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Fidel, el gran farsante latinoamericano

Su revolución no sólo trajo muertes y tragedias a la región. Nos embaucó por el camino equivocado.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
29 de noviembre de 2016

“Complot encubierto de la CIA para esperar a que Fidel Castro muera de viejo es exitoso”, tituló el portal Beaverton.com. El medio satírico cita a un vocero de la CIA: “estamos orgullosos de anunciar que nuestros 53 años de paciencia dieron fruto”. Se dice que la operación, que habría sido concebida en 1963 durante la administración del presidente John F. Kennedy bajo el nombre de “Resignarnos y deje que ocurra”, fue elogiada por anticastristas por su visión de largo plazo.

Lo anterior es puro cuento, al igual que la leyenda de que Fidel Castro sobrevivió a más de 640 atentados contra su vida. Forma parte del mito que él mismo construyó. Como cuando convenció al corresponsal de New York Times, Herbert Matthews en febrero de 1957, que comandaba a centenares de rebeldes desde la Sierra Madre (eran 20). Y éste, publicó esa información en la primera página de su diario. Esa mentira, de la cual luego hizo alardes el dictador, fue fundamental para el reclutamiento y la consecución de fondos.
No fue la única. Fidel Castro fue, ante todo, un embustero, cuya revolución le hizo un incalculable perjuicio a generaciones de latinoamericanos. Con Fidel se romantizó la perversa idea de que levantarse en armas era una opción recomendable; que acudir a la ilegalidad era paradójicamente legítimo. Que la violencia era el único camino para el cambio político. Miles de personas sacrificaron sus vidas queriendo replicar el éxito castrista. Centenares de miles inocentes más murieron como consecuencia de esa búsqueda. Ese baño de sangre que se esparció por varios países de América Latina en los 60s, 70s y 80s tuvo en el régimen de Fidel Castro su pecado original.

Los colombianos le debemos a Fidel el Ejército de Liberación Nacional, el M-19 y también las Farc; todas esas guerrillas pensaron, erróneamente, que replicarían la revolución cubana. Que el pueblo los recibiría con algarabía a su entrada triunfal a Bogotá. Falsa promesa. El único lugar donde fueron bienvenidos fue en La Habana, donde se instaló la fábrica de guerrilleros.

La violencia revolucionaria no fue la única herencia que dejó Fidel Castro, también nos legó a los latinoamericanos una visión del mundo anacrónica, subdesarrollada, basada en el concepto irracional de la dignidad. La dignidad no genera progreso, la dignidad no alimenta a los pueblos. Más aún, la dignidad castrista es otro cuento chino.

Desde 1960 nos han vendido la imagen de una Cuba anti-imperialista, la defensora de la independencia de América Latina y un estandarte de la libre autodeterminación de la los países. Ni lo uno ni lo otro. Durante sus primeros 30 años, el régimen de Fidel fue un satélite (colonia) de la Unión Soviética. Y lejos de permitirle a sus hermanos latinoamericanos decidir sobre su futuro -que era la práctica intervencionista que tanto le criticaban a Estados Unidos-, Cuba se inmiscuyó en la política interna de casi todos. Qué hipocresía.

Quizás el peor invento de Fidel Castro -que fue aceptado por muchos- es que el atraso cubano se debió al embargo estadounidense y no a sus equivocadas políticas. Afortunadamente para la humanidad -mas no para los venezolanos- pudimos presenciar la filosofía castrista aplicada al detalle en Venezuela y sin límites de recursos. Fue toda una clase en cómo destruir riqueza en un dos por tres.

Esa lección aplica a toda la exportación de la revolución castrista: décadas perdidas para una región como América Latina que no se podía dar ese lujo. Quedamos en el último vagón del tren.

Llama la atención los pocos líderes mundiales que asistirán al entierro de Fidel Castro. No quieren untarse del tirano. Fidel dejó de ser referente hace rato para la mayoría del mundo. Menos para América Latina. He ahí nuestra tragedia.

En Twitter Fonzi65

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