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Comprométase a fondo con esa propuesta, presidente Santos (II)

Para combatir la corrupción, se necesita, entre otras cosas, que haya una oposición vigorosa a los gobiernos, oposición con opción de poder.

Jesús Pérez González-Rubio , Jesús Pérez González-Rubio
26 de enero de 2017

La Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría, a pesar de su buena voluntad en combatir la corrupción, no serán suficientes para derrotarla, como tampoco lo serán las medidas que he enunciado en la columna anterior, de la cual esta es continuación.

Se necesita, además de todo esto, que haya una Oposición vigorosa a los Gobiernos, oposición con opción de poder; que la sociedad se involucre con ganas en esa lucha. Hay que dejar de estigmatizar a quienes denuncian llamándolos “sapos”, y hay que sancionar socialmente a los violadores de la ley, es decir, a los tramposos, a los corruptos. Hay que dejar de admirar las “vivezas” de los “vivos”. Hay que ponerle coto a la cultura de la ilegalidad. Hay que dejar de desprestigiar la ley al descalificarla con el nombre de “santanderismo” cuando no nos gusta. Hay que defender el Estado de Derecho. Hay que tomar conciencia de que cuando deja de operar la ley, se le abre oportunidad a la violencia.

Decía Disraeli: “Ningún gobierno puede mantenerse sólido mucho tiempo sin una oposición temible”. Tampoco puede liberarse de la corrupción sin este tipo de oposición, oposición que brilló por su ausencia desde los tiempos del Frente Nacional hasta la llegada de este gobierno, tal vez con la excepción del presidido por Virgilio Barco, que tiene para su crítica sistemática al Centro Democrático, al Polo y al Partido Verde, simultáneamente. Es cierto que la “oposición temible” de nuestros días escandaliza a los “espíritus frentenacionalistas”, que califican de “polarización” lo que es el ejercicio normal del juego democrático. Lucha legítima y ojalá proactiva de quienes se plantean como alternativa de gobierno. La aspiración a que la sociedad no se divida es tan utópica como esterilizante. Es una aspiración contraria al cambio. Es de la división alrededor de ideas, de planes y programas de donde surge la mejor solución para los problemas de cualquier país. Desde luego, lo ideal sería que el binomio Gobierno-oposición se ejerciera con moderación y respeto por los otros.

La posibilidad de alternancia en el poder, de suerte que la oposición de hoy pueda ser el gobierno de mañana, es de la esencia de todas las Democracias. La llamada “polarización” es legítima mientras se mantenga dentro del marco de la Constitución; mientras no acuda a ninguna forma de violencia, de calumnia, de injuria, de insultos. Raymond Aron, célebre filósofo y sociólogo francés, comenzaba sus clases en La Sorbona pidiendo respeto por los hechos y libertad para las opiniones. Es un paradigma que deberían practicar absolutamente todos los ciudadanos en una Democracia, tanto como aquel de los ingleses respecto del periodismo: “La información es sagrada, el comentario es libre”. Son principios que necesitan recobrar vigencia en nuestro medio.

Nuestros líderes políticos deberían aprender que no son enemigos porque los unos estén en la oposición y los otros en el Gobierno. Elevar a enemistad la discrepancia es simple y llanamente subdesarrollo político puro y duro. Debe toda la clase política tomar conciencia de que son apenas adversarios en un momento histórico determinado y respecto de un proyecto político específico.

En nuestra Democracia los partidos dominantes, por no decir todos, comulgan con los valores esenciales de esta: La libertad y los demás derechos fundamentales, el Estado constitucional de Derecho, el pueblo como fuente del poder político, la separación de poderes, la República como sistema de Gobierno, la supremacía de la Constitución y el control de constitucionalidad de las leyes, la centralización política y la descentralización administrativa y fiscal, etc.

Tenemos, sin embargo, muchas cosas que corregir. En Colombia más que partidos políticos tenemos líderes regionales con curul en el Congreso, en las Asambleas y en los Concejos y cargos en las gobernaciones y las alcaldías. Es que los partidos políticos dejaron de existir como tales por cuenta de instituciones como la Paridad y la Alternación, la primera aprobada en el Plebiscito de 1957 y la segunda en el acto legislativo No.1 de 1959, tal como lo previó el presidente López Michelsen cuando era líder del MRL. El resultado es que hoy tenemos un régimen político basado en “varones electorales” y no en partidos, pues estos no son más que la suma de aquellos. Y esto está llevando al país a la catástrofe. No sólo a la corrupción, sino también a la ineficiencia del Estado en casi todas sus entidades, repito, en casi todas sus entidades. Es que la corrupción y la ineficiencia son productos naturales y como tales inevitables del clientelismo.

Y no puede ser de otra manera si los funcionarios administrativos y técnicos del Estado no pueden ser profesionalizados pues son nombrados con criterio político y no con base en la igualdad de oportunidades y el mérito. Y no es posible su profesionalización porque su estabilidad es precaria al no depender de la calidad de su desempeño en el cargo y de la institucionalidad sino del respaldo que tengan entre los congresistas, los diputados o los concejales. No puede haber disciplina y exigencia de los jefes respecto de los funcionarios por cuanto estos tienen dos jefes: Uno administrativo y otro político, debiéndose principalmente a este último, que es el dueño de su estabilidad en el cargo.

Se necesita pues una verdadera revolución que consiste en llevar el principio de igualdad de oportunidades al acceso a la Administración, acceso con base en el mérito, principios todos consagrados en la Constitución. Desde luego, no me refiero a los empleos de carácter político, que para ilustrar la idea, menciono algunos: ministros, jefes de departamentos administrativos, gerentes de entidades descentralizadas. Tampoco a los que son de confianza, como el personal de seguridad, las secretarias, los secretarios (as) privados (as), etc.

Hoy la Constitución ordena la financiación de los partidos y de las campañas electorales parcialmente por parte del Estado. No es necesario incrementar los montos actuales en cuanto porcentajes del presupuesto nacional si se aprueba la iniciativa del presidente. Lo que sí se necesita, como ya lo he dicho, es que todos los candidatos puedan llegar con sus ideas a todos los colombianos.
Y volviendo al tema de la corrupción, vale la pena recordar la célebre frase del presidente López Pumarejo que es una especie de retrato de lo que sucede en la Colombia de nuestros días: “Yo creía que solamente robaban los ladrones”. Viene ella como anillo al dedo. Tanto como el célebre vallenato del maestro Escalona La custodia de Badillo:

“Se la llevaron, se la llevaron,
se la llevaron, ya se perdió
Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado
lo que ocurre es que un honrado se la robó”

“todavía no han dicho quién es el ratero
aunque todo mundo sabe quiénes pueden ser”

“este robo de locura se quedó enterrao”.


*Constituyente 1991