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Reflexiones seniles

¿Podrá un anciano exponer ante un grupo de jóvenes ideas que a estos interesen?

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
15 de marzo de 2018

Poco antes del comienzo de la era cristiana, Marco Tulio Cicerón, en su célebre ensayo sobre la vejez, escribió: “Un anciano no hace lo que los jóvenes, pero hace cosas más importantes y mejores. Las grandes hazañas no se llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio: en todo esto, la vejez no solo no está huérfana, sino que suele estar sobrada”. Aunque estas virtudes no radican en todos los ancianos, debo asumir que, en mínima fracción, algo de ellas he logrado cultivar durante una larga vida. De otra manera, no podría haber aceptado la reciente invitación a hablar en la ceremonia de grados de la Universidad Central. Elegí para mi breve discurso unos pocos temas que marcarán el futuro de las nuevas generaciones.

El calentamiento global fue el primero de ellos. Este proceso, que tuvo su comienzo a fines del siglo XVIII, cuando el hombre fue capaz de transformar las fuerzas de la naturaleza para generar energía, tiene dos connotaciones de índole opuesta. Permitió el desarrollo industrial, que es causa del crecimiento de la riqueza, pero, también, de la desigualdad social.  

Ese auge económico consecuencial, a su vez, explica las emisiones de gases determinantes del cambio climático. Si la humanidad no es capaz de contener esta tendencia, hacia fines del presente siglo habrán desaparecido muchas ciudades costeras y territorios insulares de baja altura; la desertificación de las zonas tórridas haría huir a millones de personas hacia las templadas creando en ellas graves conflictos sociales.

Hay, sin embargo, razones para un moderado optimismo. Los combustibles fósiles, que son los más contaminantes, deberán convertirse, a la vuelta de un par de décadas, en una fracción minoritaria de la canasta energética del mundo. Los avances en la tecnología para conservar la energía permitirán el rápido auge de las que provienen del viento y el sol. La de origen hídrico, en la que Colombia tiene un potencial enorme, no desaparecerá como consecuencia de sus bajos costos de producción y distribución, de su flexibilidad (para guardarla basta retenerla en los embalses), y de que los impactos ambientales que produce son positivos a mediano plazo. El reto, por lo tanto, no es técnico; es político: la adopción de marcos regulatorios que, para ser eficaces, deben adoptarse a escala planetaria.

En aquella ocasión hablé también de la crisis de los misiles de 1962 ocurrida en medio de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Su detonante consistió en la instalación, con el consentimiento de Fidel Castro, de misiles nucleares en territorio cubano. Gracias a las habilidades de los diplomáticos de las grandes potencias, la confrontación, que pudo llevar al mundo a una tragedia nuclear, fue resuelta de manera eficaz y perdurable. No obstante, se produjo un efecto colateral negativo: la generalizada creencia de que bastaba la existencia de un cierto equilibrio ofensivo entre los dos países que entonces gozaban de poder nuclear, para conjurar el riesgo de una hecatombe.

Son otras las circunstancias actuales. El número de países dotados de esa tecnología ha venido aumentando. Algunos de ellos tienen una larga tradición de enemistad, tales como Irán e Israel, o India y Pakistán; aún peor es el caso de Corea del Norte, que es gobernada por un dictador absoluto. Las tensiones entre China y Rusia, de un lado, y Estados Unidos, de otro, vienen creciendo de modo preocupante. Cualquiera de los integrantes de ese club del terror puede dar comienzo a un apocalipsis planetario. Como si lo anterior fuera poco, recuérdese que los artefactos nucleares actuales son inmensamente más potentes que los que destruyeron dos ciudades japonesas en 1945. 

Proteger adecuadamente a la población anciana es un reto enorme que quienes hoy gobiernan no parecen ser capaces de resolver; les tocará a ustedes, queridos jóvenes. Por lo tanto, es bueno que se enteren de que, al menos durante los próximos cincuenta años, los ancianos crecerán mucho más que la población total, a menos, por supuesto, que se desate una guerra atómica.  Sepan que mientras al comienzo del siglo XX la expectativa de vida al nacer en Colombia no llegaba a los 40 años, hoy es de 74 y, en pocos años, será de 80.

¿De dónde saldrán los recursos para pagar esas pensiones? Sea cual fuere la técnica financiera que se utilice tendremos que ahorrar más, conceder pensiones de inferior monto o aumentar las edades de retiro. La naturaleza del problema es la misma sea que se administren las pensiones por el Estado o por actores privados. Si no adoptamos alguna de estas medidas, o probablemente, una mezcla de ellas, la crisis financiera y social será inevitable.

La estrategia consistente en endeudarnos para pagar las pensiones, que es la que se ha venido utilizando en muchas partes, transfiere a las generaciones futuras una carga creciente que ellas se negarán a asumir cuando gocen del poder político necesario. Es lo que pasará en 10 o 12 años.

Ante los jóvenes que me escuchaban en esa grata ocasión mencioné, por último, un tema perturbador: las crecientes posibilidades de manipulación genética, lo cual tiene aspectos muy positivos, tales como las intervenciones en el embrión humano para evitar o mitigar enfermedades hereditarias. Pero es ya igualmente factible “clonar”; es decir, reproducir seres humanos. Esas copias, que pueden ser múltiples, podrían modificarse, por ejemplo, para aumentar la fuerza física o disminuir las capacidades intelectivas. Las implicaciones éticas y jurídicas de esta ingeniería de la vida son enormes.   

Briznas poéticas. A quienes no sean lectores de poesía, salvo, quizás, en este mínimo espacio, Marguerite Yourcenar les dice: “Los poetas nos transportan a un mundo más vasto o más hermoso, más ardiente o más dulce que el que nos ha sido dado, diferente de él y casi inhabitable…”

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