Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Incoherencia entre lo que busca su ego y lo que busca su espíritu

El malestar físico es la consecuencia de estar mal en el alma, el síntoma es el lenguaje que usa su cuerpo para comunicarse con su alma…

18 de septiembre de 2021

Sus emociones se manifiestan en su cuerpo y en su alma, con el propósito espiritual de despertarlo, para que eleve su consciencia, se detenga y comience su evolución y restauración emocional.

Sus pensamientos, creencias y emociones afectan su salud. La enfermedad se gesta en su mente y por esto debe excavar en lo más profundo de su ser para encontrar su diamante interior: su alma.

Después, es fundamental aprender a hacer un escáner del alma, para encontrar sus heridas activas, aquellas que aún sangran, aunque se hayan generado en su infancia; de este modo podrá comenzar a sanar.

Los pensamientos y las emociones tóxicas producen sustancias químicas (también tóxicas) que, sin percatarse, van golpeando las células de su organismo, hasta que su cuerpo le avisa que está viviendo en total incoherencia entre lo que quiere su ego y lo que busca su espíritu.

La mayoría de nosotros necesitamos un llamado de atención que se manifiesta en un malestar, un accidente, una pérdida, entre otros, para hacernos salir de la incoherencia en la cual estamos viviendo, cuando nos violentamos a nosotros mismos.

Revise por un instante qué emociones antecedieron su malestar o enfermedad para que entonces reconozca cómo la biología de su cuerpo se funde con el estado emocional de su alma.

El síntoma es el lenguaje que usa su cuerpo para comunicarse con su alma…

Cuando un león o un venado se siente heridos, vulnerados, despedazados, depredados, nace de ellos una especie de instinto de conservación, el cual en ocasiones se convierte en estar en “modo supervivencia”, entonces ‘hiper-reacciona’ en automático para cuidarse y preservarse; está ‘hiper-alerta’ a ver en qué momento lo agreden de nuevo. Hasta que sale corriendo a protegerse, a cuidarse, a autorrestaurarse en su madriguera, pues siente que el mundo es un lugar hostil para él.

Los cambios no son automáticos, se necesita fortaleza, trabajo, templanza, serenidad, humildad, aceptación, perdón y olvido, para lograr vivir en el alma y dejar de transitar por el sendero del ego.

Los leones y los venados no lo pueden hacer, ellos permanecerán siempre en modo animal; en cambio, nosotros los seres humanos tenemos una tarea espiritual titánica y es la de vivir en coherencia, es decir, escuchando nuestra voz interior, la cual siempre nos indicará si vamos en la dirección correcta.

Hace poco trabaje un proceso de coaching de vida con una bella joven de 27 años, quien –bañada en lágrimas– me decía en consulta:

“Siento que mi mamá se va a morir muy pronto, la veo consumirse en dolor, angustia y soledad; sufre una extraña enfermedad inmunológica que no permite que la sangre de su cuerpo coagule bien y en ocasiones le he visto pequeñas heridas de las cuales brota sangre a borbotones como si sus venas estuvieran llorando inconsolablemente de dolor…

Si ella sana, podré entonces decirle que ya no quiero estar más a su lado, pero mientras pasa su enfermedad debo estar aquí como hija, a pesar de que no fue la mamá que quise. He sentido su maltrato emocional y su abandono desde que tenía 5 años, a mis hermanas y a mí nos destruyó su ausencia, ella siempre tuvo otras prioridades en su vida. Yo sabía lo malo que era el alcohol, entonces comencé a beber, a hacerme suspender del colegio para ver si mi mamá reaccionaba, pero ella jamás entendió, jamás reaccionó.

Yo lastimé a mi madre para demostrarle que yo existo, para llamar su atención, la lastimé para que sintiera lo que yo he sentido. Tengo tanto dolor por dentro, que es como si quisiera que ella sienta mi mismo dolor, es como si mi alma le gritara “quiero que te mueras, pues no soporto el daño que me has hecho”. Cuando me emborrachaba era mi manera de gritarte que regresaras, pero no regresaste; hacía escándalos para que me amaras, estuvieras ahí, pero nunca te encontré.

Desarrollé también mi enfermedad, anorexia, pues era la respuesta de mi cuerpo y la alarma interna que nos gritaba cuánta incoherencia vivíamos las dos, tejiendo día tras día corrientes subterráneas de hostilidad; las dos dolíamos, las dos llorábamos, las dos sangrábamos por dentro y por fuera, las dos moríamos en agonía, en enfermedad física y emocional, en soledad…”.

Le pedí autorización para conversar con su madre y fue entonces cuando encontré a una mujer destrozada por su propia confusión, las dos se habían convertido en una cadena interminable de agresiones e insultos.

Ella, su madre, tenía su historia de dolor, de abusos emocionales y soledades; ella también trató de salvarse de sus depredadores, convirtiéndose en otra sobreviviente de la absurda y destructora incoherencia.

Las dos comprendieron en el proceso terapéutico que debían hacerse responsables de su historia, salir de la posición de víctimas y empoderarse para renunciar a la zona de confort que representa el permanecer eternamente heridas.

Cuando usted vive en una guerra interna entre la incoherencia de lo que busca su alma y lo que busca su espíritu, las consecuencias son inevitables. Esta incoherencia es veneno puro para su cuerpo, sus vínculos, su matrimonio, su relación con sus hijos, sus padres, sus hermanos. De tal modo que usted, como el león y el venado heridos y despedazados, deban alejarse a su trinchera para estar en soledad, en recuperación, en autorrestauración. Es nuestro instinto de preservación.

Nuestras células enferman porque las corroen la incoherencia y la falta de consciencia, lograr congruencia y estabilidad es quizá la maestría espiritual más difícil de nuestra existencia, pero sin duda es lo único que lo llevará a la felicidad y a la plenitud. Por eso es necesario pagar el precio espiritual más alto por ello.

Mi píldora para el alma:

No se violente usted mismo, volviéndose pedazos y destruyéndose por dejarse llevar por la incoherencia, apele a la sabiduría de su alma y quédese a vivir en su lugar sagrado, su espíritu.

Noticias Destacadas

Luis Carlos Vélez Columna Semana

La vaca

Luis Carlos Vélez