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HOLA GABRIEL ... BUENAS BILL

Semana
20 de octubre de 1997

La prensa colombiana no alcanzó a registrar la visita de Gabriel García Márquez a Washington en su verdadera dimensión. Es una lástima. Tal vez sea por el hecho de ser él colombiano, pero lo cierto es que los periodistas de otros países le sacaron mucho más jugo que nosotros a esa semana histórica en la capital de Estados Unidos. Para Colombia, el punto central fue que el presidente Bill Clinton hubiera recibido a García Márquez en su oficina de la Casa Blanca, y hay serias razones para que haya sido así: no creo que exista un antecedente en nuestra historia en el que un colombiano haya sido huésped de honor de un presidente gringo. Pero aun a riesgo de ser grosero con Estados Unidos, me parece que es más importante para Clinton encontrarse con García Márquez que al revés. Y en la actitud de Clinton frente al Nobel colombiano queda la sensación de que así lo siente y que no le preocupa que se note. Lo admira, y punto. Eso está bien. La prensa extranjera, digo, lo notó así, y por eso hay algunas crónicas sobre la visita de Gabo a Estados Unidos que son buenas de verdad, pues fueron más allá del encuentro mismo. Una de ellas, la del Washington Post, y otra, la de El País, de Madrid, son una delicia de calidez y de humor, pero sobre todo de admiración por el tributo que ese país le rindió al autor de Cien años de soledad.El Post le dedicó dos páginas enteras. "El maestro ha venido a Washington _dice el periódico_, (...) y el hecho de que cualquier admirador pueda comprar una boleta para ver a García Márquez en persona no tiene antecedentes en este país. Todo el mundo lo quiere, y por eso él le tiene que decir a todos que no". ¡Vaya!La nota del periódico habla de la historia literaria de García Márquez, de su importancia como escritor, de la escandalosa cifra de la venta de sus libros (una cifra incierta entre 30 millones y 40 millones de copias sólo para el caso de Cien años de soledad), de Noticia de un secuestro, de realismo mágico, por supuesto, de la salida de García Márquez de Colombia, de la novela que está escribiendo, de la reunión con los estudiantes de la Universidad de Georgetown, de la muestra de películas basadas en su obra que se inauguró esa misma semana, de la sabrosísima tertulia pública con Juan Luis Sebrián, Tomás Eloy Martínez, Antonio Skármeta y Belisario Betancur, y de lo que opina Gabo de Bill Clinton. Este último fue el único punto en el que el cronista se mostró escéptico frente a la opinión de García Márquez. "El presidente _dice el periodista_ había visto el comentario de García Márquez el año pasado en el que decía estar seguro que si era reelegido, Clinton podría eventualmente ubicarse como uno de los grandes líderes de este país" Y remata el articulista con sorna: "¿Realmente, maestro?".García Márquez le aclara al Post que fue malinterpretado por los periodistas cuando dijo que se iría a México porque en Colombia no podía trabajar en paz, y una agencia divulgó la declaración como el anuncio de que no vendría hasta que se acabara el gobierno de Ernesto Samper. Sin embargo, en la aclaración hace la afirmación más fuerte entre todas: "Para mí, decir que no voy a volver a un país mientras un presidente esté en el poder, es hacerle un honor, un homenaje que no le hago a nadie". A pesar de haber sido una sesión secreta, los dos periódicos que menciono hacen referencia a la reunión muy larga que tuvo García Márquez con los estudiantes de Georgetown, de la cual destacan la sencillez y profundidad de sus intervenciones, basados en los comentarios que hicieron luego sus interlocutores.Pero la parte más entretenida de las notas del Washington Post y de El País es la reseña de los recuerdos de García Márquez de boca de sus viejos amigos. Reproducirlo aquí sería imposible porque las dos crónicas son extensas. Ambos coinciden en la reseña de la anécdota de Skármeta, quien vivía pobre como una rata y sin inspiración en una pensión de mala muerte en Nueva York, cuando de regreso de la oficina de correos fue atracado en su cama por un pordiosero que la reclamaba como suya. Del correo traía Cien años de soledad, tras cuya lectura se fue volando a escribir a Chile: le salió El cartero. O la que contó Tomás Eloy Martínez: un editor argentino lo llamó de urgencia para que fuera de inmediato a su casa. El fue, bajo un aguacero espantoso, y al entrar a la casa se limpió los zapatos en unos papeles que estaban ubicados en el piso, al lado de la puerta. Una inspección más cercana de las hojas le permitió leer su contenido: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía...".