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Ciudad inmóvil

Decir que Cartagena sigue anclada a unos postulados coloniales no es una exageración. El asunto es axiológico, no mítico. Y los índices de pobreza no son producto de mi imaginación.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
19 de octubre de 2015

Con este nombre rebautizó en los noventas el escritor Efraím Medina Reyes a Cartagena de Indias. El concepto no era nuevo, pero recordaba lo que casi todos los ciudadanos saben: que en La Heroica nunca pasa nada excepcional, más allá del Concurso Nacional de la Belleza, los atracos constantes al presupuesto del distrito, las fiestas de independencia y los cientos de turistas que cada año llenan los hoteles y hacen colapsar la red de alcantarillado. Por supuesto que tampoco hay nada nuevo en lo que dije en mi columna anterior y en otras en las que hago un recuento de lo mal que está la ciudad en materia de políticas que la saquen de la crisis eterna en la que la ha sumido su clase dirigente.

No hay nada nuevo en decir que la telaraña de la corrupción domina el panorama de una ciudad que cumplió 482 años en junio pasado y que le esperan 4 más de ese infierno que, en cada administración, devela un nuevo círculo, pues nada hace pensar que en este corto tiempo algo significativo pase, y La Heroica, un nombre del que no tengo duda es solo un referente histórico, seguirá nadando en esa arena movediza hasta que esta se la trague por completo o alguien decida hacer algo por revertir la situación.

Asegurar entonces que mis apreciaciones son exageradas y mal intencionadas y que solo busco protagonismo, como señaló alguien que escribió a mi correo y en las redes sociales una nota insultante, donde me acusa sin prueba alguna de ser “un negrito hachepé”, defensor de la guerrillera, es desconocer la verdadera historia de esta ciudad. ¿Es o no Cartagena una de las ciudades más caras de Colombia?, pregunto.

Según un informe de enero de 2014 del Instituto Agustín Codazzi, el afamado Corralito de Piedra está entre las 5 ciudades más costosas del país. El metro cuadrado de tierra se eleva un poco más del 10% del promedio nacional y no hay en la mesa, ni remotamente, nada que indique que la tendencia va revertirse. Curiosamente, Bogotá y Medellín, dos capitales de departamento cuyo desarrollo en las dos últimas décadas es innegable, están por debajo de las tres ciudades más importantes de la costa norte colombiana, donde la construcción empieza a marcar el paso del bienestar de sus respectivas economías, pero que no se manifiesta, ni un poquito, en el bienestar real de sus ciudadanos.

Asegurar entonces que soy un “criminal de tinta” por hacer referencia a los problemas de la ciudad, es desconocer profundamente la realidad de una urbe cuya dirigencia definió García Márquez en una entrevista de 1980 como “los cachacos de la costa”. Decir que Cartagena sigue anclada a unos postulados coloniales no es, para nada, una exageración. El asunto es axiológico, no mítico. Negar que a nuestros dirigentes les interesa muy poco, o casi nada, la prosperidad de los ciudadanos es pensar con el corazón. Negar que casi el 40% de los cartageneros está sumido en la pobreza y un poco más del 6% se acerca a la miseria, como lo dejó ver un informe del DANE de 2013, y que es la quinta del país con el mayor índice de inequidad, es una muestra de que la ciudad sigue anclada a su pasado histórico que resulta casi imposible borrar de la estructura mental de sus dirigentes.
No se entiende, por ejemplo, que una vivienda en Getsemaní, cuyo avalúo catastral no superaba los 800 millones de pesos, resulte costando, dos años después, tres veces el valor inicial sin que se le haya hecho mejora alguna. Según una nota del diario El Universal, para “el Centro de Estudios Urbanos de la Lonja de Bogotá, la economía en estas zonas del país ha estado jalonada por el desarrollo industrial y las obras de infraestructura. Lo que ha permitido que en Barranquilla, Cartagena y Santa Marta siga creciendo la clase media y el comercio, aspectos que inciden significativamente en el crecimiento acelerado de estas ciudades”.

Sin embargo, lo que no explica la nota es que, de las tres ciudades importantes de la costa norte, Cartagena de Indias sigue siendo, en términos comparativos, la más costosa. Este costo elevado del metro cuadrado, según Juan Antonio Nieto Escalante, director del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, obedece al cambio de uso del suelo, lo que significa que “existían zonas que antes eran residenciales y pasaron, con el tiempo, a comerciales. O, incluso, vías donde antes no se contaba con ningún tipo de construcción y ahora se alzan elevadas torres”.
Esta explicación, creo, nos da solo parte de la respuesta. Pues no da razones del por qué está ocurriendo el mismo fenómeno en los estratos 2 y 3 de la ciudad, donde el arriendo de una vivienda no baja del millón de pesos y el cobro de los servicios públicos resultan exagerados si se tiene en cuenta que el salario mínimo no supera los 700 mil.

Tampoco da respuesta al por qué un plato de pescado en un restaurante del centro histórico, Bocagrande o El laguito, como aseguré en mi artículo anterior, no baje de los 80 mil pesos si este es extraído a dos cuadras del lugar donde es servido. Mucho menos explica por qué el pasaje en una buseta destartalada de las vías Ternera, El Socorro o Los Caracoles esté por encima del transporte público de Bogotá o Barranquilla, superando en este aspecto el precio del Transmilenio y el Transmetro.

Ahora bien, que muchos cartageneros no relacionen el crecimiento exagerado de una tarifa de taxi, o el aumento del arriendo o los alimentos con las mafias políticas locales es simplemente un asunto de falta de sentido común. Pedrito Pereira, para citar solo un ejemplo, que como estudiante de derecho en la Universidad de Cartagena no fue sobresaliente, ha resultado como político todo “un tigre”, y cuyo ascenso meteórico en el panorama de la política nacional descansa en los hombros de los poderosos que manejan el transporte público de La Heroica. Y este gremio, como los otros, dudo mucho que dé puntada sin dedal.

Acusarme de “guerrillero” o “criminal de tinta” por decir lo que está a la vista de todos los que viven en la heroica ciudad de don Pedro de Heredia, no es solo una calumnia flagrante y una afirmación peligrosísima en un país tan polarizado como el nuestro, sino el deseo expreso de poner un blanco en mi frente para que algún loquito por ahí se le ocurra convertirme en polígono.

En Twitter: @joarza
E-mail: robleszabala@gmail.com

*Docente universitario.

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