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Francia y la constitución de Europa

Mauricio García V. explica las razones del agitado debate político en Francia con motivo del próximo referendo sobre la constitución europea.

Semana
15 de mayo de 2005

En algo más de dos semanas los franceses deberán decidir, por referendo, si aprueban o no un proyecto de constitución para la Unión Europea. Otros países, como Alemania, utilizarán la vía más reposada de una decisión parlamentaria. En Francia, en cambio, los ánimos están agitados y desde hace dos meses no se habla de otra cosa que de la suerte de este proyecto; y ello se entiende si se tiene en cuenta que los partidarios del 'sí' y del 'no' están empatados en las encuestas y que de ganar el del 'no', Francia pasaría de ser el inspirador y líder de la construcción europea a ser su verdugo. Como sugiere un columnista, es posible que los historiadores de mañana puedan escribir que el fracaso de Europa fue ocasionado por el mismo país que la inventó. Pero, ¿cómo se puede llegar a semejante paradoja?

Lo primero es que la oposición a la constitución europea se alimenta en buena parte de la enorme dificultad para enmarcar los argumentos a favor y en contra dentro de la diferencia clásica entre la izquierda y la derecha, que en Francia, más que clásica, es una distinción sagrada. Todos los partidos tienen enfrentados a sus electores y también a sus líderes. Existen tendencias, claro, pero no más que eso.

Los defensores del 'sí' tienen esencialmente dos argumentos. El primero es que la única manera de mantener un país fuerte en el contexto internacional actual es a través de una alianza entre países europeos -ahora son 25 y representan 480 millones de habitantes- que puedan enfrentar los desafíos económicos y políticos por venir de los Estados Unidos y de la China; y el segundo es que la creación de Europa ha traído grandes beneficios en materia económica, cultural y política, pero sobre todo ha consolidado la paz en un territorio que históricamente ha sido escenario de guerras sin tregua.

Por su parte los partidarios del 'no' sostienen, en primer lugar, que la constitución europea no es otra cosa que un paso más en el desarrollo de un proyecto neoliberal de ampliación del mercado económico que domina en Europa desde hace casi dos décadas. Ese mercado no es visto con buenos ojos ni por los comunistas, por razones obvias, ni por la extrema derecha, que considera que éste atenta contra la industria francesa. En segundo lugar, una buena parte del 'no' de izquierda considera que Europa es más un mercado que una entidad política y que las instancias de decisión en Bruselas están alejadas de la democracia y de los intereses el los pueblos. En tercer lugar, los partidarios del 'no' piensan que la idea misma de Europa es un embeleco que sólo debilita la posición de Francia al diluir su identidad cultural, económica y política en una entidad amorfa y sin carácter que comunistas y nacionalistas desprecian.

Parte de la confusión de los electores radica en lo siguiente: en el debate se plantean problemas de dos tipos. Algunos son socioeconómicos -como por ejemplo, ¿es la constitución neoliberal o social?-, mientras que otros son problemas relativos a la identidad política -como por ejemplo, ¿la identidad de Europa incluye a Turquía? ¿Hasta dónde puede agrandarse el mercado sin afectar seriamente la identidad europea?-.

Una de razones por las que el electorado está tan dividido es porque las posiciones frente a ambos problemas no son simétricas. Es decir, los que son progresistas en economía no necesariamente lo son en asuntos de identidad. Alguien puede ser progresista, o de izquierda, en materia económica -porque, por ejemplo, está de acuerdo con una política favorable al fortalecimiento de la seguridad social-, y conservador, o de derecha, en materia de identidad, porque por ejemplo se opone, por razones culturales, al ingreso de Turquía a la Unión Europea. El partido comunista y la extrema derecha, a pesar de sus diferencias bíblicas, están de acuerdo en decir 'no' a la constitución en el referendo; sin embargo, el primero lo hace por motivos de economía mientras que el segundo, por razones de identidad nacional.

Ante los riesgos de que el proyecto europeo colapse en Francia, muchos de sus defensores estiman que se cometieron dos errores políticos graves. El primero es haberle puesto el nombre de constitución a algo que tiene más la naturaleza de un tratado. Con sus casi 450 artículos y su contenido técnico y detallado, el proyecto se entiende mejor como uno más de los tratados que han ido construyendo la Unión Europea (Roma de 1957, Maastricht 1992, Amsterdam de 1997 y Niza 2001) que como una verdadera constitución. Desde luego, el momento en que un tratado internacional se convierte en una constitución no está definido por nadie y es más una cuestión convencional.

El segundo error está íntimamente ligado al primero y consiste en haber sometido a referendo dicho tratado cuando su discusión era difícilmente inteligible por fuera de una comisión de expertos. Es cierto que a la Unión Europea le falta participación democrática y que la burocracia de Bruselas es con frecuencia agobiante y autoritaria para el ciudadano del común. Sin embargo, el referendo no necesariamente es la solución para remediar este déficit de democracia. Mientras más intrincada y difícil es la discusión política de un asunto -y este es el caso del proyecto de constitución europea-, menos adecuado es el referendo y más eficaz, la discusión parlamentaria.

Los ciudadanos se forman una opinión de la constitución según su percepción del impacto social y económico que ella tendrá en sus vidas. El problema es que en este caso dicha percepción es más intuitiva que objetiva. El impacto real de la constitución nadie lo conoce con certeza, ni los burócratas más encumbrados de Bruselas, ni los constitucionalistas más finos de París o de Berlín. Ante la incertidumbre, las especulaciones reinan, alimentadas por los ánimos políticos del momento, poco favorables al gobierno actual. Así, el debate constitucional, demasiado difícil, es reemplazado por el debate político, demasiado tentador. Las certezas políticas de la coyuntura sustituyen las dudas estructurales del futuro constitucional.

Al exagerar la importancia del acto y al someterlo a referendo, el proyecto se salió de madre y se convirtió en un plebiscito al gobierno. Así, el pueblo francés está a punto de decirle 'no' al proyecto de construcción de Europa, queriendo simplemente decirle 'no' al presidente Chirac y a su primer ministro Raffarin. A la grandilocuencia política se responde con el radicalismo popular. (Guardadas todas las proporciones.. ¿no fue algo de esto lo que condujo al fracaso a la Revolución Francesa?)

Para nosotros, en cambio, demasiado cerca de los Estados Unidos -"y demasiado lejos de Dios", como dirían en México-, el fortalecimiento político de la Unión Europea nos conviene. La creación de un presidente del Consejo Europeo designado para un período de dos años y medio y con pleno derecho a llevar la vocería de la Unión en los estrados internacionales, la imposición de mayorías cualificadas para una larga serie de materias que antes requerían de la unanimidad y el fortalecimiento de las funciones del Parlamento europeo, son todas medidas contempladas en la 'constitución' y que sin duda fortalecen la presencia política de la Unión Europea en el mundo. Su aprobación permitiría avanzar en el proyecto de construcción de lo que algún día podría llegar a ser los Estados Unidos de Europa. A falta de un gobierno universal y democrático, la consolidación de Europa como potencia mundial es algo deseable y en todo caso menos malo que el sistema actual de predominio de un solo país.

*Investigador de Derecho, Justicia y Sociedad

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