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Fredy, el ‘Alemán’ y el olvido

Gustavo Salazar le rinde homenaje a Fredy Gallego, una de las víctimas de el ‘Alemán’, jefe paramilitar que dejara las armas esta semana.

Semana
13 de mayo de 2006

Conocí a Fredy Gallego en 1997 como vocero de las comunidades desplazadas de Chocó, y luego, como desplazado nuevamente desplazado por las amenazas de los paramilitares que actuaban en Urabá. Inteligente, vivaz, alegre, sonriente, era un joven amable, del campo, que había aprendido la solidaridad en la vida cotidiana y la había convertido en uno de sus mandamientos, en el leit motiv de su trabajo, muy cercano a la parroquia. Por eso, cuando los paramilitares, comandados por Castaño y el ‘Alemán’, entraron en sus veredas, cuando el Ejército bombardeó sus campos y cuando las Farc se atrincheraron en sus sementeras, no dudó un instante en tomar la vocería de los más de 5.000 desarraigados que entonces ni siquiera tuvieron el derecho de huir libremente y fueron confinados en el más gigantesco campo del oprobio: Pavarandó.

Fredy, desplazado, luego como vocero amenazado, nuevamente desplazado, buscó salvar su vida en Bogotá, pero los años que estuvo en la ciudad y en el frío, convirtieron a este chilapo de ojos verdes, grueso y locuaz, en un ser silencioso, triste y taciturno. Entonces, cuando su piel y su espíritu se fueron tornando verdes, verdes de la tristeza, decidió regresar a Chocó, a pesar del riesgo que corría, pues no soportaba vivir de la nostalgia, del sueño lejano de los ríos y sin el murmullo de las selvas. Llegó a Nuquí, dominio del ‘Alemán’, tal vez en 2000 o en 2001, no lo recuerdo; allí se creyó a salvo y empezó a hacer su vida cotidiana, cerca de la selva y el mar, acariciando la tierra, pero, sólo unas semanas después de su arribo, fueron a buscarlo a su casa y lo desaparecieron; su delito, como el de muchas víctimas: haber tenido la dignidad para reivindicar sus derechos, y no convertirse en simple beneficiario de precarios favores gubernamentales.

Lo amarraron, lo arrastraron, lo humillaron, lo torturaron y luego lo mataron. No quiero siquiera imaginar los gemidos en vez de sus carcajadas, el llanto del indefenso o el gemido agonizante, no quiero imaginar el dolor de ninguna víctima, pero no puedo evitarlo. El cuerpo de Fredy apareció, luego, destrozado y con la dignidad pisoteada; de su cuerpo dislocado, sus verdugos, en el último acto de infamia, habían hecho colgar jirones de un camuflado militar, tal vez en su afán de justificar tan vil asesinato.

Jean Amery, una de las víctimas más conocidas en la literatura internacional, escribía que “quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar. La ignominia de la destrucción no se puede cancelar… en el torturado se acumula el terror de haber experimentado al prójimo como enemigo”. A pesar de tanto sufrimiento, jamás oí una palabra de venganza salida de la boca de Fredy, jamás lo vi enaltecer la guerra, pues como víctima sabía de su dolor, pero tampoco estaba dispuesto a que tanta sevicia fuera olvidada. Luego de la tortura, a Fredy no le quedaba más que cerrar los ojos y morir, como el poeta Miguel de Unamuno en 1936, entonces rector de la Universidad de Salamanca y quien, luego de escuchar el discurso de muerte y sangre pronunciado por el falangista y minusválido Millán Astray, afirmó, refiriéndose a éste: “Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.

Fredy es una de las miles y miles de víctimas de esta guerra, una de las miles de víctimas de los paramilitares y una de las miles del ‘Alemán’. ¡Ah paradoja¡, el posible victimario tiene el nombre de la víctima, Fredy, Fredy Rendón Herrera. El ‘Alemán’, comandante paramilitar en Urabá, Antioquia y Chocó desde hace años, máximo jefe del Bloque Élmer Cárdenas, apareció esta semana, habló del proceso con el gobierno, de los cultivos de palma e hizo referencia a los empresarios antioqueños y en especial a una familia de transportadores que tiene más de 20.000 hectáreas entre la Panamericana y Ríosucio. De la muerte de Fredy Gallego, obvio, ni una palabra, ese muerto no importa o no lo recuerda, o lo niega, como no importan los cientos de víctimas enterradas en la manigua chocoana o que flotaron por el río Atrato hasta el mar, para diluirse y no existir como víctimas.

La guerra en Urabá no fue sólo contra las Farc, fue ante todo una oportunidad para hacer negocios, para expoliar a cientos de comunidades negras, de chilapos e indígenas asentados en zonas madereras o susceptibles de grandes proyectos económicos; la guerra fue, y desde los 80, por el negocio de la droga y las tierras compradas por narcotraficantes, como la masacre de Honduras y la Negra en 1988; la guerra fue por el poder local, por el control de alcaldías y concejos, la guerra fue por muchas razones.¿Dirá la Comisión alguna verdad sobre el verdadero sentido de la guerra? ¿Dirá alguna verdad, algún nombre de alguno de los empresarios que sacaron provecho de este conflicto en dicha región? ¿Dirá algo de los 60.000 desplazados de Urabá entre 1996 y 1998, hoy dispersos en el país y tratados como pobres históricos?

Al leer y releer lo dicho por el ‘Alemán’, busqué una sola expresión o una palabra que me permitiera entender cómo es posible un proceso de paz sin el debido arrepentimiento, sin el verdadero deseo de reparación por parte de los victimarios. Ardua labor, al leer y releer a los comandantes paramilitares, encuentro que en su discurso las víctimas son ellos; la venganza, su razón; la guerra justa y las muertes, necesarias. Sólo una frase reavivó mi esperanza, sólo una: El ‘Alemán’ planteó la necesidad de la verdad.

El actual proceso de paz con los paramilitares no se ajusta a los principios internacionales en contra de la impunidad, ignora la esencia de lo estipulado por Joinet y complementado por Diane Orentlicher, como parte de un trabajo de la ONU. Hay que decirlo categóricamente: el actual proceso es más impunidad que justicia, es más olvido que verdad, es amnistía aunque se utilicen múltiples eufemismos, es más, se podría afirmar que es impunidad jactanciosa, impunidad desafiante, o ¿cómo entender que las noticias que nos llegan de Mancuso se limiten a su liposucción o a otros eventos sociales y no a su comparecimiento en un Corte, compelido por la justicia o dando la cara a sus víctimas? ¿Cómo el gobierno habla, sin que ello genere ninguna reacción, de que tan solo 900 o 1.000 de los 31.000 desmovilizados tienen proceso? ¿Por qué se afirma que dicha situación va a promover la confesión, si no hay alicientes ni razones para hacerlo? ¿No recuerda el Comisionado que igual situación se vivió en 1990 con los entonces desmovilizados grupos paramilitares del Magdalena Medio y Caucasia y nadie confesó nada? ¿ A qué concepto de verdad se ciñe el proceso? No lo sabemos, tal vez a ninguno, ni siquiera al mínimo, el de la verdad procesal en un país en donde la ineficiencia de los órganos y los aparatos investigativos, por incapacidad o complicidad, es histórica.

Se afirma que el perdón es el precio que se paga por la paz. ¿De qué tipo de paz nos hablan? ¿De qué tipo de perdón? ¿Acaso puede el Estado arrogarse la potestad de perdonar sin el consentimiento de la víctima? ¿Quién dijo que perdón es olvido? ¿Tiene el Estado el poder inalienable de perdonar por encima de la víctima, más allá de la víctima, sin tenerla en cuenta? ¿Acaso garantiza este proceso que esto no volverá a suceder? Lo dudo, los paramilitares se reorganizan, si es que alguna vez se desorganizaron, controlan Cúcuta, Guaduas, Medellín, muchos municipios más, como antes del proceso, y sus acciones cada vez se asemejan más a las de antes. Masacres en Salgar, Antioquia; Meta, en Bogotá, en Buenaventura. Asesinatos y amenazas en Santa Marta, Cartagena, Barranquilla. Con el tiempo, seguramente, sus excesos serán más notorios, como notorios los cientos de homicidios ejecutados en los últimos meses.

Justicia para las víctimas, atención para ellas pues, como dice la experta Nancy Rosenblum, “ninguna ley natural garantiza que el tiempo cure todas las heridas. El ciclo de crueldad es una dinámica destructiva que se pone en movimiento por la memoria de daños anteriores, de un pasado tormentoso”. Tal vez, coyunturalmente, disminuya la violencia, un tanto más, pero estoy seguro de que si no se atiende el daño sufrido por los individuos y las comunidades, éste puede volver a alimentar el fatal ciclo de la violencia, los ejemplos históricos e internacionales sobran, y ¿en dónde queda la verdad?

La muerte de Fredy, seguro, nadie la confesará, no hay razones para que lo haga ninguno de los 30.000 desmovilizados que no tienen causa penal en su contra; su caso, seguramente, no existirá en este proceso, de hecho, ya no molesta, Fredy es olvido, la única, la poca tierra que logró recuperar es la que lo abraza en su tumba para hacerse tierra con ella. Finalmente. Fredy regresó a su Chocó querido, y hace parte de él y éste fue su último acto de su grandeza. In memoriam.


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