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Indicadores cuantitativos de la paz: el lugar de Colombia en el mundo

Pareciera que estamos ante un macabro triángulo de corrupción, inequidad y violencia. El desafío de la paz se encuentra en romper estos circuitos perversos de la guerra.

Wilson López-López
19 de febrero de 2013

Hoy como nunca antes estamos ante evidencia indiscutible de la imposibilidad de pensar lo local sin lo global y viceversa. La bella hipótesis de GAIA, de Lovelock (desde la ciencia) y de las sabidurías indígenas que afirman que la tierra se comporta como un todo -y de la cual se desprende la bella metáfora… el aleteo de una mariposa en alguna selva del planeta termina por afectar al mundo en su conjunto- parecen probadas.

Hoy día es evidente que los destrozos que la especie humana hace y ha hecho al ambiente incrementan el peligro de la existencia de toda la vida en la tierra. La desaparición de especies que siempre fueron relevantes en los ciclos de la vida, el agotamiento de las fuentes de agua dulce y los problemas de sostener millones de personas en estilos de vida que reproducen la destrucción ambiental, parece que serán imposibles de remediar sin acciones sostenibles, conjuntas, globales y locales, para lo cual es necesario consolidar un mundo en paz. 

Bajo esta perspectiva, la paz no puede verse tampoco en forma fragmentada, aquí se encuentra la propuesta de Vision of Humanit y el Institute for Economics and Peace (IEP) quienes producen el Global Peace Index (GPI). Este índice incluye indicadores de tipo cuantitativo y cualitativo con base en la definición de GALTUNG sobre la paz, en el sentido de una paz positiva y una paz negativa; bajo la idea de la paz como un proceso en el que hay un conjunto complejo y vasto de variables de carácter socioeconómico (como la desigualdad, la pobreza, la falta de reglas de juego claras, la movilidad social); sociopolítico (como la debilidad del Estado, la falta de garantías políticas para los diferentes actores para expresar sus diferencias, los derechos de las minorías, la equidad de género, en definitiva, de democracias consolidadas); sociojurídico (es decir, un sistema de justicia que asegure el seguimiento de la ley para todos los actores sociales) y psicosocial (culturas solidarias, prácticas pacíficas de solución de conflictos, inclusivas y tolerantes).

En este caso reseñaré, en primer lugar, los indicadores cuantitativos de paz negativa: Número de muertos por conflicto armado organizado, número de miembros en las fuerzas militares por cada 100 mil habitantes, porcentaje del gasto militar con relación al producto interno bruto, volumen de transferencia de armas convencionales como proveedor por cada 100 mil habitantes, número de conflictos externos e internos, número de desplazados por el conflicto con relación a la población, número de homicidios por cada 100 mil habitantes, número de personas en cárceles, número de integrantes dedicados a las seguridad interna y cantidad de policía por cada 100 mil habitantes.

En el caso de los indicadores cuantitativos de paz positiva es bueno anotar que, aun cuándo puede parecer que estos indicadores son cualitativos no lo son (y no será objeto de esta columna detallar las formas como se cuantifican algunos de ellos), y por esta razón solo deseo destacar las fuentes que los generan: el Banco Mundial, Transparencia Internacional, Naciones Unidas, UNESCO, el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Foro Económico Mundial (estos organismos están legitimados por los Estados). Estos son: el buen funcionamiento del gobierno, reglas de comercio estables, distribución equitativa de recursos, tolerancia y aceptación de los derechos de los otros, buenas relaciones con los vecinos, libre circulación de la información y expresión, altos niveles de educación y bajo nivel de corrupción. 

En los análisis de los últimos 6 años, de las múltiples dimensiones de los indicadores de la paz positiva y negativa, se evidencia que hay una fuerte relación entre ellos, en especial, para los países con peores indicadores de paz negativa, se observa una fuerte relación entre variables como la corrupción, la libertad de prensa, las libertades civiles, el funcionamiento de gobierno y el producto interno bruto por persona. Sin embargo, la corrupción y el PIB con el índice global de paz negativa, mostraron una correlación muy fuerte, es decir en la medida en que mejoran los indicadores de paz disminuye la corrupción y se incrementa el PIB por habitante. A su vez, cuando empeora el índice paz negativa se incrementa la corrupción y disminuye el PIB. Este interesante hallazgo parece fortalecer una verdad de apuño: a los corruptos les interesa la guerra, la pobreza y la desigualdad y podemos predecir que harán lo que sea por mantener las condiciones de violencia en las que sigan enriqueciéndose. 

En el informe del 2012, para el caso de Colombia, en el marco de estos indicadores de paz negativa y de paz positiva, los datos son evidentemente desalentadores y hacen más urgente la necesidad de un mayor compromiso con los esfuerzos por la paz. En el índice de paz negativa ocupamos uno de los últimos puestos, el 144 entre 158, y algo peor, en el análisis de quintiles que relaciona las diversas variables, en especial las de orden socioeconómico, nos encontramos que pertenecemos al último quintil del mundo y, sólo superamos a países como Chad, Nigeria, Siria, Libia, Pakistán, Israel, República Central Africana, Corea del Norte, Rusia, República Democrática del Congo, Irak, Sudan, Afganistán y Somalia. Otro dato interesante -y que debe generarnos múltiples cuestionamientos- es que Colombia ocupa el lugar 60 entre 108 países en el índice de paz positiva, somos uno de los peores de la región. 

Lo que muestran los indicadores y que resulta evidente es que somos uno de los países con más inequidad del mundo y de los peores en corrupción. Pareciera entonces que estamos ante un macabro triangulo de corrupción, inequidad y violencia. El desafío de la paz, insisto, se encuentra más allá de la posnegociación, romper estos circuitos perversos en los que estamos atrapados no se podrá resolver con el desarme de 8 mil hombres armados, claro está que seguramente eliminar esta variable deslegitimará muchos de los indicadores que sostienen la paz negativa y permitirá evidenciar la necesidad de comprometernos con las transformaciones psicosociales, políticas, jurídicas y económicas sostenibles que necesitamos para la paz.

*Grupo Lazos sociales y Culturas de Paz. Profesor asociado Pontificia Universidad Javeriana. Editor Universitas Psychologica. Correo electrónico: lopezw@javeriana.edu.co. Twitter @wilsonLpez

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