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'In' y 'out'

Estados Unidos se apropió de la Historia. Es un triunfo debido, más que todo, a ser la democracia más profunda del mundo

Semana
7 de abril de 2003

El espacio y el tiempo se han vuelto mAs pequeños", notó Alicia al entrar en El país de las maravillas. Pues ésta, sin proponérselo, viene a ser la mejor descripción de nuestra "aldea global". La guerra en Irak es una muestra dramática del punto. El tiempo se comprime: la supertecnología contra el Islam, el siglo XXI contra el siglo VII. El espacio se achica: bombas accionadas a distancia para estallar en los televisores del planeta entero.

Así que la gran cuestión de nuestra época es quién cabe o no cabe en ese espacio-tiempo reducido.

Tiempo. Hannah Arendt lo vio con más lucidez que nadie: "Hemos sido forzados a un presente común desde pasados distintos". El presente que vale, el de la "aldea global" con sus valores, sus modas y sus gustos, se crea y nace desde la historia interna de Estados Unidos y sus primos. Los demás tratamos o somos arrastrados a vivir ese presente desde historias remotas, somos extranjeros sin salir del país, migrantes mentales a una ciudad poblada por Colin Powell y McDonald's, el PC y el CD, los jeans y la Constitución de Filadelfia.

Esto ocurre en Irak: lo están "liberando" u obligando a entrar en el presente, que está hecho de elecciones, de inversión extranjera y de obediencia. Eso ocurre en el mundo: no hay más presente (es decir, más noticia) que la guerra en Irak, así que los sucesos nacionales o locales pasan de agache en los medios locales o nacionales.

Estados Unidos se apropió de la Historia. Es un triunfo debido, más que todo, a ser la democracia más profunda del mundo. A ser la economía donde más se compite, y a que aplica la ciencia más que ninguna otra sociedad del orbe. Sus vecinos de viaje -Inglaterra, Alemania, Francia, Rusia, Japón?- lo siguen tan de cerca o tan de lejos como permiten estas tres variables. Y atrás se va desperdigando el centenar y medio de países que llamamos "Sur".

O sea que ser "Sur" es migrar al presente de uno mismo, ser un turista perdido en algún barrio de la aldea global. Por eso, como países, somos náufragos indecisos entre una leyenda que nuestros dirigentes pretenden ignorar a toda costa y un presente que no podemos alcanzar a ningún costo. Y por eso fluctuamos entre una religiosidad o un patriotismo hechos de pura nostalgia, y un reformismo o un populismo hechos de puro atolondre.

Espacio. Aunque se dice "global", la aldea tiene fronteras. Fronteras que no siempre coinciden con países, que cambian sin demasiado ruido y que marcan perímetros distintos según se mire a la cultura, a la economía o a la política.

Hay, por ejemplo, las fronteras de Internet, de invertir en papeles extranjeros, de exportar computadores, de importar computadores, de escoger entre Bush y Gore o entre Serpa y Uribe, de lanzar bombas inteligentes o recibir bombas equivocadas, de enterarse por CNN, de inforricos e infopobres, de los que tienen o no tienen visa, los que viven en la opulencia y los que mueren con un dólar por día, los que hablan inglés y los que no tienen voz, los que caen un 11 de septiembre y los que caen cualquier otro día.

A veces uno va a la frontera y otras veces la frontera viene a uno. Como quiera que sea, hay un flujo disparejo de individuos, comunidades y países enteros que cruzan esas y otras varias fronteras. Este, creo yo, es el sustrato de la gran historia y la pequeña historia de la época: secretarias que estudian inglés, migrantes ilegales o legales, campesinos que exportan alcachofas, campesinos con hambre porque se importa trigo, yuppies que suben y bajan al compás del Dow, fiscos que engordan y revientan por lo mismo, bonanzas y protestas que se turnan, gobiernos que se rebelan con razón o sin ella, países liberados u ocupados con armas futuristas.

El balance conjunto es positivo: cada vez es mayor el número y proporción de personas con una vida mejor que la de sus padres. Pero también es mayor la desigualdad (digamos que la distancia entre el 10 por ciento más rico y el más pobre se multiplicó por 4 en los pasados 20 años). Y es más difícil que los "out" se organicen, porque sus intereses se entrecruzan y porque el adversario está muy diluido; de aquí la mezcolanza ineficaz que conocemos como "antiglobalistas".

Lo cual apunta al desbalance básico de este siglo: aldea global sin Estado global, mercado internacional sin control internacional, votación doméstica y autoridad extranjera, valores universales e intereses nacionales del país que se quedó con la Historia.