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La negación del yo o la parábola de la bolita

Si Freud viviera, Colombia sería un terreno fértil para sus teorías: demostraría que el país ha sido gobernado, durante muchos años, por verdaderos psicópatas.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
22 de febrero de 2016

El artículo 29, enciso 4, de la Constitución Política de Colombia nos dice que “toda persona se presume inocente mientras no se la haya declarado judicialmente culpable”. Esta sentencia es, por supuesto, el caballito de batalla del que se agarra toda investigación judicial, aun aquellas en las que se comprueba la participación de un individuo en un delito. El uribismo llama a cualquier investigación en contra de algunos de sus miembros “persecución política”. El magistrado Jorge Pretelt, quien sumió a la Corte Constitucional  en uno de los mayores escándalos de toda su  historia, habla de “legítima defensa” y asegura que todo el embrollo del que lo acusan obedece a un complot político por su cercanía con el expresidente y hoy senador Uribe.

Cristina Plazas, la actual directora nacional del Bienestar Familiar, rechaza de tajo su culpabilidad en las muertes sucesivas de los niños en La Guajira, argumentando que estos no se encontraban bajo la protección del Instituto. La gobernadora del departamento, Oneida Pinto, niega que ella tenga algo que ver con el deceso de cientos de niños aunque su grupo político (uno de los más corruptos de la región) y algunos de sus cercanos sean los principales involucrados en el desfalco de casi 3 mil millones de pesos al Bienestar en esa zona del país.

Para el general Rodolfo Palomino, quien acaba de renunciar a la dirección Nacional de la Policía por la presión de la opinión pública y la investigación que le acaba de abrir la Procuraduría por la aparición, entre otras pruebas, de un video-escándalo que en realidad nada tiene de escandaloso, pues solo muestra la amena conversación de un par de tipos hablando de buscar un lugar para echar un polvo, ha negado una y otra vez que él haya tenido que ver con la tenebrosa banda de proxenetas masculinos denominada “La comunidad del anillo” que tuvo su origen, curiosamente, en la Escuela General Santander, y que, según  algunos testigos, obligaba a sus cadetes, bajo amenazas, a prostituirse. El general, por supuesto, ha negado, como cualquier Uribe, haber ordenado “chuzar”  los teléfonos de los periodistas que investigaban las irregularidades que estaban presentándose al interior de la institución que dirigía y que por ello fueron sometidos a seguimiento y llamadas telefónicas amenazadoras.

Ha negado también, como cualquier Judas, todo lo concerniente al escándalo: desde las amenazas de muerte que, supuestamente,  profirieron algunos oficiales contra otros que no estaban de acuerdo con el negocio de la prostitución, hasta asegurar que sus bienes no tienen un origen ilegal. Lo bueno del asunto es que esto apenas empieza y el señor oficial con mostachos al estilo de Freddie Mercury no ha podido desvirtuar, por el momento, su participación en la banda de delincuentes que lleva el nombre de una novela de J.R.R. Tolkien, adaptada al cine por Peter Jackson.

En el amplio abanico de los estudios psicológicos que busca dar una respuesta al comportamiento criminal de algunos individuos, la negación ha sido quizá uno de sus apartes más investigados. Cuenta el psicólogo checo Shlomo Breznitz, uno de los estudiosos más destacados en este campo, que la negación es un mecanismo de defensa con el que se busca cambiar una realidad objetiva ante hechos relevantes. Para Freud es cerrar las puertas de una experiencia negativa con la que un individuo busca protegerse, ya que el problema es considerado en sí mismo un rompimiento de la normatividad social. En el caso que nos concierne es el quebrantamiento de las normas jurídicas. Y nos recuerda  que el acto de mentir tiene como fin aliviar el  grado de perturbación generado por una situación negativa sin que esta afecte las actividades emocionales del individuo o produzca otros daños en la psiquis del mentiroso.

La proyección es otro mecanismo defensivo estudiado por Freud y puesto en marcha por numerosas escuelas psicoanalistas del mundo. Este consiste en que una persona, ante un conflicto emocional, ya sea interno o externo por el que se siente afectado, proyecta en otro, u otros individuos, los sentimientos o hechos negativos que se le atribuyen.

Aunque el padre del psicoanálisis afirme que estos mecanismos de defensa de un individuo que se le acusa de cometer un delito son inconscientes, dudo muchísimo que las mentiras reiteradas de nuestros funcionarios y políticos tengan algo de esto y no sean un plan bien orquestado para salvar el trasero.

Quién, por ejemplo,  cree hoy en las afirmaciones hechas por Ernesto Samper cuando juró ante la desprestigiada Comisión de Acusaciones  que los 10 millones de dólares aportados por el cartel de Cali a su campaña presidencial entraron a sus espaldas. Quién cree hoy que Álvaro Uribe Vélez desconocía los seguimientos ilegales que el DAS les hacía a sus enemigos políticos. Quién es capaz de meter la mano en la candela y asegurar que los “falsos positivos” no fueron un plan estratégico puesto a funcionar con la venia del “gran colombiano”, quien aseguró desconocer que sus militares iban por los pueblos del país prestándole ayuda a los paramilitares de Mancuso y Castaño para llevar a cabo las sanguinarias y monstruosas masacres que Colombia conoció y el mundo entero repudió.

Lo que sí creo, y aquí meto la mano en la candela, es que si Freud viviera, Colombia sería un terreno propicio para experimentar con muchas de sus teorías. No solo encajarían como anillo al dedo, sino que demostrarían que el país ha sido gobernado, durante muchísimos años, por verdaderos psicópatas.

En Twitter: @joarza

E-mail: robleszabala@gmail.com

*Docente universitario.

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