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GRANDES VERDADES SOBRE UN DEBATE PRESIDENCIAL

Aunque pueda sonar extraño, los debates presidenciales por T.V. constituyen una ciencia ya inventada y reglamentada

Semana
24 de marzo de 1986

La primera gran verdad acerca de los debates televisados entre candidatos a la Presidencia de la República es que no son verdaderos debates. De eso no se escapó el histórico encuentro televisado entre Alvaro Gómez y Luis Carlos Galán.
Independientemente de constituir un formidable espectáculo de civilización política, como la mayoría de los colombianos lo expresara, desilusionó a unos cuantos, que se habían imaginado que les esperaba un intercambio de empujones entre los candidatos, o por lo menos un esfuerzo palpable por parte de los periodistas por "rajar" implacablemente a los contrincantes.
Por fortuna para la democracia, este "raca-mandaca, vuelta'e campana y mico a la lona" no se produjo. Principalmente porque no era la idea que se produjera.
Y es que, aunque pueda sonar extraño, los debates presidenciales constituyen una ciencia ya inventada, sobre la cual se ha escrito todo tipo de jurisprudencia y doctrina, donde se especifica que en estos encuentros televisados entre candidatos muy poco debe dejarse al azar.
Los gringos, que vienen haciendo debates presidenciales desde 1858 (entre Lincoln y Douglas) y televisados desde 1960 (cuando Kennedy y Nixon), dicen que este tipo de confrontaciones busca fundamentalmente tres objetivos:
·Que el electorado pueda comparar las personalidades y posiciones ideológicas de los candidatos, teniendo en cuenta que los votantes eluden, por lo general, información política sobre el candidato que no es de su predilección.
·Que, a pesar de las obvias y entendibles dosis de preparación de los candidatos, se produzcan planteamientos más espontáneos y reveladores que los discursos de plaza pública.
·Y, tal vez lo más importante, que se estimule el interés de los votantes en las elecciones.
Es evidente que los tres objetivos se cumplieron en el debate Gómez-Galán. El electorado pudo compararlos, en un ambiente mucho más revelador que el de una plaza pública, y desde ya los encuestadores advierten que el nivel de abstencionismo electoral sufrirá una considerable disminución en todo el territorio nacional.
En conclusión, la importancia de los debates entre candidatos por T.V., según los expertos, no radica tanto en lo que los candidatos puedan ocultar acerca de lo que son o de lo que piensan, sino precisamente en aquello que es imposible esconder. Porque, no importa cuán preparado esté el candidato, ni cuánto maquillaje se le aplique, es muy improbable que logre proyectarle una imagen inauténtica al televidente: éste de inmediato notaría la falta de armonía entre la comunicación verbal y física del candidato.
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La segunda gran verdad acerca de este tipo de enfrentamientos televisados entre candidatos, después de aquella que señala que no son verdaderos debates, es la de que son aburridos. Lo normal, como evidentemente sucedió en el caso Gomez-Galán, es que los televidentes estén preparados para recibir mayores dosis de emoción de lo que es común que brinde este tipo de espectáculos.
Pues bien, aunque normalmente la necesaria rigidez del formato influye en el hecho de que el debate resulte aburrido, la verdad es que en la agilidad del enfrentamierto pueden influir fundamentalmente las personalidades de los candidatos, su habilidad oratoria, su conocimiento acerca de los temas tratados, y su grado de compromiso con el debate.
Para el televidente, cómodamente sentado en la sala de su casa, las estrictas reglas que gobiernan el debate entre los candidatos son como las redes de seguridad de los acróbatas de circo. ¿Acaso qué chiste tiene, se preguntarán, que un acróbata de circo se caiga, si abajo lo espera una red de seguridad?
Pues bien, el formato del debate es la red de seguridad de los candidatos. Y no puede culpárseles más por insistir en su rigidez, que por insistir en que los fotógrafos de la campaña los retraten siempre por su mejor ángulo. Se trata, simplemente, de pasos razonables que todo candidato toma para asegurarse de resultar electo al final.

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La última gran verdad acerca de los debates televisados entre candidatos a la Presidencia es que constituyen un cambio irreversible en la política. Crecen en importancia y en popularidad a medida que disminuye la lealtad de los votantes por los partidos políticos, de manera que el voto deja de tener una inspiración partidista para adquirir, en cambio, una individualista, que depende en últimas de lo que cada votante haya apreciado a través de la televisión.
Se consideran tan valiosos los debates presidenciales para el electorado, que inclusive en los EE.UU. se ha propuesto volverlos obligatorios.
De cualquier forma, sobre las próximas elecciones presidenciales colombianas, el debate Galán-Gómez habrá ejercido una influencia definitiva. Quizás hasta el punto de demostrar que, como lo afirman los expertos en debates presidenciales, no sólo los candidatos hacen los debates.
También los debates hacen candidatos.--

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