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HISTORIAS TRAGICAS Y RISIBLES

Antonio Caballero
18 de octubre de 1999

Se queja en una carta el embajador de Bolivia de que en una columna de esta revista yo
haya calificado la historia de su país de "trágica y risible". Y, citando cifras de PIB y de inflación, hablando
de "régimen democrático pluralista y estable" y de "economía saneada", y mencionando cronogramas de
erradicación de la "lacra social" de la coca "anunciados ante la comunidad internacional" (ese nombre que
últimamente han dado en darle a la señora Albright), me acusade varias cosas. De simplista, de inexacto,
de injusto, de peyorativo y de arrogante.
Creo que mi columna _sobre Chávez Y Bolívar _ no era nada de todo eso. En gracia de discusión podría
aceptar lo de "simplista". Reconozco que es simplista resumir en dos adjetivos ("trágica y risible") toda la
historia de un país. Pero es inevitable. Sólo a un embajador, en razón de su oficio, se le puede ocurrir
reclamar 10.000 páginas sobre un tema de historia, sea la de Bolivia sola o la de la humanidad entera, en una
revista que sólo tiene 130. A mí, en razón de mi oficio de comentarista de revista, me toca ser algo
simplista.
Pero en todo lo demás no estoy de acuerdo. No creo que ese par de adjetivos simplistas sean arrogantes,
ni peyorativos, ni injustos, ni inexactos. ¿Desde dónde iba a ser yo peyorativo o arrogante? La historia de
mi propio país, Colombia, es tan trágica y tan risible como la del país del ofendido embajador. Si en mi
columna hablaba de Bolivia es porque su tema era Bolívar. Pero si hubiera sido Colón _"Cristóforo
Colombo, pobre almirante: ruega a Dios por el mundo que descubriste", cantaba, lloraba, Rubén Darío_
hubiera hablado de Colombia, cosa que hago a menudo. Me refería a la maldición de llevar el lastre del
nombre del Libertador. Pero tal vez la maldición sea más amplia y cobije a todos los pueblos que cargan en
su nombre con el peso de un personaje importante. Bolivia, Colombia, sí: pero hay que ver también la trágica y
risible historia de Rhodesia o de las Filipinas. O la de toda América, que se llama de ese modo por Amerigo
Vespuccio. O también la de la ciudad de Washington, capital de Estados Unidos de América, construida para
honrar _o más bien para avergonzar_ a George Washington. O la de Alejandría: si Alejandro la viera, se
moriría de asco. Hasta Roma _y eso que Rómulo es importante por Roma, y no al revés_, hasta la misma
Roma y su inmenso imperio tuvieron una historia a la vez trágica y risible: esas matanzas, esos emperadores
que tocaban la lira (¡la lira!) durante las matanzas, tan risibles y trágicos como los "caudillos bárbaros"
descritos ñor el escritor (boliviano) Alcides Arguedas. Decir esto no es peyorativo, ni injusto. Y, sobre todo, no
es inexacto.
Aunque, claro, la maldición es más amplia todavía. No es necesario que un país lleve el nombre de un prócer
para que sea desgraciado. Lo es Brasil, que lleva el nombre aromático y ecológico de un palo de olor del
color de la brasa. Lo es Nueva Zelanda, que sólo tiene el pecado de llamarse como la desgraciada vieja
Zelanda. Lo sigue siendo Zimbabwe, a pesar de que hace 20 años tuvo la precaución de abandonar el nombre
de Rhodesia que le había puesto Rhodes, un rico mercader de diamantes. Ya mencioné a Estados Unidos,
cuyo nombre es en apariencia tan desinfectado y aséptico y escuetamente comercial. Pero ¿qué tal la URSS,
mientras duró, llamándose con algo que no era ni siquiera un nombre, sino apenas una sigla? Las historias
de todos los países son trágicas: las de los pueblos. Y a la vez cómicas: las de sus gobernantes. Tanto la de
Bolivia, desde su mariscal Sucre hasta su general Bánzer, como la de Colombia, tan trágica, tan cómica, que
en sólo 30 años ha tenido no uno, sino dos Pastranas. Todas las historias: la de Egipto, que tiene 8.000
años: ese absurdo faraón Keops que se mandó hacer una pirámide, este presidente Mubarak que... (no, no,
no: no quiero que me escriba una carta ofendida también el embajador de Egipto).
Lo que pasa es que este artículo, como aquel que escribí sobre la infortunada Venezuela y que molestó de
pasada al embajador de la pobre Bolivia (y al de la infortunada Venezuela, claro), o como los que suelo
escribir aquí semanalmente sobre la desdichada Colombia, está en la nota trágica. Si me diera por escribir en
tono cómico _es decir, hablando de "economía saneada", "régimen democrático pluralista y estable",
"comunidad internacional", etcétera_, me temo que no duraría mucho en mi oficio de comentarista de
prensa. Me nombrarían en cambio embajador del gobierno de Colombia ante el gobierno de Bolivia.