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Historias de romanos

Es una bofetada a Uribe nombrar canciller a la única funcionaria de su gobierno que tuvo la dignidad de renunciarle porque discrepaba de su clientelismo.

Antonio Caballero
17 de julio de 2010

Hace unas cuantas semanas cité en esta columna la queja sincera y sabia de un emperador romano de la decadencia:

—Lo malo es que uno no puede asesinar a su sucesor.

Al antecesor sí, claro. La mayoría de los emperadores romanos accedieron a la púrpura mediante ese método, que solía completarse con el envenenamiento de la familia del occiso y el decapitamiento de sus estatuas, para colocar en ellas la cabeza del emperador nuevo. Era una forma drástica de lo que en términos políticos colombianos se llama "usar el espejo retrovisor". Pero matar al sucesor es, por definición, imposible: el que mata es él. Y se nota que el presidente Álvaro Uribe no está muy versado en historia ni iluminado tampoco por el simple sentido común, porque es precisamente eso lo que está intentando hacer en los últimos días de su reinado: asesinar al presidente electo Juan Manuel Santos, que está a punto de convertirse en su sucesor. Y también, en buena medida, en su asesino: la historia de Roma nos enseña también que muchas veces el sucesor que asesinaba a su antecesor había sido no solo designado por él, sino incluso adoptado como su hijo. El poder es cruel.

Primero, lo de Uribe.

Cuando escribo estas líneas acaba de pasar el episodio de las revelaciones sobre la presencia de jefes de las Farc en territorio de Venezuela, hechas por el gobierno de Uribe en el momento mejor escogido para sabotear las tentativas del nuevo presidente Santos de normalizar sus relaciones con el gobierno de Hugo Chávez. Santos había llegado al punto de invitar a Chávez a su posesión, y al más desafiante aún contra su antiguo jefe Uribe de explicar con sensatez que cuando los dirigentes se pelean los que sufren son los pueblos. Y Chávez, por su parte, había aceptado la invitación al diálogo "siempre y cuando a Venezuela se la respete", y agravado el insulto diciendo que a Santos sí estaba dispuesto a estrecharle la mano. Por el lado del presidente Correa del Ecuador, lo mismo. Ya María Ángela Holguín, la canciller designada por Santos, había anunciado la intención del nuevo gobierno de "aclarar las diferencias" con el ecuatoriano por el caso del bombardeo del campamento de las Farc al otro lado de la frontera. Y de inmediato saltó el todavía presidente Uribe a exigir "una dura reacción" en defensa del general Freddy Padilla por ese mismo asunto. Y en cuanto al anuncio hecho por el nuevo ministro de Agricultura de Santos, Juan Camilo Restrepo, sobre la revisión de los chanchullos cometidos en el programa estrella de Uribito, Agro Ingreso Seguro (AIS), el todavía presidente Uribe respondió que el AIS había que defenderlo "como unos leones".

Y algo que va más allá de las palabras: sus últimos días de gobierno los está dedicando Uribe a raspar hasta la costra la olla de las finanzas públicas, dejando comprometidos para 20 años los gastos de la Nación y garantizando para muchos más las gabelas tributarias de su "confianza inversionista", uno de sus famosos "tres huevitos". Ha firmado lo del metro y lo del tren de cercanías, ha entregado minas de oro, y ni siquiera se ha privado de nombrar embajadores nuevos (así estén al borde de investigaciones judiciales). Ha querido dejarlo todo "atado y bien atado", como ya en su agonía dijo el dictador de España Francisco Franco con los resultados que todos conocemos.

Y lo de Santos. El cual parece, en efecto, decidido a romperle los huevos a Uribe.

En primer lugar, por los nombramientos. Es una bofetada a Uribe nombrar en la Cancillería a la única -la única- funcionaria de su gobierno que tuvo la dignidad de presentarle la renuncia porque discrepaba de su utilización clientelista de la burocracia. Y es otra bofetada nombrar en el Ministerio de Agricultura a un declarado crítico de sus políticas agrarias (y, en general, económicas). En segundo lugar, por la intención declarada de propiciar la reconciliación entre el Ejecutivo y el Poder Judicial (incluida la insinuación de nombrar nueva terna para el cargo de Fiscal). Y en tercer lugar, por el estruendoso silencio de Santos ante los problemas judiciales que enfrentan varios de los más cercanos colaboradores de Uribe: el ex ministro de Gobierno Pretelt, el de Protección Social Palacio, los diversos consejeros enredados en el asunto de las 'chuzadas' del DAS.

Estas cosas, en tiempos de los romanos, solían terminar con el emperador depuesto nadando en un charco de sangre y su proclamado sucesor ciñéndose la coronilla con una diadema de laurel para ocultar la calvicie incipiente. Pero en algo sí está de acuerdo el presidente electo Santos con el ya casi ex presidente Uribe: en que este país no es un Imperio, sino una colonia del Imperio. Así que es más probable que la cosa se resuelva con la extradición de Uribe a los Estados Unidos.

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