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Grandes políticos

Hablar para no decir nada es lo propio de todos los buenos políticos, desde los alcaldes de pueblo hasta los jefes de Estado.

Antonio Caballero
1 de mayo de 2011

En la larga entrevista que le dio a María Isabel Rueda el lunes pasado, el presidente Juan Manuel Santos contestó muy bien todas las preguntas, pero no dijo nada. Que la Corte magnífica, que el Congreso también, que los alcaldes y gobernadores los mismo, que para la Cruz Roja y las organizaciones de socorro no tiene sino gratitud, que con los militares le pasa lo mismo, que con Hugo Chávez otro tanto, que con Barack Obama igual, que Rodríguez Zapatero dice cosas muy lindas, que el ministro de Defensa está haciendo una buena labor, que la seguridad democrática sigue avanzando, que los comentarios del expresidente Uribe son muy constructivos, y que en general todo va divinamente. Las críticas que se le hacen, aseveró, “son injustas y contrarias a la verdad”. Solo una revelación hizo Santos en toda la entrevista: que los mamos arhuacos de la Sierra Nevada le habían dicho que iba a llover.

Hablar para no decir nada es lo propio de todos los buenos políticos, desde los alcaldes de pueblo hasta los jefes de Estado. Tengo el mal recuerdo periodístico de las entrevistas que a lo largo de los años yo mismo les he hecho a varios: todos contestaron muy bien, y ninguno dijo nada. Fidel Castro me recibió en un momento particularmente grave para Cuba: cuando la Unión Soviética acababa de suspenderle toda ayuda económica. Y durante seis horas, sin dejarse distraer por mis interrupciones, me explicó cómo funcionada el transporte público municipal de La Habana. “Tienes para escribir un libro”, me contestó al final, ya amanecido, un funcionario cubano que había asistido a la entrevista. Con Felipe González hablé muy largo cuando España estaba entrando en la OTAN: se limitó a arrollarme, como hacía con todo el mundo, con la elocuencia de su simpatía. El presidente mexicano Salinas de Gortari me preguntó que cómo me había ido en la entrevista que dos días antes le había hecho a Carlos Andrés Pérez en Caracas, todavía estremecida por la violencia del ‘caracazo’. Le dije la verdad: que Pérez no había dicho absolutamente nada en la entrevista, pero que en cambio la conversación posterior había sido muy interesante. A continuación hice la entrevista con Salinas, que no dijo nada; y cuando la dio por terminada me animó: “Pasemos ahora a la conversación posterior”.

Que fue muy interesante. Como estoy seguro de que lo fue también la que tuvieron, después de la entrevista publicada el lunes, María Isabel Rueda y el presidente Juan Manuel Santos.

Esa misma noche del lunes, Santos se dirigió al país en un discurso transmitido por la televisión. Y tampoco dijo nada.

O sea: siguió haciendo lo propio de los buenos políticos. En los momentos de emergencia para la comunidad, como es actualmente el de Colombia antes los estragos causados por la ola invernal (independientemente de todo lo demás: pues la situación en Colombia siempre es grave), en los momentos de emergencia, digo, ¿qué hacen los dirigentes políticos? Moisés, por ejemplo, cuando el pueblo de Israel andaba perdido en el desierto, fue y se sacó de la manga los diez mandamientos: “Amarás a tu Dios sobre todas las cosas”, etcétera. O, para hablar de casos más recientes, Winston Churchill, cuando las bombas nazis empezaron a caer sobre Inglaterra salió a hablar por la radio: “Combatiremos en las playas, combatiremos en las colinas...”, etcétera. Y Charles De Gaulle, cuando el Ejército alemán invadió y ocupó a Francia, lanzó su célebre llamado: “Francia ha perdido una batalla, pero no ha perdido la guerra”. Etcétera.

Escribí más arriba que Juan Manuel Santos había echado un discurso por la televisión para no decir nada, pero me doy cuenta de que se trata de una crítica injusta y contraria a la verdad, como diría él mismo. Sí dijo algo. Ante la grave emergencia provocada por el invierno, hizo un llamado a la unidad. Tal como De Gaulle, tal como Churchill, tal como Moisés. Debe de ser en decir eso que consiste la grandeza de un hombre político.

Bueno: en decirlo, y en que le hagan caso.


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