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Los profetas del desastre

Supongamos, solo supongamos, qué pasaría en Colombia si los “profetas apocalípticos” del CD convencieran al resto de los colombianos de que la paz con las Farc es entregarle el país al castrochavismo y lo acordado hasta ahora se revirtiera.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
20 de junio de 2016

Que Santos haya dicho que las Farc se están preparando para una guerra de guerrilla urbana si no se firman los acuerdos de paz de La Habana no debería sorprender a nadie. Como tampoco debería sorprender que el Centro Democrático haya iniciado una batalla sin cuartel en todo el país para evitar que la guerra termine. Ni Uribe es un ejemplo de diplomacia y transparencia (1227 procesos abiertos, entre disciplinarios y penales, cuyas huestes en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes han hecho hasta lo imposible para que duerman el sueño eterno a lo largo de diez años) ni las Farc son las damas de la caridad.

No hay que olvidar que la política en Colombia es sucia porque los políticos que la practican lo son. Fernando Vallejo, a quienes muchos califican de venenoso, aseguró en uno de los eventos donde suelen invitarlo, que un país que elige a un asesino y narcotraficante para que dirija los destinos de sus ciudadanos merece quemarse en su propio infierno. Por esto, es vergonzoso escuchar a funcionarios del gobierno asegurar sin arrugarse que el paramilitarismo en Colombia no existe, que Uribe lo acabó, cuando las evidencias nos dicen otra cosa. Es vergonzoso, igualmente, escuchar decir que las Farc empiezan a abandonar sus viejas prácticas cuando en realidad son unos lobos caídos en años que han empezado a perder el pelo pero cuyas mañas permanecen intactas.

De manera que escandalizarse y rasgarse las vestiduras porque Santos dijo lo que dijo en un evento internacional si los acuerdos no llegan a buen puerto, es un acto de hipocresía. Supongamos, solo supongamos, que Álvaro Uribe y los profetas apocalípticos del Centro Democrático, incluyendo a los colombianos que lo siguen sin razonar, lograran convencer a los otros millones de colombianos de  que la paz con “los terroristas de las Farc” es entregarle el país al castrochavismo. Supongamos por un momento que en un eventual plebiscito ganara el “no” por el que luchan los fanáticos de expresidente y todo lo pactado en la Habana perdiera validez y los comandantes de las Farc regresaran a “las montañas de Colombia”. Pregunta: ¿qué creerá el acomodado padre Chucho, y todos aquellos que firmaron por la continuación de la guerra, pasará en los próximos meses en el campo y en las calles de las ciudades del país?

Se necesita ser todo un tarado para creer que tendremos un minuto de tranquilidad y no un enorme río de sangre recorriendo los cuatro puntos cardinales de la geografía nacional. Porque, aunque Santos no lo hubiera dicho, no se necesita de la ayuda de una bruja y su bola de cristal para saber lo que podría venir si la “palomita” es derribada por el pistolero del Twitter, y los cuatro mil millones de pesos que hoy el Estado asigna para su seguridad personal y la de su familia, se duplicarían ante una nueva reforma tributaria para comprar más tiros, más bombas y más aviones Tucano.

Según un reciente informe de la Fundación Paz y Reconciliación, que destaca las acciones violentas vinculadas al conflicto, solo en el 2014, año de tensiones en el proceso de diálogos entre las Farc y el gobierno del presidente Santos, el país se evitó cinco mil muertos entre combatientes y civiles, una cifra astronómica si pensamos que a lo largo de medio siglo de  conflicto armado más de seis millones de compatriotas han perdido la vida en medio de los tiros, las emboscadas y secuestros. Sin embargo, para los profetas del desastre, para esas aves carroñeras que se alimentan de la muerte y del dolor ajeno, que auguran que si las Farc llegan al Congreso de la República nos veremos reflejado en el espejo retrovisor de Venezuela, que las ciudades del país se llenarán de violencia y la escasez de alimentos llegará a las capitales de los departamentos, olvidan que en este preciso momento deambulan por Colombia más de 100 mil niños sin hogar, buscando comida en los botes de basura y un poco más de un millón doscientos mil menores no asisten a la escuela y trabajan en la calle haciendo cualquier cosa para sobrevivir.

El mismo informe nos dice que el solo cese unilateral al fuego propiciado por la guerrillera evitó el 57% de los desplazamientos de campesinos e indígenas en el 2013. Es decir, 300 mil personas de las distintas regiones de Colombia no tuvieron que abandonar sus casas por el fuego cruzado entre las Farc y los miembros de las Fuerzas Militares. Incluso, muchos cultivadores de la tierra que habían abandonado sus fincas por estas mismas razones regresaron para continuar con sus labores ordinarias.

Por eso, no hay que ser clarividente, ni mucho menos que el presidente Santos lo diga, para saber que, si por cualquier situación el proceso de diálogos entre la guerrillera y el gobierno se revierte, la violencia que se desatará se sentirá con igual fuerza en las ciudades capitales. En el fondo, sería como volver a los tiempos de Pablo Escobar, a los días de las bombas en las calles, a las instituciones gubernamentales y centros comerciales. A las Farc no hay que creerles todo lo que digan, pero tampoco subestimar su capacidad de destrucción. No hay que olvidar que para colocar una bomba no se necesita de un ejército. Y esto, no lo olvidemos,  es suficiente para desatar el terror que los miembros del Centro Democrático y sus profetas apocalíptico piden a gritos. No olvidemos que las imágenes aterradoras del Club El Nogal no han podido borrarse de la mente de los colombianos después de 13 años de la fatídica acción destructora de los hombres del Mono Jojoy y Alfonso Cano. Y dudo mucho de que haya un solo compatriota de bien que quiera revivir semejante acto terrorista que dejó 36 muertos y varias familias destrozadas.   

Twitter: @joarza

Email: robleszabala@gmail.com

*Docente universitario.

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