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Momento de decisiones

¿Dónde está la mente brillante que nos saque de este atolladero de la guerra o la paz? Todos opinamos y nadie tiene la fórmula mágica.

Javier Gómez, Javier Gómez
19 de octubre de 2016

Pero intentemos algo: el sentido común dice que hacer política es darle forma a la realidad. ¿Por qué no hacerlo? Colombia pretende ser una nación sofisticada políticamente y no lo es, nunca lo ha sido. Al no existir un proyecto de país, aquí todo se resuelve dependiendo de la coyuntura y son muchos los ejemplos. Hagamos un repaso por nuestra historia reciente.

Se inventaron el Frente Nacional y zanjaron la violencia bipartidista, se repartieron el poder, excluyeron el movimiento social, las víctimas nunca fueron reconocidas, le echaron tierra a la verdad y provocaron un conflicto peor.

En el Gobierno de Lleras Restrepo, se buscó resolver el inveterado problema de la propiedad de la tierra a través de una reforma agraria, pero llegó Pastrana Borrero al poder, después de unos cuestionados escrutinios, y en connivencia con los terratenientes se inventó el pacto de “Chicoral” y anuló, de un tajo, los vientos reformadores que beneficiaban a los campesinos. Y de ñapa, creó el inolvidable UPAC.

Los vientos marimberos le proporcionaron al país importantes e inesperados ingresos, mayores o iguales al Café. ¿Cómo asimilar esos dólares de más en la economía? López Michelsen, sin pensarlo dos veces, se inventó la “Ventanilla Siniestra” en el Banco de la República para capturar esos verdes que inundaban el sistema. Hoy, eso se llama “lavado de activos” y es un delito penal.

Todos los presidentes a su manera gobiernan y Turbay Ayala agobiado por la escalada violenta de los grupos guerrilleros, optó por el célebre “Estatuto de Seguridad” para perseguir a la izquierda armada, pero fueron los civiles quienes pagaron el pato; muchos fueron los torturados y otros los desaparecidos.

Al conservador Betancur, le tocó bailar con la más fea: tras el fracaso del proceso de paz con las FARC, después el M-19 le quiso hacer un “juicio”, y se tomó el Palacio de Justicia. Vino la retoma por decisión suya (¿o de los militares?) y a sangre y fuego se superó esa tragedia nacional.

Barco, con las fuerzas del Estado combatió el narcoterrorismo de Pablo Escobar, que un su estrategia desestabilizadora asesinó a Galán; afrontó el genocidio de dos candidatos presidenciales de la izquierda por las llamadas “fuerzas oscuras”. Fueron cuatro años caóticos que Cesar Gaviria, su sucesor, capitalizó convocando a una Asamblea Nacional Constituyente.

Y así ha transcurrido la historia reciente del país. Por ejemplo Samper, logró, con triquiñuelas presidencialistas, que la Cámara lo absolviera de los pecados financiadores del “Cartel de Cali”. Pastrana Arango, con la Constitución en la mano, despejó 42 mil kilómetros para hacer la paz con la FARC. Álvaro Uribe, hoy senador, determinó que cuatro años no eran suficientes y decidió comprar apoyos para hacerse reelegir. Con su “Seguridad Democrática” quiso acabar a las FARC y no pudo. Terminó enfrascado en los llamados “Falso Positivos”.

Los presidentes en democracia gobiernan y adoptan medidas impopulares o antipopulares para recomponer el camino. Hoy le tocó el turno a Santos, premio Nobel de Paz, asumir con decisión encausar los acuerdos de La Habana y la Constitución le da los instrumentos para hacerlo, dicen connotados juristas; hágalo presidente, si quiere pasar a la historia.

Periodista - jairoemilio2003@yahoo.es