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De las independencias y las autonomías

Los sentimientos independistas de Panamá y Cataluña tienen ciertas similitudes. El ejemplo de los catalanes podría ser seguido, pero en Colombia existen otras modalidades.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
7 de octubre de 2017

Aunque no se sabe lo que seguirá al intento independentista de Cataluña, seguramente todos saldrán mal librados.
Cataluña, motor fundamental de España, tiene una condición privilegiada. Precisamente uno de los motivos que alegan los catalanes para insistir en su independencia, es que la provincia tiene la servidumbre de subsidiar a otras regiones.

Eso no es extraño. En Italia, dicen los del norte que trabajan denodadamente para que los del sur, con Nápoles a la cabeza, se dediquen a tomar vino, entonar canciones y bailar tarantelas. Incluso en nuestro país, los antioqueños afirmaban que sostenían a una buena parte de Colombia. Mitad chiste y mitad verdad, hablaban sobre la “República Independiente de Antioquia”.

En la separación de Panamá, además de los evidentes intereses políticos y estratégicos de los Estados Unidos, existió un sentimiento independista por muchos años, derivado de que no obstante ser el cruce de caminos del mundo, ninguna ventaja les había reportado: sólo Colombia, pero sobre todo los Estados Unidos, se habían beneficiado.

Incluso, algunos panameños conociendo nuestro tradicional abandono por la periferia del país comentan que, si hubieran seguido siendo parte Colombia, actualmente estarían en las mismas condiciones que el Chocó. La angustia de Panamá de ser desbordada, por las bandas armadas, por la violencia rampante de muchas ciudades y regiones colombianas y, por el narcotráfico con todos sus horrores, es lo que ha motivado que se haya negado reiteradamente a la construcción del tramo la carretera que la uniría por vía terrestre con Colombia.

De todas maneras, el caso de Cataluña podría motivar los sentimientos separatistas latentes en muchas regiones del mundo. Los kurdos en Irán, Siria, Irak y Turquía; los escoceses en el Reino Unido; los flamencos y valones en Bélgica y los vascos en España. Para no hablar de Chechenia en Rusia, del Tíbet en China, de Córcega en Francia y de decenas de territorios en los cinco continentes. El mapa mundial está pues, en permanente evolución y nadie hubiera podido prever en 1919, cómo sería un siglo después.

En Colombia, las autonomías han tenido otras modalidades. Desde las “repúblicas independientes” hasta zonas controladas por los cultivadores de coca, pasando por regiones en algunos departamentos y barrios en varias ciudades a las que para ingresar se deben pagar silenciosamente extorsivas “contribuciones”. Pero no hay que preocuparse, porque aquí todo es felicidad y la paz reina en todas partes.

Para no hablar de Bogotá, una ciudad modelo, en la que en cada esquina existe el riesgo de ser apuñalado en medio de la anarquía de las motos y el acoso de amenazantes raponeros. Pero tampoco debe haber preocupación, porque la ciudad, siguiendo la práctica de algunos países europeos en el preámbulo de la segunda guerra mundial, emprenderá el caótico Transmilenio por la carrera séptima y otras obras similares para las que, aunque no haya plata, siempre habrá contribuyentes…

Al fin y al cabo, el águila rampante del escudo bogotano se parece al águila bicéfala del emperador Francisco José del imperio austrohúngaro…

(*) Profesor de la facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.