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GUERRAS PROPIAS Y AJENAS

Antonio Caballero
6 de abril de 1998

El gobierno de Ernesto Samper se inició hace cuatro años con el asesinato en Bogotá del dirigente comunista Manuel Cepeda. No pasó nada. Se cierra ahora con el asesinato en Medellín del defensor de derechos humanos Jesús María Calle. No pasará nada. En el intervalo entre uno y otro ¿cuántos asesinatos más se han cometido sin que pase nada? Y no se trata de asesina-tos al azar, perdidos en el fragor caótico de las muchas violencias colombianas, sino de crímenes largamente anunciados. Durante semanas, Cepeda denunció en vano las amenazas de que era objeto: las autoridades le exigieron que las demostrara, y sólo pudo demostrarlas con su muerte. El caso de Valle es todavía más elocuente: es el cuarto presidente consecutivo del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia que paga ese cargo con su sangre, después de Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur y Luis Fernando Vélez. Y no fue el primero, sino el cuarto, que denunció las amenazas contra su vida sin que le hicieran caso.No estoy diciendo aquí que el gobierno de Ernesto Samper sea el autor directo de todos estos asesinatos anunciados. Digo solamente _y es casi igual de grave_ que es el responsable de no haber tomado medidas para evitarlos, y el responsable _más grave aún_ de que una vez cometidos no haya pasado nada, con lo cual se han multiplicado. Y tampoco estoy acusando exclusivamente a este gobierno: en este campo, como en tantos otros, se ha limitado a seguir el camino ya transitado por sus predecesores. Y me atrevo a señalar una razón de fondo para esta larga persistencia en una política de resultados tan evidentemente criminales: el sometimiento constante de todos los gobiernos de Colombia, desde hace muchas décadas, a los dictados del gobierno de los Estados Unidos. Si aquí se violan impunemente los derechos humanos de los colombianos es, en gran medida, por defender los intereses norteamericanos. ¿Cómo? Pero ¿acaso los Estados Unidos no condenan explícitamente tales violaciones, y sacan documentos del Departamento de Estado poniendo a las autoridades colombianas en la picota por permitirlas, e inclusive denuncian con nombre propio _la Brigada de Inteligencia_ a quienes las cometen? Sí. Pero eso lo hacen solamente después de haberlas promovido. Los Estados Unidos llevan medio siglo _desde aquella Conferencia Panamericana que coincidió en Bogotá con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán_ señalándoles a los demás gobiernos de América cuál es el enemigo con el que hay que acabar: la subversión comunista primero, y, en los años más recientes, el narcotráfico. Por seguir esas indicaciones y combatir a los subversivos y a los narcos, nuestros gobiernos y nuestras Fuerzas Armadas y de Policía (educadas, armadas y entrenadas por los Estados Unidos) se han cubierto de sangre. Samper es el más reciente _y nada indica que vaya a ser el último_ de los presidentes colombianos que se han humillado ante el Gran Vecino: y por eso no sólo tiene sucias las rodilleras de los pantalones, sino también las manos.Es inevitable. Al poner toda la fuerza del Estado colombiano _mucha o poca: pero toda_ al servicio de los intereses de Washington, a nuestros gobernantes no les queda ni tiempo ni energía para ocuparse de los intereses de los colombianos. En el tema del narcotráfico el resultado es absurdo. Por defender del 'flagelo de la droga' a los jóvenes norteamericanos (que no quieren ser defendidos, y se las ingenian para consumir más y más droga), Colombia devasta con la fumigación regiones enteras, sin otro efecto que el de condenar a la miseria a millares de campesinos y llevar los cultivos a otras regiones que tendrán que ser devastadas a su vez. Por disuadir de su negocio ilícito a los narcos (que no son disuadidos) Colombia altera sus leyes y pervierte su justicia, sin otro efecto que el de impedir que las ganancias del negocio se inviertan aquí, y se queden en cambio en los Estados Unidos, donde la Constitución las protege de la extinción de dominio. Y todo eso se hace a cambio solamente de que el gobierno de Samper sea 'certificado' _risible honor que cuesta_ y el comandante de la Policía sea declarado "the best policeman in the world". ¿El 'mejor' para quién? ¿Para los ciudadanos de Colombia, a quienes nadie protege en la calle mientras la policía fumiga en la selva o captura a capos en sus fincas? No. ¿Para los ciudadanos norteamericanos, cuyas calles siguen siendo la jungla de las pandillas de distribución de droga? Tampoco. Pero sí para la balanza de pagos de los Estados Unidos, que ya no pierden ni un dólar hacia Envigado en Medellín o hacia Ciudad Jardín en Cali. El mejor policía financiero de los Estados Unidos.Y en el tema de la subversión el resultado es catastrófico. A fuerza de promover o permitir la eliminación de 'subversivos' pacíficos (dirigentes políticos como Cepeda o militantes cívicos como Valle),los gobiernos colombianos han forzado a los otros a escoger el camino de la lucha armada: y esa se está devorando el país entero.Por desangrarnos en librar inganables guerras ajenas, los colombianos estamos perdiendo las guerras que sí son nuestras.

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