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Como una bicicleta estática frente al paisaje

Que a esta altura de nuestra historia estemos enfrascados en una discusión bizantina sobre la definición de familia, es producto de los cimientos ideológicos sobre los cuales descansa Colombia.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
2 de junio de 2017

Las ideologías no son buenas ni malas, pero puntualizan el comportamiento de los grupos humanos y de las sociedades en general. Para John Fiske, estas definen la construcción del sentido de los textos, entendiendo este concepto como esos entramados de signos, coherentemente ordenados, productores de significados. De acuerdo con lo anterior, los textos van más allá de lo escritural. Las acciones y los actos son textos culturales que delimitan el comportamiento de las personas y le dan sentido a sus vidas.

Roland Barthes aseguró en una oportunidad que no puede haber una escritura liberal si el pensamiento de la sociedad que la produce no es. Nadie, absolutamente, traiciona este principio rector que define el comportamiento de los grupos sociales. Esa impronta es como una huella dactilar, una especie de mancha indeleble que llevamos a todas partes. De ahí que nadie se engaña a sí mismo, y por mucho que expresemos una idea son las acciones y los actos los que, en el fondo, hablan por nosotros.

Aunque nos cueste trabajo asimilarlo, las ideologías permiten el desarrollo o el atraso, en muchos casos, de los pueblos. Que a esta altura de nuestra historia estemos enfrascados en una discusión bizantina sobre la definición de familia, es producto de los cimientos ideológicos sobre los cuales descansa Colombia. No olvidemos que este país es el segundo más religioso de América Latina, después de Perú, y uno de los más católicos del mundo, al lado de México.

Que nuestros líderes sean profundamente católicos y hagan política es como conducir un carro a 300 kilómetros por hora en una vía donde el límite es de 60. No digo que leer la Biblia sea malo. El problema radica en su interpretación, muchas veces literal, pues este libro es un conjunto de textos escritos hace más de 3.500 años y cuenta la historia y las costumbres de un pueblo y de un ser al que se le atribuye la creación del mundo. El pueblo judío no representa el mundo, sino una parte muy pequeña de la cultura global. No fue siquiera un pueblo conquistador, sino, por el contrario, un pueblo conquistado. La mejor manera de definir esto es con la metonimia, una figura retórica del lenguaje que asume las características de la unidad cuando, en realidad, es solo una parte de esta.

Me explico. Los principios fundacionales de este libro no son los principios griegos ni romanos, ni mucho menos de aquellos pueblos que Roma llamó alegremente “bárbaros”. No son los principios fundacionales de las civilizaciones “precolombinas”, de las cuales Europa no tuvo noticias sino hasta finales del siglo XV. De manera que la normatividad de la que hace referencia este libro son pautas, creencias y conocimientos de uno entre muchos otros pueblos. Que haya sido escogido o no por la divinidad hace parte del cúmulo de creencias que se ha instaurado con el tiempo en lo más profundo de la conciencia colectiva.

Por otro lado, las axiologías son cambiantes y obedecen a un momento histórico. Cada nueva generación trae consigo sus valores. De ahí que los niños de hoy aprendan conjuntamente la utilización de una tabla electrónica con la acción de llevarse el tetero a la boca. Lo que diferencia las nuevas generaciones de las anteriores es el rompimiento de las normas que guiaron a nuestros padres y abuelos. Esto lleva a una nueva valoración del mundo y, por lo tanto, de las acciones. “Don Quijote de La Mancha”, por ejemplo, es --desde el punto de vista académico-- un libro imprescindible en la historia de la literatura, pero a las nuevas generaciones de jóvenes les dice muy poco, como muy poco les dice Homero y sus dos grandes poemas épicos. Y no los conmueve porque los hechos que se narran allí están muy lejos de sus experiencias cotidianas. Para ellos es más importante la inmediatez y todo aquello que está al alcance de su conocimiento y les permita una fácil descodificación.

Les parece aburridísimo la historia de un viejo que se vuelve loco por leer libros de caballería y sale por los pueblos de Castilla a impartir justicia. Pero les resulta mucho más difícil entender que el mismo viejo se crea un Supermán medieval que se viste a la usanza de un héroe de ficción del siglo XIII. Si alguien se vistiera hoy como Amadís de Gaula, no es que se considere Amadís de Gaula, sino que se prepara para una fiesta de disfraces. En la conciencia del viejo Quijano, por el contrario, las axiologías que fundamentan la estructura del héroe no son bufonadas. Y no lo son porque en la Edad Media las sociedades no tenían claras las diferencias entre ficción y realidad: todas las creencias reposaban en el fondo del mismo saco.

Desde la publicación de “El Quijote” han pasado un poco más de cuatro siglos. Desde la escritura de la Biblia han transcurrido 3.500 años. Hoy nadie cree que los dioses del Olimpo, aquellos seres mágicos de los que hace referencia Homero en sus dos largos poemas, sean tan reales como el sol que nos alumbra o el viento que nos sopla. Zeus está en el abanico de las figuras míticas de los relatos nacionales, así como Hefestos o Poseidón, Gea o Urano. Sin embargo, no pasa lo mismo con el panteón de las deidades cristianas. Si mañana preguntáramos a uno de nuestros renombrados políticos si cree en el relato que cuenta cómo Moisés abrió con su vara mágica el Mar Rojo, lo más seguro es que afirme sin dudarlo. Si le preguntáramos a otro si considera cierta la historia en la que Jesús levantó de la tumba al putrefacto Lázaro, afirmaría categóricamente. Si le preguntáramos a los mismos políticos si creen que el gran Apolo, el guerrero hijo de Zeus, existió de la misma manera como afirma el texto bíblico existió el hijo de Dios, nos soltarían una risotada en la cara.

Así son las sociedades frente a las axiologías dominantes: aceptan un mito, lo interiorizan y lo convierten en axioma, pero rechazan de tajo otros. Son como bicicletas estáticas frente al paisaje: no avanzan pero nos hacen sudar.
En Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com

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