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Guerra de religión

Los indignados gobiernos de occidente dejarán a los sirios a su suerte por dos razones. Una es que las ‘primaveras árabes’ no han servido a sus intereses. Y la segunda, que no están para meterse en más guerras.

Antonio Caballero
2 de junio de 2012

El secretario general de la ONU advierte que en Siria se está cocinando "una guerra civil catastrófica" entre los partidarios del dictador Bashar al Assad y sus opositores. Desde los Estados Unidos, el candidato Republicano a la presidencia dice que hay que armar a estos, y un portavoz del Departamento de Estado teme que la guerra anunciada repercuta en todos los vecinos: Irak, Turquía, Jordania, y, naturalmente, el Líbano, ocupado durante años por el ejército sirio. Y tras una matanza de civiles -entre ellos 49 niños-, todos los gobiernos de Occidente fingen rasgarse de indignación las vestiduras y expulsan a los diplomáticos sirios y anuncian sanciones severísimas. La Liga Árabe reclama un cese al fuego sin que las partes le hagan caso. Solo Rusia y la China, que no son poca cosa, respaldan al régimen de Assad. Y la revolución islámica de Irán, improbable aliada del único dictador laico que queda en el mundo musulmán.

Digo que los gobiernos occidentales fingen rasgarse las vestiduras porque no es verdad que unos cuantos niños muertos les importen. Saben perfectamente, por otra parte, que las sanciones a los tiranos son especialmente crueles precisamente con los niños a quienes pretenden salvar, o en cuyo nombre se imponen. Hace unos años la revista científica The Lancet publicó un estudio sobre las que sufrió Saddam Hussein de Irak entre las dos guerras del Golfo: a él y a su régimen no los afectaron en lo más mínimo, pero dejaron en una década un saldo de 200.000 niños muertos de enfermedades y de hambre. Eso sí, sin fotógrafos que enviaran imágenes terribles a las televisiones de Occidente. De modo que lo más probable es que las cosas no vayan más allá de ese fingido escándalo. Los indignados gobiernos de Occidente dejarán librados a su suerte a los sirios que se rebelan contra su dictador hereditario.

Por dos razones. Una es que las 'primaveras árabes', ya bastante agostadas desde Túnez hasta Egipto, no han desembocado en regímenes que sirvan a los intereses de Occidente. Más bien al contrario: este se entendía mejor con los dictadores tradicionales (como sigue haciéndolo con los que quedan, emires y reyes del Golfo, de Arabia Saudita, de Marruecos, de Jordania) que con sus sucesores islamistas elegidos por voto popular. La otra, y la más importante, es que no están hoy los occidentales para meterse en más guerras. En Francia fue derrotado en las elecciones presidenciales Nicolas Sarkozy, el 'Mambrú se va a la guerra' que arrastró a la Otán al bombardeo de Libia para derrocar a Muamar Gadafi; y la primera salida de su sucesor François Hollande fue a Afganistán, para anunciarles a las tropas francesas su retirada sin gloria. Pero aún si hubiera ganado Sarkozy, no está Francia para guerras, ni los demás países europeos, ocupados todos en lidiar la crisis económica. Y tampoco, en un año electoral, va Barack Obama a llevar a los Estados Unidos a otra intervención armada, como lo hizo a regañadientes en Libia, cuando también él está tratando de escapar de Afganistán y de Irak y se resiste a que Israel lo empuje a empantanarse en Irán. Con respecto, pues, al frente externo, Assad puede estar tranquilo: no habrá más que amenazas.

Más complicado es el frente interno. No por la acción de los enemigos directos del régimen -el sublevado Ejército Libre de Siria, las redes de Al Qaeda, los civiles desarmados- a los cuales las fuerzas leales a Assad están desbaratando con relativa facilidad. Sino porque la rebelión ha desatado la guerra civil de que habla el secretario de la ONU sobre ejes religiosos, y no políticos. Con el paso de los meses el enfrentamiento político entre partidarios y adversarios del régimen se ha convertido en una guerra entre las sectas (como lo son casi todas en los últimos tiempos): la mayoría suní contra la minoría chiíta de la cual los alauitas constituyen a su vez una minoría que sin embargo, porque a ella pertenece el clan de los Assad, domina el gobierno, la oficialidad del ejército, el aparato represivo y las milicias paramilitares (responsables, según la ONU, de la matanza de los niños).

Como escribí aquí hace un par de meses, este siglo que comienza va a ser, otra vez, un siglo de guerras de religión. La cual es por lo visto -musulmana o cristiana, judía o hinduista- la única fuerza capaz de dominar a las masas, por encima de democracias y dictaduras: el opio del pueblo.

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