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Las fumigaciones venenosas 'caen a la vertical', asegura Uribe, a quien no obedecen ni sus ministros, pero sí los vientos y las aguas

Antonio Caballero
13 de enero de 2007



No está claro todavía (hoy, viernes 12 de enero) por qué el nuevo presidente ecuatoriano Rafael Correa aceptó que Colombia siga fumigando la frontera con glifosato a cambio de que avise para que las autoridades ecuatorianas puedan "enviar inspectores y verificar que el glifosato no pase a Ecuador", ya sea "directa o indirectamente". No está claro, porque aunque es eso lo que el Palacio de Nariño dice en Bogotá que dijo el presidente Correa en Managua, en Quito la nueva canciller ecuatoriana sigue diciendo que "se mantienen en su integridad la exigencia del cese de las aspersiones, la denuncia ante la OEA y la exigencia de las indemnizaciones a las poblaciones afectadas por las fumigaciones aéreas".

No está claro nada, como nunca nada está claro en este gobierno de Álvaro Uribe que lo hace todo a escondidas y además se contradice en cada cosa que dice sobre lo que hace. ¿Hay coca sembrada al otro lado de la frontera ecuatoriana? El jefe de la Policía colombiana dice que sí. El embajador colombiano en Quito (que es hijo del Ministro del Interior aquí) dice que no. El Vicepresidente dice una cosa y la contraria. El Presidente a veces calla, y a veces habla a grandes gritos, y en ninguno de los dos casos se sabe qué es lo que quiere decir.

Dice también este gobierno -aunque a la vez lo niega- que pese a que ya está comprobado que el glifosato no es perjudicial, se va a emprender un nuevo estudio científico, o, más exactamente, se van a "preparar los términos de referencia para un estudio prospectivo sobre si el glifosato afecta la salud" de la gente. Estudio ya prometido en el compromiso firmado por la hoy ex canciller Carolina Barco hace un año, nunca hecho, y dejado olímpicamente de lado por la decisión del presidente Uribe de reanudar inconsultamente las fumigaciones venenosas. "Caen a la vertical", asegura Uribe, a quien, como es sabido, no obedecen ni sus ministros ni sus generales, pero sí los vientos y las aguas: no se mueve una hoja, ni siquiera de coca, sin su consentimiento. No se atreve a desafiar su furia. Podría mandar a que la arranque a las malas, manualmente, a su forzudo Ministro de Defensa: el mismo que declaró que estaba arrancando la última mata de amapola del país mientras se hacía fotografiar en la mitad de un amplio sembrado de amapola.

Pero digan lo que digan los políticos, es evidente para todos los demás que las fumigaciones aéreas con herbicidas son dañinas. Lo son incluso las fumigaciones manuales: las que hacen los campesinos con un tanque a la espalda y gafas y guantes protectores. Si no lo fueran, si los plaguicidas y los herbicidas no afectaran la salud de los consumidores finales del producto agrícola fumigado, la agricultura llamada "orgánica" (sin fumigaciones ni abonos químicos) no tendría el éxito que tiene entre quienes pueden darse el lujo de comprar sus productos. (Entre quienes se cuentan, estoy seguro, el presidente Uribe y sus ministros). Es evidente eso, repito, digan lo que digan también los estudios científicos, o llamados así: los estudios científicos que, para demostrar la inocuidad de algo, contratan los gobiernos. Cito el caso de Vietnam.

En Vietnam, hace cuarenta años, el Ejército de los Estados Unidos fumigó desde el aire las selvas con un defoliante llamado "agente naranja". Inocuo para la salud humana, aseguraba: con la infinita hipocresía de no explicar a la vez que se trataba de deshojar las selvas para que sobre los vietnamitas pudieran caer sin dificultad las bombas explosivas e incendiarias o el napalm destinados a hacerle daños considerables a la salud humana. Lo aseguraban los políticos, tanto los norteamericanos como los de Vietnam del Sur, que eran sus aliados y (ó eso creían ellos) protegidos. Pero lo corroboraban con estudios avalados por el prestigio de los más célebres científicos. Uno de esos científicos fue el ya entonces famoso epidemiólogo inglés Sir Richard Doll, muerto hace un año, quien certificó que el "agente naranja" era, en efecto, inofensivo. Desde entonces, y todavía hoy, pasadas varias décadas, los efectos del defoliante siguen provocando cada año decenas de miles de casos de enfermedades y deformidades de nacimiento entre los vietnamitas. Y acaba de saberse que el doctor Doll era entonces, subrepticiamente, consultor a sueldo (1.500 dólares diarios) de la empresa química Monsanto, productora del "agente naranja".

La Monsanto es hoy la productora del glifosato fortalecido con el que el gobierno colombiano fumiga los cultivos, ilícitos o lícitos, no sólo en la frontera ecuatoriana sino en buena parte del territorio del país.

Sir Richard Doll es ya difunto. Su fama le venía de haber sido el primero en demostrar que el tabaco producía cáncer. Vale la pena detenerse un instante a pensar cuáles habrían sido las consecuencias de que hubiera estado a sueldo de la empresa Philip Morris.

La Monsanto, según tengo entendido, es la empresa que produce hoy el discutido glifosato del presidente Uribe. Y dice que es inocuo.

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