos dirigentes nacionales y regionales, sobre la necesidad de construir una agenda seria y viable de política social.

Concluyo subrayando  la necesidad de diseñar con seriedad, con cuidado y con detalle, los procesos de reincorporación a la vida civil de los combatientes de las FARC.

Necesitamos generar en el posconflicto armado, para que lo sea efectivamente y no se vaya a quedar en el papel y se revivan los grupos armados, procesos de desarrollo integral de las regiones con oportunidades efectivas para los reincorporados y los excluidos de siempre (que son los que regresan de Venezuela).

Requerimos también de clases políticas regionales menos corruptas y más comprometidas con procesos de desarrollo económico, social y cultural de sus regiones.

Como todo esto no nos lo podemos “sacar de la manga” o por arte de magia, necesitamos una sociedad menos apática e indiferente, mejor informada, más participativa y actuante, y por ello más apta y capaz de presionar estos procesos de modernización y democratización política. Pero este tendrá que ser el tema de un próximo artículo.

*Historiador. Ph.D en Literatura Latinoamericana y Estudios Culturales Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania. Analista cultural y de medios de comunicación. Director Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales - IEPRI de la Universidad Nacional de Colombia.