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¿Giro a la derecha?

Colombia, un país que es conservador pero que vota liberal, demostró con la elección de Alvaro Uribe lo que siempre ha sido: un país de derecha.

Antonio Caballero
15 de julio de 2002

En vista de la victoria de Alvaro Uribe en las últimas elecciones presidenciales hay quien habla de "un giro a la derecha" en Colombia. Yo no lo llamaría "giro", puesto que aquí nunca han soplado los vientos desde ningún otro sitio. Es simplemente la aceptación de la realidad. Al votar por un presidente que se identifica sin tapujos (o, más exactamente: a quien se identifica sin tapujos, pues él mismo no lo hace) con la derecha, lo que hace Colombia (o, más exactamente, la Colombia que vota: la mitad) es reconocerse a sí misma como lo que siempre ha sido: un país de derecha. Uribe es el espejo en que se mira. Otro Alvaro (Gómez Hurtado), que toda la vida quiso pero nunca consiguió llegar a ser ese espejo, decía con acierto que "este es un país conservador que vota liberal". Pero cuando se da el caso, como esta vez, de que se puede votar por un conservador que se llama liberal, la cosa está hecha.

No es que yo identifique al conservatismo (colombiano) con la derecha, y aun menos al liberalismo (colombiano) con la izquierda. El asunto es más complejo, claro está. Advierto de entrada, en todo caso, que en este artículo voy a usar las palabras "derecha" e "izquierda" en un sentido más filosófico que meramente político, y sin reconocer como "de izquierda" a muchos que se llaman así a ellos mismos por las mismas razones puramente semánticas que llevan a un país "conservador" a votar "liberal".

La derecha es lo natural. La izquierda es lo artificial, lo artificioso, lo antinatural: en una palabra, lo civilizado. No digo que la civilización sea producto de la izquierda: digo que la izquierda es producto de la civilización. Los valores que la izquierda defiende no son espontáneos, brotados instintivamente de la naturaleza egoísta de los seres humanos, sino que se sostienen en permanente lucha contra ella. Son la libertad, la justicia, la igualdad de derechos (y el derecho mismo), la resistencia al poder. Frente a ellos están los impulsos primitivos del instinto que caracterizan a la derecha: el poder (del más fuerte, siempre en nombre de Dios), el recurso a la fuerza para zanjar los conflictos, la intolerancia, la ley de la jungla. En el primer escalón del artificio social, es decir, de la civilización, está la familia; luego viene la tribu, que es donde todavía estamos nosotros. Mucho más tarde vendrán la tolerancia de los demás y el respeto por el derecho ajeno; y aún después, la solidaridad: ese casi inconcebible "amaos los unos a los otros" que predicaba Jesucristo y que para el antropólogo y teólogo Teilhard de Chardin representa (en un remoto futuro) el "punto Omega" del desarrollo de la humanidad: el punto de llegada.

En Colombia apenas si hemos sobrepasado el punto Alfa, el de partida, el del odio generalizado: el de la derecha primigenia. Pero hacia allá está retrocediendo todo el mundo. El giro a la derecha es mundial ("global", se llama ahora, usando precisamente la lengua del poder de la derecha, que hoy es la lengua inglesa. "La lengua es el Imperio", alegaba Antonio de Nebrija cuando compuso la primera 'Gramática' de la lengua castellana justo en el momento en que ésta se hacía imperial, imponiéndose por la fuerza sobre las demás lenguas habladas en España y sobre las de la América recién descubierta). Es un giro mundial, y lo encabezan las naciones en teoría más civilizadas del orbe: pero constituye la negación de muchas de las conquistas de la civilización.



Veamos lo que hay

En el país más poderoso y materialmente más avanzado del planeta, que son los Estados Unidos, domina la derecha agresiva e imperial: belicista en lo político, proteccionista en lo económico, unilateralista en lo cultural y lo social. La inspira esa tajante división entre el 'Bien' y el 'Mal' con mayúsculas hecha por el presidente Bush; entre 'nosotros' (los Estados Unidos y sus protectorados y colonias) y 'ellos' (los enclaves de terquedad que se resisten al sometimiento). En la próspera Europa gobierna la derecha defensiva, a veces a cara descubierta y a veces enmascarada tras el rótulo de 'centro-izquierda': derecha defensiva de su propia prosperidad, que cree amenazada por la inseguridad y el desorden que generan, por su mera existencia, 'los otros', que son los pobres locales y los inmigrantes del Tercer Mundo miserable. En el desbaratado ex 'bloque socialista', desde Polonia hasta Uzbekistán, pasando por la vieja Rusia, hay una rebatiña de múltiples derechas selváticas y mafiosas. En el rico Japón manda desde hace medio siglo una derecha 'democrática' nostálgica de su propio imperio. En el amplio mundo musulmán, desde Pakistán en Asia hasta Mauritania en Africa, florecen diversas modalidades de derecha: la feudal, la teocrática, la militar; con una cuña (Israel) de derecha colonialista. En América Latina sólo hay derecha colonial. En Africa, derecha tribal. En Oceanía, derecha de las antípodas.

Se podría pensar que hay algo de izquierda en los países supervivientes del hundimiento del comunismo, como Corea o Cuba. Pero lo que hay allá sólo se llama 'izquierda' por inercia verbal: son satrapías familiares y hereditarias sostenidas por la policía secreta y el partido único. El partido único de corte leninista, que es lo más de derecha que se ha inventado jamás desde que los faraones del antiguo Egipto organizaron el primer ejército permanente de la historia. La inmensa China posmaoísta, en fin, se las ha arreglado para combinar la derecha económica del capitalismo salvaje con la derecha política del partido único.

Por lo demás, claro está, los conceptos de 'derecha' e 'izquierda' son productos de la civilización de Occidente: la única que acepta la posibilidad del cambio, y, como consecuencia, puede contemplar filosóficamente, y tolerar, la diferencia. Por eso sólo Occidente ha producido pensadores o movimientos de izquierda, inspirados por la idea de libertad. La tolerancia budista, por ejemplo, nada tiene qué ver con eso: es indiferencia. Pero aun en Occidente, tales pensadores y movimientos son pocos. Solón, quizá; pero no Pericles. Sócrates, sin duda; pero ya no Platón, ni mucho menos Aristóteles. Cristo; pero no sus apóstoles, y aún menos su Iglesia. ¿Quizás el revolucionario Julio César? Quizás: hasta que, convertido en dictador, lo tuvo que matar Bruto. Los humanistas de la Italia del Renacimiento; pero no Roma. El 'libre examen' del protestantismo luterano; pero no Calvino, ni los príncipes protestantes. La Ilustración; pero no los déspotas ilustrados. La Revolución americana, antes de desembocar en el imperialismo. La Revolución francesa, antes de que la confiscara Napoleón. Los socialismos ingleses, alemanes y franceses, mientras fueron 'utópicos': antes de que Marx los volviera 'científicos', es decir, imbuidos de totalitarismo mesiánico religioso (y es por eso que no es posible considerar la Revolución bolchevique de Rusia como un acontecimiento 'de izquierda'). Tal vez sí, en cambio, el New Deal de Roosevelt, inspirado en la sensatez de Keynes: que no puede ser bueno que casi todos estén mal.

Sí, ha habido en la historia (de Occidente, o del mundo ya occidentalizado) momentos de triunfo de la izquierda, tanto antes de que ésta recibiera ese nombre (en tiempos de la Revolución francesa) como después. Pero han sido triunfos autodestructivos, por la razón elemental de que izquierda y poder son conceptos contrapuestos y excluyentes: en cuanto la izquierda llega al poder se vuelve, inexorablemente, de derecha. La derecha es el poder. El poder es la derecha. La izquierda es la lucha contra el poder, siempre recomenzada.

Tras esta circunnavegación histórico-geográfica vuelvo a la Colombia de ahora, a la de Uribe y las Farc; tan de derechas como cualquier otro país del mundo ?o más? y tan de derechas como siempre ?o aún más?. Pero antes, también con respecto a Colombia, unas líneas de historia.

Políticamente hablando, los Libertadores de 1810 eran hombres de izquierda: inspirados en Las Luces, en la Razón, en los ideales románticos de la lucha contra la tiranía y por la libertad, en los Derechos del Hombre de la Revolución francesa y los de los pueblos de la Revolución americana. Así sólo fuera para que, lampedusianamente, la revolución política contribuyera a que siguiera igual el orden social. Pero incluso eso, que ya era poco, duró muy poco. Vino el tumulto de las guerras civiles, ganaron los conservadores, y con ellos la Iglesia. Durante el siglo XIX algunos postulados de los liberales mantuvieron viva una cierta llama libertaria, o sea, tal como la vengo llamando en este artículo, de izquierda: el federalismo, el anticlericalismo, la educación no confesional, la libertad de imprenta. A principios del XX le añadieron a ese unos granos de sal 'social', disponiéndose ?como dijo Rafael Uribe Uribe? a "beber en las canteras del socialismo": el tema agrario, el sindicalismo obrero. Lo cual cuajó, fugazmente, en las reformas de la 'Revolución en Marcha' liberal de los años 30. Luego, mediante la violencia, todo volvió a su cauce: a la derecha. Y en eso estamos desde entonces, reforzado por el unanimismo (y la exclusión consiguiente) del Frente Nacional: el unanimismo forzoso es un típico rasgo de la derecha. Proscrita y perseguida toda oposición al poder, es decir, toda manifestación de izquierda, la autollamada izquierda se vio obligada a hacerse, ella también, de derecha: a recurrir a la violencia, que ha sido siempre el instrumento por excelencia de la derecha. Así surgieron, y así crecieron, las Farc.

De manera que hoy nos vemos reducidos a escoger entre dos formas de la derecha, armadas ambas: la del presidente Alvaro Uribe y su 'mano firme' y la del jefe guerrillero 'Manuel Marulanda' y su fusil. O, más que a escoger, a sufrir el choque de esas dos fuerzas de derecha enfrentadas. Ninguna de las cuales, claro está, acepta el calificativo de 'derecha': y es verdad que en su origen tanto Uribe como 'Marulanda' son disidentes del Partido Liberal. Pero es por eso mismo. Los dos saben que en este país, que es conservador pero vota liberal, hay que ser de derecha pero parecer de izquierda.

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