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Farc: entre Indiana Jones y Lenin

Los guerrilleros están contabilizados, identificados y fijados en el terreno y puede que alguien quiera matarlos.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
17 de noviembre de 2016

El estallido de paz que vive Colombia ha desencadenado en muchos lugares del Globo la conformación de colectivos que debaten con entusiasmo sobre la suerte del país. El componente joven es determinante en estos colectivos. Son jóvenes calificados y abiertos, como sus pares que residen en Colombia, que no dudan en gastar parte de su tiempo y del exiguo dinero que guardan en sus bolsillos para “estar” en los debates que se adelantan en París, Barcelona, Oslo, Edimburgo, Ginebra, Madrid, Londres, Berlin, Toronto, Estocolmo y un largo etcétera de ciudades y pueblos.

En Viena, un par de jóvenes -rigurosamente críticos con las Farc -explicaban ante una treintena de participantes en un taller sobre los acuerdos de La Habana organizado por la plataforma “Acuerdo Ya”, las razones que los han llevado a cambiar gradualmente la percepción que tenían de la guerrilla fundada por Tirofijo. Esto coincide con las recientes encuestas que sitúan a las Farc con una imagen favorable superior a un dígito, superando incluso a personajes como Andrés Pastrana quien, hasta ahora, ostenta el título del peor presidente en la historia republicana de Colombia. ¿Qué ha pasado para que esto suceda?

Antes, el relato de las Farc lo contaban sus adversarios y los académicos, y ahora lo están contando ellos mismos. Antes, eran una organización hermética, ahora se han desnudado ante el público. Antes, esgrimían una retórica hegemónica y plana, ahora se muestran heterodoxas y testimoniales. Antes, subyugaban la política a la dialéctica de los fierros, y ahora sólo les interesa la política. Antes parecían invencibles, ahora se ven vulnerables. Estos son algunos de los cambios sustanciales, amen de los cosméticos, que le están permitiendo a las Farc conectar con una parte de la opinión pública que, si bien nos los miraban como diablos, si lo hacía con cierta desconfianza. Pero lo más importante: están cumpliendo con la palabra empeñada.

Este cambio de ritmo de las Farc me hace recordar a mi maestra de primaria, quien daba un beso en la frente al niño que llegaba a su clase con la cara radiante, el uniforme y los botines impecables y  el cabello separado en dos partes por un caminito rectilíneo. La gente dirigida por Timo parece entender que en estos tiempos postplebiscito tiene créditos comportarse como un niño modélico y más cuando una parte de la clase sabotea a la profe y tira pedos en el salón.

Luego de escuchar en el workshop a esa nueva generación que, se bate con argumentos y sin perder la alegría, vuelvo dichoso a mi casa y de pronto me encuentro en la estación central de trenes de Barcelona con el tipo aquel que todo el mundo conoce pero nadie sabe quién coño es y me saluda así: las Farc, Yezid, han traicionado al pueblo con la renegociación de los acuerdos de La Habana. El tipo iba a seguir con la monserga cuando, bendito sea dios, venía mi tren y pegué una carrera para no perderlo. Después hablamos, le grité mientras me subía al tren. Vi que el man se quedó en el andén esperando no sé qué tren o quizá no estaba esperando ninguno sino que estaba en la estación viéndolos pasar. Hay gente así. Gente que le da miedo subirse al tren y prefieren, como los locos, tomar una carretera y caminarla sin rumbo alguno mientras van pateado piedras, y cualquier día un camión fantasma los deja estampillados contra el asfalto. 

Las Farc, pienso, no parecían tener más alterativas. Recordé entonces aquellas películas de Indiana Jones en las que el protagonista está en una especie de encerrona y todas las salidas que observa conducen a una muerte segura, y sólo hay una en la que tiene posibilidades de salvar la piel pero perdiendo algo. Se lanza y pierde cosas y consigue una herida profunda y magulladuras en el cuerpo pero sale con vida y salva la piel y el sombrero. El sombrero refuerza su personalidad y le da cierto aire intrépido que gusta a los espectadores.

Las Farc, pienso, no parecían tener más alternativas. Recordé entonces a Igor, un militante del PCUS, que me explicaba mientras recorríamos a -17 grados la perspectiva Nevsky de San Petersburgo (entonces era Leningrado), la manera como Lenin logró salvar la revolución de Octubre firmando un acuerdo de paz humillante con Alemania que luego se volvió papel mojado a raíz de la derrota de los teutones en la Primera Guerra Mundial. De aquello no quedan sino las estatuas, los museos y unos libros que se consiguen baratísimos en los mercadillos de segunda mano. Pero queda el recuerdo. Recordando se puede vivir y crecer. 

La realidad al día de hoy es la siguiente: los integrantes de las Farc, cumpliendo fielmente los compromisos adquiridos con el país y la comunidad internacional, se han dejado contabilizar, identificar y fijar en el terreno. Puede que a alguien se le ocurra matarlos a todos. Pero ese alguien -llamémoslo genocida- tendrá que vérselas con el veredicto del 87% de los colombianos que muestra interés por el tema de las negociaciones de paz o con el 77% que, según los últimos sondeos, han manifestado su apoyo al dialogo con las Farc.

A ese presunto genocida le recordaran además que si hoy día la gente en el mundo sabe en qué lugar del mapamundi queda Colombia es por la negociación de paz con las Farc. Los jueces internacionales le recordarán a ese presunto genocida que los tiempos en que se mataba impunemente a los miembros de la UP ya pasaron y en cualquier lugar del planeta le echarán el guante. Los presuntos electores le recordarán en las urnas al presunto genocida que no es lícito matar a unos chicos y chicas inermes que, si bien hicieron algunas cosas malas en el pasado, ahora quieren hacerlas todas bien y hacerlas en democracia. A ese presunto genocida el mundo le dirá que es un acto de cobardía matar a mansalva a un adversario que ha depuesto las armas. De los recuerdos también se puede morir.

Nota final: Calma. No hay un solo proceso de paz en el mundo en los que no se hayan presentado incidentes (muertos y heridos) durante el alto el fuego. Para eso son las comisiones tripartitas. No hay que armar un barullo a través de los medios.

*Escritor y analista político
  En Twitter: @Yezid_Ar_D
  Blog: En el puente: a las seis es la cita

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