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Infiltrados o reinsertados

Esto de ahora es la repetición de lo que hace diez años, en tiempos de Samper (entonces jefe político de Uribe), sucedió con el ingreso de dineros del narcotráfico en la política. Y el fenómeno venía de atrás

Antonio Caballero
29 de abril de 2006

Veo que muchos comentaristas de prensa y muchos políticos profesionales se preocupan, se asombran y se indignan ante la posibilidad de que el DAS haya sido infiltrado por los paramilitares. Comparto su preocupación. Pero me asombra su asombro. Y me indigna su pretendida indignación.

¿De verdad no lo sospechaban? Muy ingenuos serían. Los paramilitares han infiltrado todo en Colombia: el Congreso y el juego del chance, la navegación fluvial y el servicio diplomático, la ganadería y la salud. Y las Fuerzas Militares, por supuesto: justamente de ahí les viene el nombre de 'paramilitares'. Si se llaman así es porque el prefijo 'para' (cito el diccionario) "expresa a la vez las ideas de 'ajeno' o 'exterior', y 'próximo'". Paramilitares son aquellos grupos que, sin ser militares, colaboran con los militares o desempeñan tareas que debieran ser realizadas por los militares mismos, como es la de combatir a las guerrillas. O, más exacta y crudamente, se ocupan de los aspectos sucios e impresentables de ese combate: la matanza de sospechosos de colaborar con la guerrilla ('paraguerrilleros') y el desplazamiento de masas de población civil y desarmada que puede servirle a la guerrilla de "agua para el pez", según la metáfora maoísta. Si tantas y tan diversas cosas en Colombia han sido infiltradas por los paramilitares ¿por qué milagro no lo iba a ser el DAS? Ya de por sí es un organismo ambiguo, anfibio, paramilitar en el más inmediato sentido de la palabra: un organismo armado que, sin estar integrado en la estructura militar del Estado (es civil, y en su cadena de mando depende directamente del Presidente de la República), cumple funciones de seguridad. Así se llama: Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Lo asombroso sería que los paramilitares no estuvieran también ahí.

No creo que los comentaristas y los políticos ignoren estas cosas. Creo que su asombro es fingido. Y por eso su pretendida indignación me parece indignante. Esto de ahora es la repetición de lo que hace diez años, en tiempos del presidente Ernesto Samper (por entonces jefe político del hoy presidente Álvaro Uribe), sucedió con el ingreso de los dineros del narcotráfico en la política, que estalló con el 'proceso 8.000'. El fenómeno venía de muy atrás, a sabiendas de todo el mundo: recuerdo que lo había denunciado oficialmente por primera vez el entonces presidente Alfonso López Michelsen, por entonces jefe político del futuro presidente Ernesto Samper. Y por eso tenía razón Samper cuando se quejaba de que lo estaban haciendo pagar sólo a él una culpa antigua y colectiva (que, por otra parte, no pagó).

Tanto en el caso de aquellos narcotraficantes infiltrados en la política (y en todo lo demás: la ganadería, el servicio diplomático...), como en el de estos paramilitares infiltrados en la política y en todo lo demás (que son los mismos), la verdadera culpa consiste en negar la realidad: como lo hizo Samper en su momento, como lo hace hoy Uribe. Negar la realidad implica no poder controlarla. O, claro está, no querer hacerlo. Lo explica cualquier siquiatra.

O bueno, no: no cualquiera. Justamente tenemos en Colombia un siquiatra especializado en negar la realidad para eludir la culpa. Se llama Luis Carlos Restrepo, y fue nombrado Alto Comisionado de Paz por el presidente Uribe para que se ocupara de reinsertar a los paramilitares, sin saber (o sabiendo) que estaban ya insertados en todas partes, desde la navegación fluvial hasta el DAS. En su empeño, el comisionado Restrepo ha llegado a convencerse a sí mismo de que el único sector del país que nunca ha estado infiltrado por el narcotráfico es el sector del paramilitarismo.

Y así seguiremos, si sigue Uribe. Que no siga no es garantía de que las cosas cambien. Pero abre una posibilidad.

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