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Concurso de tramposos

El campeón de los once, con dos tercios de firmas no aceptadas por los grafólogos, fue el exprocurador Alejandro Ordóñez.

Revista Semana
27 de enero de 2018

Le oí a Germán Vargas declarar en la radio que mal podría él traicionar a los más de cinco millones y medio de colombianos que respaldaron con su firma su candidatura presidencial. Pero no aclaró que de ellas la mitad, exactamente 2.752.287, fueron rechazadas por la Registraduría, que al revisarlas las encontró espurias. De modo que si traiciona a alguien es a

esa mitad de inexistentes fantasmas. A los demás ya los engañó de entrada.

Porque al Vargas candidato ya se le conocían otras trampas, empezando por la de simular que no tenía partido que avalara su nombre. Luego vino la de fingir un rechazo indignado del aval aduladoramente ofrecido por el partido del que era jefe para hacer creer que se lanzaba a ras de tierra, humildemente, por firmas de ciudadanos. ¿Humildemente? Otra superchería. Autoritariamente: fueron docenas las denuncias de que las estaba haciendo recoger por funcionarios públicos de su vasta clientela, obligados para conservar su puesto a entregar una cuota de firmas de amigos o parientes: de falsas firmas positivas, como los falsos positivos militares de la guerra sucia. Y tampoco fueron particularmente humildes, sino fastuosas, las ceremonias con que Vargas hizo acompañar todo el asunto: millares de invitados en Corferias para la rendición de cuentas de sus ocho años consecutivos de ministerios y cuatro de vicepresidencia, y casi otros tantos para el espectáculo de circo de la entrega de las firmas, con bandas de música y payasos de sombrero. Para echar un discursito mentiroso según el cual su ambición no es cosa suya, sino obediencia a un clamor nacional, así:

“Un nutrido grupo de colombianos… y personas de todas las regiones del país… me pidieron autorización para impulsar una convocatoria… con la idea de inscribir mi candidatura presidencial”.

Y él, magnánimo, cedió a sus súplicas: autorizó. Y acopió las firmas, de las cuales salieron falsificadas una de cada dos.

No se sabe cuánto pudo costar todo eso, pues Vargas no ha rendido cuentas. Pero si se piensa que otro exministro como él, Juan Carlos Pinzón, gastó en su propia campaña más de mil trescientos millones de pesos para recoger solo algo menos de 900.000 firmas, de las cuales un tercio fueron consideradas inválidas por falsificadas o incompletas, hay que calcular que Vargas debió de gastar cinco veces más. Un exregistrador calcula en mil pesos el costo –no el precio– de cada firma: cinco mil millones lleva pues Vargas invertidos en darles gusto a sus fans solo para comenzar, y sin que haya empezado todavía la campaña electoral propiamente dicha. No en balde hay analistas que consideran que para pagar sus campañas todos los políticos están obligados a robar.

Hay que añadir que el exvicepresidente Germán Vargas no fue el único de los candidatos por firmas que las presentó falsas. Todos lo hicieron en mayor o menor medida: y eran nada menos que 11. Ningún delincuente conocido, sino gente en principio respetabilísima: exsenadores, exministros, exalcaldes… El campeón de los 11, con dos tercios de firmas no aceptadas por los grafólogos de la Registraduría sobre más de 2.208.543, fue el exprocurador Alejandro Ordóñez, que venía con el prontuario de haber sido destituido de su alto cargo por haberlo obtenido de manera ilícita.

Y no sobra decir que todos ellos, sin excepción, ponen en el centro de sus programas de gobierno la lucha contra la corrupción.

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