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Hay Cortes

Yo tengo la confianza de que en nuestro país, aunque los dos primeros poderes estén amangualados, todavía haya un tercero independiente

Semana
4 de julio de 2004

Esta semana -aunque aquí esas noticias no se dan en la televisión, y en la prensa aparecen en notas diminutas, inexactas y sin ninguna profundidad- fue la semana de las Cortes. En particular las Cortes Supremas de Estados Unidos y de Israel tomaron decisiones en contra de los gobiernos de Bush y de Sharon. En cualquier democracia la división de poderes es fundamental, pe-

ro en un país como Colombia (que todavía sueña con la pesadilla de un caudillo que acapare para sí todo el poder) esta división ni siquiera se comprende bien. Cuando la Corte desautoriza al Ejecutivo, y aquí ha sucedido varias veces desde la Constitución del 91, muchos ni siquiera comprenden que exista un poder capaz de "contradecir al señor Presidente".

Pues así es y así debe ser en los regímenes que no son tiránicos. Miren esta frase que la Corte Suprema de Estados Unidos le acaba de dedicar a Bush: "Es conveniente recordar que el Presidente no es el Comandante en Jefe del país, sino sólo de las Fuerzas Armadas". Las palabras son importantes. Aquí, desde hace varios años, se ha venido arraigando la costumbre de llamar al jefe del Estado "el presidente de los colombianos". Pues fíjense que no: él es, sí, el presidente del gobierno, pero no puede presidir sobre ninguno de nosotros, los ciudadanos. No es 'mi' presidente, ni'su' presidente ni el presidente de nadie, pues los individuos nos gobernamos solos, sin que nadie presida sobre nosotros. Es más, un juez de la República me puede citar a su despacho y yo tengo la obligación de ir. En cambio si el presidente cita a un ciudadano al palacio, el ciudadano solamente va si tiene ganas y no existe ningún poder legal que lo pueda obligar a presentarse ante él. Es el jefe del gobierno, pero no el jefe de las personas.

Claro que en la realidad las cosas cambian. Veamos por ejemplo lo que pasa con el segundo poder, el legislativo. En las últimas semanas el legislativo colombiano no ha hecho otra cosa que ofrecer el espectáculo bochornoso de su arrodillamiento canino ante el ejecutivo. Aquí los congresistas, si los citan a palacio, no es que corran, vuelan; y volean la colita como perritos falderos. Les basta un tinto allá para vender barata su conciencia como legisladores. O aunque la vendan cara, lo grave es que la venden. En el último episodio de la reforma constitucional para poder reelegir al Príncipe, se vio de qué manera su voto se podía comprar, no digamos por un plato de lentejas, pero sí con un paquete de auxilios parlamentarios, o con algunos puestos para parientes cercanos en consulados, consejerías o embajadas apetecibles regadas por el mundo. La división de poderes entre ejecutivo y legislativo, en manos de un gobierno que cada vez practica más la politiquería que dijo querer extirpar, en realidad no existe: es un matrimonio por conveniencia que, según el temperamento que tengamos, puede producirnos tristeza, indignación o una sonrisa de complacencia por lo avispado que resultó el Presidente para manejar el Congreso.

Pero existen las Cortes, y menos mal, para equilibrar los poderes. La del norte acaba de aclararle al gobierno de Bush que, en el caso de los extranjeros detenidos en Guantánamo, y de dos ciudadanos en custodia perpetua del ejército, todos tienen derecho a desafiar su detención indefinida ante las Cortes federales. No importa que el ejecutivo diga que los "combatientes enemigos" no tienen ese derecho. La Corte ha dicho que sí lo tienen. Y en el caso de Israel la Corte hizo modificar el trazado del muro de división para no afectar, al menos en un trayecto, los derechos de paso de miles de campesinos palestinos.

También hay casos locales. Hace unos meses el Consejo de Estado no se amedrentó ante un ministro de Justicia y lo condenó por sus chanchullos. Lástima que este mismo Consejo ahora pretenda manipular el nombramiento de un nuevo magistrado a la Corte Constitucional y desconozca los nombres de los constitucionalistas con más títulos y experiencia para ocupar ese cargo. Les doy un solo ejemplo: Rodrigo Uprimy, quizá el constitucionalista más serio y profundo que hay en el país, a quien se pretende excluir de la terna por haber dicho algo a favor de las tutelas contra sentencias.

El caso es que la independencia y seriedad de las Cortes es fundamental. El ex presidente López escribió en estos días que el Estatuto Antiterrorista podría caerse en la Corte, por sus vicios constitucionales. Y la reelección también podría caerse en esa instancia, porque afortunadamente (y todavía) Colombia no es un país dominado por el poder tiránico del ejecutivo. Por eso tampoco tienen razón los críticos exagerados cuando dicen que Uribe es otro Hitler. Si lo fuera, ni ellos podrían escribirlo, ni yo podría decir lo que estoy diciendo, ni la Corte Constitucional podría fallar en su contra. Ya veremos. Yo tengo la confianza de que en nuestro país, aunque los dos primeros poderes ya estén amangualados, todavía haya un tercer poder independiente. En la Corte Constitucional está la esperanza de que Colombia no se convierta en un régimen autoritario.

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