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HOKUS, POKUS, MOCKUS

Antanas Mockus puede ser el tipo perfecto para Bogotà: un antialcalde para una anticiudad

Semana
9 de mayo de 1994

SALVO QUE SE LE ACABE LA CUERDA -cosa que se ve difícil-, el próximo alcalde de Bogotá se llama Antanas Mockus. Los índices de popularidad del ciclista lituano demuestran que estamos ante un nuevo y sorprendente fenómeno político, que acaba de arrancar y que se ha fijado como primera parada nada menos que lo que se conoce como el segundo puesto del país.
¿Qué se sabe del profesor Mockus? Nada y mucho. Se sabe que no es un experto en temas urbanísticos, que no tiene especializaciones en transporte masivo ni en desarrollo de servicios básicos, y que no se destaca por sus conocimientos en asuntos relacionados con la construcción. Se sabe también que es académico, filósofo, escritor, pensador, maestro, pedagogo y rector exitoso de la única universidad en la que la constante ha sido que los rectores no tengan éxito. Pero lo que más se sabe de él es que se va a trabajar en bicicleta; que enfrenta los problemas graves armado de una espada de plástico; que se baja los pantalones, da media vuelta y muestra las nalgas para responder a una rechifla, y que les arroja vasados de agua en la cara a sus oponentes en los debates que se realizan en las universidades. Es decir, se sabe mucho y no se sabe nada sobre este personaje. Lo que sí es un hecho es que, visto con mirada tradicional, Antanas Mockus tiene el perfil perfecto para no ser el próximo alcalde de Bogotá. Pero la gente dice lo contrario. Todo el mundo quiere que sea el próximo alcalde sin saber muy bien por qué.
Y a todas estas, ¿qué diablos es Bogotá? Bogotá es una ciudad grande, fea y mal planificada, con un atraso de varias décadas en su infraestructura vial y de servicios, cada vez más contaminada de humos, avisos y ruidos, insegura, gris y lluviosa. Y en ese escenario se mueven millones de habitantes indisciplinados, agresivos y atemorizados, que no tienen andenes por dónde caminar ni parques para descansar, que se miran unos a otros como extraños y que se sienten viviendo en un lugar cada vez más despedidor y ajeno. Alguien la describió alguna vez con gran acierto: Bogotá es el suburbio de una ciudad que no existe.
Y de repente aparece en escena esta especie de mago Merlín (hasta la pinta le cuadra), que llama la atención de la gente a través de la ruptura de los símbolos más convencionales y elementales, y todo el mundo queda atento y fascinado. En menos de un año, Antanas Mockus metió en el caldero dosis medidas de pedagogía, academia, cultura, anticultura, juego, irreverencia, humor y algo de locura, revolvió con un palo y logró atraer la atención de la gente con más eficacia que cualquier político tradicional en toda una vida. Con su violencia simbólica, su desaliño y su actitud de permanente picardía, el espadachín Mockus logró sintonizar a una inmensa cantidad de personas en su misma frecuencia. Eso, como elemento de cohesión de la sociedad, es mucho más de lo que ha logrado cualquier alcalde de Bogotá en toda su gestión.
Mockus hace recordar el caso del cura Hoyos en Barranquilla. Allá la gente se había resignado a que la ciudad estaba perdida en manos de unos políticos que se la tomaron por asalto para saquearla, y la cosa alcanzó tal extremo que el agua no llegaba ni a las casas de los ricos. De repente apareció un fraile bailarín que pronunció la frase mágica: "No me voy a robar ni un peso"... Hoy es un hombre popular que logró devolverles a los habitantes la sensación de que la ciudad es otra vez de ellos. Es posible que con el profesor Mockus esté pasando algo similar y que nos en contremos ante la fórmula mágica que necesita Bogotá, que es la de elegir a un antialcalde para que solucione los problemas de una anticiudad.
Si fuera posible hacer combinaciones, como con los helados, una buena fórmula sería la de Antanas reinando y Peñalosa administrando; pero la verdad es que ese camino tiene tantos obstáculos que es prácticamente imposible pensarlo. A pesar de que la teoría señala que los problemas de una ciudad deben ser manejados por expertos, la suerte ya está echada en favor del matemático Mockus. Y es posible que sea lo mejor para todos, porque los resultados, después de tantos años de políticos y de supuestos expertos, indican que nos convendría más echarnos en los brazos de un mago.

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