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Incapacidad moral

El modelo de civiles, que se hacen al mando total, ha caducado.

Semana
25 de diciembre de 2000

El término sorprende. Suena como a invalidez, como a una merma de facultades, como a una excusa temporal para el trabajo. Pero no. En la Constitución peruana está consagrado y se le acaba de aplicar al ex presidente Alberto Fujimori con carácter permanente. Incapacidad moral. Como entiendo se le aplicó al divertido ex presidente Bucaram, con parecida expresión, en el Ecuador.

Incapacidad moral parece más un atenuante de responsabilidad que un castigo por inmoralidad. Una persona que no está en capacidad de actuar conforme a la moral es prácticamente un inimputable penal. Persona sin discernimiento, tal vez un loco, tal vez un desadaptado. Pero bien, todo lo curioso que sea el vocablo, nada le quita a la gravedad de la acusación y de la sanción que mereció, ante el Congreso del Perú, el mandatario hoy caído en desgracia.

No dudó Lorenzo desde un comienzo, abolidos Congreso y Corte de Justicia por allá en el año 92, en reconocer en el pequeño nipón, que sorprendió a la democracia peruana en una segunda vuelta, las características del autoritario. La reja y el disfraz de preso con que presentó a Abimael Guzmán ante sus conciudadanos, evidente trato denigrante a un detenido, aterraron, lo mismo que la imitación que hizo nuestro presidente Gaviria, cuando vistió a rayas fujimorescas a Francisco Galán. ¿Para dónde iba Gaviria? Era, por entonces, ‘El Chino’ ejemplo de audacia y de mano fuerte en el combate a la guerrilla, que desalojó efectivamente de los campos de Ayacucho. No hay dictadura que no sea eficaz.

Por esas paradojas de la política le ha tocado al hoy secretario general de la OEA mostrarse complacido por la caída ruinosa de quien fuera su amigable colega en los gloriosos tiempos del revolcón. Noemí también visitaba el palacio del Crisantemo, con gran complacencia. Hoy todos y todas se hacen cruces cuando el pueblo raso del país vecino, pasados 10 años, reaccionó por fin a los desmanes. Quienes fueron sus admiradores de ocasión hoy cambian su retrato —como en cualquier película de Cantinfas, o como María Emma en campaña— por el del escritor Vargas Llosa y, si es mucho el atrevimiento, por la imagen pielroja del ‘Cholo’.

De la dictadura a la corrupción y de la corrupción al exilio, tal parece ser la inexorable ruta del poder abusado. Lo ocurrido en el Perú ha sido además de una celeridad pasmosa, pues no se requirió enjuiciamiento previo, para que un Congreso renovado, antes amigo, barajara de nuevo y descalificara (la verdad, sin fórmula de juicio) al presidente, a quien no se le aceptó la dimisión. Por el contrario, se le aplico la destitución deshonrosa, por “incapacidad moral permanente”. ¿Qué es esto? ¿Una invalidez del alma?

En Colombia, país más ritual y de mayor dosificación jurídica, las cosas se hubieran dado paso entre paso, como se dieron en el juicio a Rojas, a quien, tras un largo proceso, se le declaró la indignidad y la privación de derechos políticos, de la cual se le redimió años después, aunque el penúltimo gobierno del Frente Nacional le impidiera por otros medios el regreso al poder.

Cesa, pues, abruptamente el dominio de 10 años de Alberto Fujimori y el peligro permanente de su imitación por otros países y otros personajes civiles, en cuyo presupuesto político, siempre se instalaba la posibilidad de un ‘fujimorazo’. No me refiero en este supuesto al presidente Pastrana, pues éste reitera a cada paso que ha recibido un mandato por la paz y, por tanto, nunca saldrán de su garganta voces de guerra. Pero hay candidatos de cara tan inocente como la de Fujimori, que representan desde su civilidad, un fuerte militarismo y el enfrentamiento armado generalizado.

Ese modelo ha caducado. No hay fujimorazos a un futuro. Entendidos como tales, sorpresas de civiles, un tanto desconocidos, que, llegados al poder, usurpan funciones y se hacen al mando total. No pocos estarán diciendo en Colombia, lástima, porque una cosa así era lo que se necesitaba.

Quedan otros modelos en América ibérica, los cuales apenas inician ciclo pero que, caracterizándose por similares comportamientos de absolutismo y peligrosos unanimismos, sin duda alguna ‘también caerán’.

Se puede pensar que el Perú, con un presidente de reemplazo y moderado, marcha a una buena etapa de apaciguamiento. Ojalá esté en lo cierto. Los presos políticos tal vez sean restituidos en su dignidad humana. Parece haber sido un final feliz este del viaje del presidente al Sol Naciente y su permanencia en el país de su origen, a donde le ha llegado la destitución por correo electrónico. Mejor eso que prisiones, linchamientos y jaulas. En un mandatario, por destituido que sea, reside un trozo de la dignidad de una nación que alguna vez lo eligió y lo tuvo como su representante. Que no le caiga ahora el juez Garzón, vestido de kimono.



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Cuando un sábado, hace dos meses, renunció Fujimori, el diario de Bavaria, cuya edición dominical circula empacada desde las 8 de la noche de la víspera, ignoró paladinamente el hecho. Semejante ‘chiviada’, en el término periodístico, es disculpada por ‘El Director’ como una decisión de prudencia, en espera de los desarrollos de hoy.

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