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Guerras perdidas

La DEA está perdiendo la guerra contra las drogas. La CIA, la guerra contra el terrorismo. Y el Pentágono, sus guerras militares

Antonio Caballero
6 de junio de 2004

El Pentágono norteamericano tiene el presupuesto más grande que haya tenido ningún aparato de guerra en todo el curso de la historia humana: el más grande en cifras absolutas, y el más grande en proporción a la población del país al que pertenece. Más grande que el de Corea del Norte hoy, más grande que el de Esparta hace dos mil quinientos años.

La CIA norteamericana tiene el presupuesto más grande que haya tenido ningún organismo de espionaje en el curso de la historia. Más grande en proporción -pues en cifras absolutas sobra decirlo- que el que tuvo hasta hace unos pocos años la Alemania comunista, y más grande que el del tirano Dionisio de Siracusa, que hace veinticinco siglos inventó la cosa.

La DEA norteamericana tiene el presupuesto más grande que haya tenido ningún funcionariato de defensa de la moral en toda la historia: incomparablemente más grande que el que tuvo la Inquisición española en sus años más feroces, a principios del siglo XVI.

Y resulta que la DEA, la CIA y el Pentágono están perdiendo todas sus guerras.

La DEA está perdiendo la 'guerra universal contra la droga'. No es que le importe mucho, pues vive de perderla: si la ganara, dejaría de existir. Pero la está perdiendo en el sentido más inmediato y más claro del verbo'perder': el consumo de droga en el mundo, y en particular en los Estados Unidos, no ha hecho más que aumentar desde que la DEA existe para combatirlo. El consumo, el tráfico, la producción: todo el proceso. Y a la vez se han multiplicado las clases de drogas consumidas; y el costo de mantenerlas prohibidas -en cárceles, en policía, en vigilancia aérea y marítima, para no hablar del costo 'social' de la marginación de la población drogadicta- ha crecido vertiginosamente. Combatir la droga cuesta hoy cien veces más que hace veinticinco años, cuando la 'guerra' fue declarada. Y la droga destruye hoy cien veces más que hace veinticinco años.

(Si piensan que exagero, miren los periódicos colombianos de hace veinticinco años).

La CIA, por su parte, está perdiendo de modo clamoroso su guerra 'contra el terrorismo'. El terrorismo: esa cosa vagorosa en la que cabe todo, desde aquel ermitaño gringo que vivía en una cabaña de troncos y se llamaba 'Unabomber' y enviaba bombas por correo por motivos filosóficos hasta aquella secta religiosa japonesa que fumigaba con gas sarín el metro de Tokio por razones de pureza de la tradición samurái, pasando por los patriotas chechenos que combaten al ejército ruso, por los palestinos que se levantan a pedradas y con atentados suicidas contra los tanques israelíes que los despojan de sus tierras, por los campesinos cocaleros del Putumayo colombiano que hacen marchas de protesta contra las fumigaciones de sus cultivos de coca y de pancoger. Todas esas guerras 'antiterroristas' las está perdiendo la CIA, porque los 'terrorismos', lejos de desaparecer, se están multiplicando.

(Si piensan que exagero, lean los periódicos de hace dos o tres días).

Y en cuanto al Pentágono.

Sí: es el aparato militar más poderoso de la historia de la humanidad. ¡Esos portaaviones! ¡Esos aviones! ¡Esos cohetes! ¡Esos cascos con anteojos de visión nocturna! ¡Esas bombas inteligentes! ¡Esos obuses de uranio degradado para penetración anal! ¡Esas correas de perro para los prisioneros de guerra! Y, sobre todo, ese chorro de dinero, inagotable, que hace ya tantos siglos el padre de Alejandro Magno llamó 'el nervio de la guerra': sólo para la ocupación de Irak, el presidente Bush le acaba de pedir al Congreso ochenta y siete mil millones de dólares más para lo que falte del año. Algo así como el presupuesto sumado de toda África.

Y sin embargo también el Pentágono está perdiendo sus guerras estrictamente militares. La de Afganistán, donde ni ha conseguido aniquilar la organización de Al Qaeda y capturar o matar a su jefe Osama Ben Laden, ni ha logrado pacificar el país más allá de los suburbios de la capital. Y la de Irak, donde la resistencia crece día a día, donde los muertos norteamericanos (e iraquíes, por supuesto) se multiplican semana por semana, donde los aliados se van, como España, o son denunciados como traidores por el propio Pentágono, como el señor Chalabi. Tal como van las cosas, es muy probable que dentro de unos cuantos meses el ejército norteamericano tenga que retirarse de Irak, con el rabo entre las piernas. Como lo hizo en Vietnam.

(Si piensan que exagero, miren los periódicos de mañana por la mañana).

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