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FUJIMORI, MODELO PARA ARMAR

LA DICTADURA POLITICA ES LA CONTINUACION DEL NEOLIBEALISMO ECONOMICO POR OTROS MEDIOS

Antonio Caballero
18 de mayo de 1992

EL AUTOGOLPE DE FUJIMORI EN EL PERU es natural: es la prolongación previsible de la política del "Fuji-shock". Parodiando a Clausewitz, que explicó que la guerra no es sino la continuación de la Política por otro medios, puede decirse que la dictadura política es la continuación del neoliberalismo económico por otros medios.
En el caso peruano el tránsito fue rápido porque Fujimori había sido elegido precisamente contra la política económica que decidió aplicar desde el poder. El neoliberalismo era lo que proponía su adversario Vargas Llosa, y contra él votaron los peruanos, unidos fujimoristas de "Cambio 2000" y populistas del APRA para detenerlo en la segunda vuelta electoral. Al hacer suya la propuesta de su adversario derrotado, Fujimori se encontró sin ningún respaldo político propio para sacarla adelante: sólo le quedaba el Ejército.
(El cual, por otra parte, sólo lo apoyó porque le conviene la dictadura para sus propios objetivos: la guerra sin control contra Sendero Luminoso; pero pronto dejará de necesitar para eso la fachada de un civil, y entonces ya veremos). De modo que, apoyado en el Ejército, Fujimori asumió la dictadura.
El tránsito peruano ha sido el más veloz, pero no será el único: es un modelo. Porque en todas partes las premisas son las mismas. El neoliberalismo es hoy la única propuesta vigente en el mundo, desde los Estados Unidos hasta la China todavía llamada "comunista". Se aplica en Suecia, en Corea, en Chile, en Marruecos, en la India, en Inglaterra, en Egipto, en España, en Kuwait, en el desventurado Haití, en Etiopía, en México, en Irán, en el Brasil, en Rusia, en Bangladesh, en Turquía, en Checoslovaquia, en Francia, en Colombia. La privatización de la economía, la desregulación, la apertura la libertad de mercado, constituyen el "Nuevo Orden Mundial" de que habla el presidente norteamericano George Bush; y a él solo escapan por ahora, y solamente en su ordenamiento interno dos o tres países considerados enemigos de la civilización, como Cuba o Libia.
Como ya lo hizo con Irak, el neoliberalismo los castigará con la guerra santa: el Fondo Monetario Internacional es su profeta.
Pero hay que ver los resultados del neoliberalismo. No la prosperidad general que prometen sus apóstoles, sino el enriquecimiento de una minoría y el aumento desmesurado de la pobreza de las mayorías. Porque así como se hablaba antes del "socialismo real", tan distinto del socialismo anunciado, hay que hablar ahora del "neoliberalismo real", que no es el prometido sino el que de verdad existe: el que ha multiplicado el número de niños muertos de hambre en Africa y en Asia y en América Latina, de destechados ("homeless") en los Estados Unidos, de marginados y mendigos en la Europa Occidental. Ese no será el neoliberalismo "verdadero", de acuerdo, como tampoco era "verdadero" el socialismo real: pero eso es lo que hay.
Y además-también a diferencia de lo que sostienen sus teóricos ese neoliberalismo económica y socialmente cataclísmico no es políticamente neutro; sino que tiene, por el contrario, consecuencias políticas muy visibles. Son la protesta y su consiguiente represión. En Caracas, en Buenos Aires, en Rabat, en Manila, en Bucarest, las muchedumbres hambreadas por el neoliberalismo asaltan tiendas para comer, y la policía la creciente policía-tiene que rechazarlas a tiros. Hasta el remoto Nepal, que se mantenía tan apartado del mundo que pareció servir de refugio final a los último hippies supervivientes de occidente, acaba de sentir los efectos del Nuevo Orden Mundial. Aconsejado por el FMI, el gobierno feudal del rey Birendra resolvió modernizarse aplicando un plan de "ajuste económico". Y de inmediato su policía tuvo que empezar a matar gente en las calles de Katmandú. (Los Estados Unidos han prometido suministrar armas modernas, que Nepal pagará con un impuesto del IVA sobre la cosecha de arroz).
En los países ricos, donde el sistema represivo dispone de más medios, no es necesario matar a los pobres: se los encierra. Así, en los últimos 10 años (los de Reagan y Bush) la población carcelaria de los Estados Unidos se ha triplicado.
Y en Bélgica, en Australia o en España no pasa una semana sin que el respectivo ministro de Justicia inaugure un nuevo centro penitenciario.
Es natural. Para imponer las libertades económicas, que perjudican al gran número y sólo favorecen a unos pocos, es necesario recortar las libertades políticas y los derechos ciudadanos. Del mismo modo, complementariamente, hemos visto en los últimos dos siglos que las libertades políticas sólo se amplían en la medida en que son restringidas las libertades económicas. Y la tesis contraria sólo ha podido imponerse por la fuerza.

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