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“Posacuerdo y culturas políticas: ¿hacia una mayor tolerancia o hacia nuevas intolerancias?”

¿Qué cambios se requerirían hoy para la reconciliación? Se necesita una mayor apertura desde las derechas en términos de capacidad de comprensión del mundo complejo de las izquierdas

Semana.Com
23 de septiembre de 2015

Uno de los desarrollos deseables del posconflicto armado luego de un eventual acuerdo de paz con las FARC y el ELN, tendría que ver con que, cerrado el largo ciclo de confrontación armada interna, con sus efectos de desconfianza e intolerancia, la sociedad colombiana podría iniciar un nuevo período de convivencia pacífica y respetuosa, ojalá creativa y renovadora, entre sus distintas tradiciones de cultura política.

Esa ruta hacia una mayor tolerancia no va a ser fácil, pues superado el conflicto armado, con sus efectos de monotematismo guerrerista en la opinión pública y con su dificultad para propiciar la construcción de una rica agenda social, que la guerra siempre desplaza, van a aparecer nuevas tensiones relacionadas con demandas sociales de sectores excluidos históricamente por el modelo económico dominante o afectados fuertemente por la confrontación militar y el desplazamiento forzado. Y el reto entonces va a ser cómo no estigmatizar esas nuevas expresiones.

Es claro que van a aparecer nuevas ciudadanías rurales, no solamente ligadas a las bases sociales regionales de las FARC y el ELN, sino a otros sectores sociales campesinos, indígenas, afros y de colonos, excluidos por el abandono histórico del campo. Los medios y el periodismo podrían jugar un papel clave en el cubrimiento de las recomposiciones de la vida rural colombiana en el posacuerdo, saldando así su deuda histórica en términos de descuido y desatención hacia la vida y los dilemas de las sociedades campesinas.

La eventual terminación de la guerra y la búsqueda de caminos para la reconciliación nacional le plantean fuertes retos y transformaciones profundas a las culturas políticas colombianas.

Junto a tradiciones liberales de pluralismo, tolerancia y de respeto al otro, que han estado también presentes en la cultura política colombiana como parte de su herencia democrática, el país ha tenido unas fuertes tradiciones de intolerancia y exclusión de quienes piensan distinto. Ancladas en vertientes extremas del conservatismo, en una iglesia católica con fuertes tendencias antimodernas durante buena parte del siglo XX, pero también en sectores retrógrados del liberalismo muchas veces más conservadores que los propios “godos”, se han mantenido en la cultura política fuertes valores y actitudes de anticomunismo y antiizquierdismo. En la década de los 90, en un equipo de investigación orientado por el historiador Fernán González, en el Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP, estudiamos a profundidad esas intolerancias políticas colombianas, tanto en las derechas como en las izquierdas. Sobre estas últimas constatábamos que a menudo reproducían en sus discursos y prácticas políticas, intolerancias y exclusiones similares a aquellas de las cuales eran objeto por parte de las derechas políticas y religiosas. En ambas tradiciones encontrábamos que tales actitudes intolerantes y excluyentes estaban íntimamente ligadas a concepciones cerradas de la verdad y del conocimiento. Las conclusiones de estas investigaciones quedaron plasmadas en seis números de la revista Análisis de dicho centro de investigación, publicadas entre 1988 y 1992, que vistos retrospectivamente, pueden servir como insumo para retomar iniciativas de formación en cultura política democrática o formación ciudadana, indispensables en el posacuerdo.

En nuestra historia reciente, el uribismo trajo consigo un nuevo régimen de exclusiones simbólicas y verdades dogmáticas, y una relectura de la historia en clave antiizquierdista y en ocasiones antiliberal, que revivió viejas tradiciones de anticomunismo, adobadas con un discurso ideológico barato y de fácil digestión para públicos políticamente incultos, alrededor de la amenaza supuesta del “castro-chavismo” en el país. Este discurso, se nutría también, sintomáticamente, de los ideales de orden social basado en la religión, inscritos en la Constitución de 1886, y se expresó en unas puestas en escena concordantes con ese espíritu: recuérdese el patetismo del ex presidente Uribe, arrodillado frente al cuerpo embalsamado del beato Marianito para agradecerle el éxito de la “Operación Jaque” frente a las FARC, o la invocación casi bíblica, en 2008, frente a la figura de la Virgen de los Remedios en Riohacha, para que “calmara su cuerpo en llamas”.

¿Qué cambios se requerirían hoy para la reconciliación? Diría que se necesita una mayor apertura desde las derechas en términos de capacidad de comprensión del mundo complejo de las izquierdas, a menudo reducido a estereotipos y visiones estigmatizantes. Así como hay un mundo complejo de sectores sociales y políticos dominantes o hegemónicos en el país, muy fragmentado y diverso (empresarios liberales y conservadores derechistas y “mano dura”; industriales conservadores progresistas y con vocación social como el fallecido Nicanor Restrepo; políticos liberales y conservadores civilistas, partidarios del pluralismo y la tolerancia; caciques regionales clientelistas de cuño tradicional; políticos nacionales y regionales, proclives a las alianzas con sectores paramilitares; y también narcopolíticos, entre otros), la izquierda colombiana evidencia también un amplio espectro de fracciones y posiciones políticas. De un lado tenemos un Polo Democrático civilista, con tendencias internas, algunas muy caracterizadas y con una historia importante como subculturas políticas, como el MOIR, del senador Robledo, movimiento que jamás le apostó a la lucha armada. También una organización histórica como el Partido Comunista, nacido en 1930, inscrito en las tradiciones del comunismo prosoviético, y que se ha mantenido como organización política a pesar del derrumbe del socialismo y de la Unión Soviética. Así mismo, una Unión Patriótica que ha renacido recientemente, luego de años de persecución y exterminio de más de 3.000 de sus militantes en un verdadero “partidicidio”, como lo denominó el profesor Francisco Gutiérrez hace algunos años. De otro lado, están los Progresistas de Gustavo Petro y una centro izquierda nucleada alrededor de un sector del Partido Verde. Por el lado de los movimientos sociales tenemos al Congreso de los Pueblos y a la Marcha Patriótica, esta última con un perfil más rural. A este variopinto mundo de la izquierda se sumarían con una eventual dejación de armas y reincorporación a la vida civil de las FARC y del ELN, nuevas vertientes de cultura política de izquierda. Cualquier analista atento conocedor de esas culturas y subculturas políticas tiene que reconocer que la izquierda colombiana está lejos de constituir un universo homogéneo y sí más bien un conjunto muy fragmentado y diverso que no puede expresarse hoy en lógicas políticas unificadas. Esas izquierdas fragmentadas expresan también las dificultades de la sociedad colombiana para configurar formas de acción colectiva.

Frente a los grupos políticos dominantes, la diferencia está en que esta diversidad de agrupaciones y culturas políticas de izquierda no son visibles para la sociedad, en la medida en que los medios de comunicación dominantes no solo no las muestran, sino que han construido un discurso históricamente descalificador de la izquierda, asociándola en su conjunto a la acción guerrillera, a la violencia y al desorden. Hay que tener en cuenta también que contemporáneamente (la excepción serían la revista Alternativa en los años 70, el Noticiero AM-PM de la Alianza Democrática M-19 en los 90 y Canal Capital durante la administración Petro), la izquierda, por exclusión política, por falta de vocación empresarial o por incomprensión del valor político y cultural de la comunicación social, ha carecido de espacios mediáticos para expresar sus puntos de vista y para visibilizar socialmente esa diversidad.

La izquierda colombiana no sólo hizo un aporte muy importante desde sus vertientes intelectuales, a la comprensión del país en los años 60 y 70 desde los estudios sobre la formación social colombiana. En la vida intelectual y en la jurisprudencia figuras como Antonio García, Gerardo Molina o el magistrado Carlos Gaviria, hacen parte del patrimonio de los colombianos en las ideas y la jurisprudencia. La izquierda estuvo también presente en el Teatro Experimental de Cali, TEC, pero también en la experiencia del Teatro Popular de Bogotá, TPB y el Teatro La Candelaria. Los grupos de estudio, los cineclubes con su asimilación del cine universal en sus distintas escuelas (neorrealismo italiano, nueva ola francesa, etc.) y como espacios de configuración de una cultura crítica, le deben mucho a la sensibilidad de izquierda. La literatura y el cine colombianos fueron también estimulados por los premios y espacios de diálogo latinoamericano de Casa de las Américas y del ICAIC en Cuba. La canción protesta y los idearios éticos y estéticos de las izquierdas colombianas y latinoamericanas se nutrieron también de las canciones de Mercedes Sosa, de la lírica de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés y de otros representantes de la Nueva Trova Cubana. Un elemento no menos importante de la sensibilidad de izquierdas ha sido el interés por la justicia social y las relaciones de equidad. Todas estas contribuciones culturales y políticas a la democratización de la sociedad, tendrían que reconocerse en el posacuerdo, en un escenario renovado de diálogo respetuoso y de reconocimientos políticos y culturales.

*Historiador. Analista cultural y de medios de comunicación. Ph.D en Literatura Latinoamericana y Estudios Culturales Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania. Director Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales - IEPRI de la Universidad Nacional de Colombia.

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