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‘The Guardian’ y la estética de la mafia

La sentencia que asegura que aquello que te negó la naturaleza te lo da el cirujano plástico se ha convertido prácticamente, entre las colombianas, en un axioma.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
27 de abril de 2015

No lo dudo. De los paisas se dicen muchas cosas, incluso que son capaces de sacar agua del desierto si se lo proponen. O vender helados en el Polo Norte si de ganar dinero se trata. En este sentido son más tercos que la terquedad, más duros que una bala de cañón y más insistentes, como aseguraba un antiguo profesor, que un Testigo de Jehová de visita en casa de un ateo. Son buenos para los negocios. Llegan a una ciudad de la costa norte con una mano adelante y otra atrás pero al poco tiempo ya tienen una motocicleta y luego abren una tienda y con el paso de los años son dueños de media cuadra.

Esta imagen define, en pocas palabras, la berraquera y pujanza de una raza. Pero las metonimias, como sabemos, solo nos muestran parte de una realidad. No todos los paisas son berracos, ni a todos les gusta el trabajo honesto, ni todas las chicas piensan en operarse el trasero y las tetas para replicar la apariencia física de sus estrellas del espectáculo favoritas o satisfacer el deseo de un narco. No todos admiran al ‘gran colombiano’ ni comulgan con sus políticas retardatarias y vengativas. Ni el extinto capo Pablo Escobar representa el actuar ni el pensamiento de toda una región, ni Álvaro Uribe Vélez es un modelo aséptico a seguir. Si alguien distorsionó la imagen del paisa berraco y honesto, capaz de sacar agua del desierto y venderle helados a los esquimales fue Pablo Escobar y esa larga lista de narcotraficantes y de delincuentes convertidos en políticos que le dieron origen a lo que luego sería la nueva historia de la violencia colombiana.

Repito, no tengo duda de la tenacidad  del antioqueño. Su historia es un relato aleccionador de desarrollo. Pero también el punto de quiebre entre el sacrificio de los arrieros, fundadores del mito paisa, y la imagen impuesta por el narcotráfico en la búsqueda del dinero fácil. Ese facilismo dio origen, entre otras, a las escuelas de sicarios, a la llamada Oficina de Envigado, a la Terraza, a los célebres Pepes y alimentó, de manera sutil pero eficaz la industria de las cirugías estéticas y vendió una nueva imagen de la mujer antioqueña: la de la chica plástica que se dejaba ver acompañada de poderosos narcos en fiestas escandalosas. De ese encanto por el dinero fácil, de mansiones lujosas, de yates y viajes a Miami, se dejaron seducir, incluso, estrellas de la televisión colombiana, modelos ya consagradas y recordadas reinas de belleza que pasaron felices por el concurso de Cartagena. El auge de la moda y la industrial textil en Medellín tuvo que ver, en gran medida, con esto. Y, por supuesto, el aumento de la prostitución en la capital antioqueña fue solo uno de esos lunares resultantes que algunos trataron de tapar con la punta de un dedo.

Por eso, no entiendo el escándalo que ha suscitado en los medios de comunicación y en las redes sociales la publicación de un reportaje en el diario británico The Guardian sobre una realidad que ha sido, en las dos últimas décadas en Colombia, motivo de novelas, telenovelas, reportajes y películas. Asegurar que en Medellín las niñas al cumplir los 15 años les piden a sus padres como regalo un cirugía de implantes mamarios o un alzamiento de cola no debería escandalizar a nadie. Decir que estas prácticas tienen sus antecedentes en la cultura mafiosa del narcotráfico cuyos capos pagaban miles de dólares para que sus chicas se vieran voluptuosas por delante, por detrás y los costados es una verdad de a puño como la vieja teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol.

Nadie que haya leído el reportaje, o apartes de este, puede asegurar que lo que allí se dice es producto de la imaginación del periodista. Por el contrario, su conocimiento de esa realidad puede llevarlo a pensar que este se quedó corto en la descripción de los hechos que narra. Si es cierto que el narcotráfico ha influido poderosamente en la cultura antioqueña de las últimas décadas y ha dejado una huella profunda en el mapa social que va a ser difícil borrar, no podemos olvidar que Medellín ha sido considerada desde mediados del siglo XX el referente textil de Colombia. La aparición de empresas como Fabricato, Coltejer y Tejicolor, hicieron de la capital del departamento el centro de la moda del país. Lo anterior convirtió, necesariamente, a esta ciudad en un punto referencial del modelaje.

Lo que diferencia ese ayer que parece lejano y ese hoy cambiante, no es solo la penetración del narcotráfico en casi todas las esferas sociales. A lo anterior se le ha sumado esos estándares publicitarios de belleza que son para las chicas una meta imposible de alcanzar. La sentencia que asegura que aquello que te negó la naturaleza te lo da el cirujano plástico, se ha convertido prácticamente en un axioma. Tal vez esto explique por qué un estudio reciente de la Sociedad Internacional de Cirugías Plásticas Estéticas ubicó a Colombia entre los 11 países del mundo donde más se llevan a cabo este tipo de procedimientos, y a Medellín en la segunda ciudad del país donde más cirugías estéticas se realizan en menores de edad.

En Twitter: @joarza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario

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